CAPÍTULO DECIMONOVENO

37 15 10
                                    




A la atención de los soberanos de Corinta:

El norte esta siendo asediado por unos monstruos aterradores. Los poblados están siendo diezmados. Se dice que los hombres son poseídos, que las mujeres dan a luz a más y más de esos monstruos. Patrañas parecen, contadas por locos alejados de toda cordura. Pero que tal noticia nos llegue desde varios asentamientos bien alejados unos de otros es lo que nos hace temer lo peor. Pedimos ayuda a los monarcas. Que envíen al gran Mago y nos salve del desastre que se nos viene encima. Si las brujas ya son una maldición caída del cielo, esos monstruos salidos de la nada no son menos. Son casi peores. Somos conscientes de que la capital ha sido atacada en varias ocasiones por esa maldita plaga de hechiceras, pero aquí, al norte del Monte del Cuervo, ya no resistimos mucho más con esta nueva amenaza. Por eso, repito: rogamos su ayuda, majestades. O pronto no quedará nada que salvar.

                                                       Conde Altur de Ribasel, Misiva de auxilio


***


Al preludio del alba, el viento proveniente del mar Truncado sacudió sus rojizos cabellos impregnándolos de sal y frescura.

Su camino la había llevado al libertino reino de Corinta; la vasta extensión de tierra que se dibujaba en los mapas entre el tajante río del Quebranto y los antiguos Imperios Milenarios del Este. Allí todo era un tanto diferente. Se decía que eran los descendientes del antiquísimo imperio Ucretano, aquel que dominara por primera vez las tierras de Erindorn, los cuales desaparecieron en extrañas circunstancias. ¿Una guerra con una diosa, tal vez? Las lenguas y los escritos eran muy variopintos al respecto.

No obstante, aquel reino había prosperado fuera cual fuera su origen, allí, en el centro de todo, y aun así, independientes del resto.

Tiserisha ya se había cansado de buscar a Akiyama por los reinos de poniente, y supuso que la labor que lo empujaba a viajar como cuando lo hacían juntos, lo llevaría también por aquellas tierras. O, al menos, esa era su esperanza.

Poco era lo que conocía de aquel reino. Lo que hubiera visto en viejos mapas y lo que había escuchado con desinterés en tabernas a viajeros y comerciantes o a víctimas de su lujuria o sed de sangre. Cosas como que ninguna de las religiones tenía cabida allí, ni tan siquiera el Sanctum, que comenzaba a desbancar a las demás en las tierras de poniente. Cosas como que el sexo y el libertinaje eran bien allegados a las costumbres que imponían sus mandamases, algo que no pudo evitar pensar que encajaba a las mil maravillas con su pueblo, lo que la hizo preguntarse el porqué no dejaban el bosque Minosa atrás y buscaban crear nuevas raíces allí.

Pero lo que sí sabía sobre aquel lugar, pues estaba en boca de todos, era que las brujas se habían asentado allí y parecían no querer mover sus traseros de aquellas tierras. Lo que solo podía significar una cosa.

«Han encontrado a otro de los cuatro dioses»

Y si seguían asediando aquel reino solo podía ser porque aún no habían acabado con él. ¿Sería Akiyama? Si fuera así, tenía que empezar a mover el culo, a darse prisa.

En su caminar bordeando los Desfiladeros de los Infiernos no halló un solo menhir de aquellos que el dios Terra colocara para a saber qué, lo que quería decir que por allí aún no había pasado. No eran malas noticias, más bien, todo lo contrario. Estaba en el camino correcto. Donde no estuvieran aquellas rocas con runas formando un ojo del color de la sangre fresca debían ser lugares que el dios Akiyama debería pisar en algún momento. O eso dedujo ella.

«Si ese bastardo no ha pasado aún por aquí y las brujas están atacando estas tierras quiere decir que posiblemente esté cerca»

—¿Qué vamos a hacer? —dijo con su torpe voz Yakull, que no le perdía el paso.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora