CAPÍTULO VIGESIMOSÉPTIMO

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Desde que encontré al grandullón, hay algo extraño que late dentro de mí. Yo solo busco venganza. Y la soledad siempre fue mi mejor compañía. No rindo cuentas con nadie, y puedo seguir mi camino sin trabas, sin obstáculos innecesarios. La soledad me gusta, me hace... fuerte. Y el día que encuentre a mi creador, y le corte la puta cabeza, solo entonces, podré plantearme el buscar otra forma de vida. Pero hasta entonces, mi camino es egoísta, solitario.

¿Por qué me lo repito tanto?

¿Por qué?

¿Quizá porque desde que encontré a ese grandullón no me siento... sola?

Tiserisha, Notas


***


El calor del verano era sofocante, y el sudor recorría su espalda a pesar de era noche cerrada.

Tiserisha, oculta sobre una rama, divisó el carromato al que le seguía la pista, y al que adelantó para hacerle una emboscada. Portaba unos cuchillos oxidados. No eran gran cosa, pero llevaba demasiado tiempo sin cruzarse con comerciantes de armas y acero, y aquella no solo era una buena ocasión para renovar su cuchillería, sino porque la procedencia de aquellos mercaderes era de especial interés para ella; venían de Findalia, y quería saber qué historias recorrían las últimas tierras que pisara en el pasado junto al bastardo de Akiyama.

El carro se detuvo, uno de los cocheros saltó y salió disparado hacia los arbustos ballesta en mano.

—¿En serio me vas haser parar en una mierda sitio como este? —protestó el que permaneció en el pescante.

Uno de los tres jinetes que llevaban de escolta echó a reír a todo pulmón.

—¡El hideputa se caga por la patabajo! —dijo entre carcajadas—. ¿Acaso no sabe beber el muy cabrón? Y pa qué llevas eso contigo, ¿acaso las mujeres como tú saben disparar?

—La culpa es vuestra, y solo vuestra —se quejó de nuevo el cochero que permanecía aún en el carro—. Si no le hubieseis dao la mierda esa de bebida vuestra...

—Si no aguantáis el licor de Tartés —dijo otro de los jinetes, uno con media cabeza afeitada al cero y una armadura hecha de trozos de metal oculta bajo una capa—, es que no sois hombres de camino. Así que no sé qué coño hacéis de ciudad en ciudad.

—Pues pa eso os contratamos, cabrones desagradecíos.

Ante aquel insulto, el medio rapado apretó el gesto, como si sus entrañas lo empujaran a enseñarle modales al comerciante.

Tiserisha agarró tres de los cuatro cuchillos que tenía y se dispuso a dejar sin compañía al mercader. Pero algo la retuvo, algo que sintió bajo los pies. En la rama.

«Maldita sea... ¿Qué coño pasa ahora?». 

—Un segundo... —dijo el tercer jinete, mirando en dirección hacia donde se perdió el de la colitis—. ¿Sentís eso?

El suelo comenzó a emitir un temblor. Uno que a medida que pasaban los segundos fue en aumento. Uno al que acompañó una voz aterrorizada, gritando auxilios, ayudas y socorros.

Sin pantalones, y con un rastro marrón dibujado en el interior de las piernas, surgió a lo lejos de entre los arbustos y helechos el comerciante con colitis tirando su ballesta a un lado, animado por el susto que pareció haberle hecho olvidar sus pantalones.

—Qué coño... —murmuró el que tomaba asiento en el pescante.

Los mercenarios echaron mano a sus ballestas, tan presto como pudieron, y tras el cagón, haciendo estallar las ramas de los árboles y los arbustos, surgió un gigante que bien podía medir como ellos tres, uno sobre el otro, lleno de músculos y mala leche, rugiendo, fuera de sí.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu