CAPÍTULO OCTAVO

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—Tisha... —fue cuanto pudo exhalar Vladd con el rostro petrificado.

Sandra corrió sin dejar de gritar hacia la puerta, emanando efusividad por cada uno de sus poros. Se lanzó a los brazos de Tiserisha, que la correspondió de igual modo. El vampiro a espaldas de la recién llegada, un tipo hosco y de apariencia juvenil, mostraba un semblante blanco como la cal, como si acabara de recibir el mayor de los sustos.

—Puedes retirarte... —le dijo la recién llegada—. Sea cual sea tu nombre.

El joven vampiro se retiró sin mediar palabra. Aquella mujer había llegado hasta allí sin siquiera ser vista ni en el bosque, ni el mismo castillo. Y no solo eso; había logrado inmovilizarlo con sus manos desnudas, a pesar de que debía pesar la mitad que él.

—Veo que no perdéis el tiempo en mi ausencia —dijo con una sonrisa adornando su rostro—. ¿De quién es ese?

Vladd se encogió de hombros, desviando la mirada.

—Bien, hijo mío —asintió Tiserisha—. Hay que seguir haciendo crecer la familia, ¿no? Espero que te deshicieras de la humana que lo dio a luz.

—¿Por quién me tomas, Madre? ¿Desapareces todos estos años y me vienes con sermones de cómo se han de hacer las cosas por aquí? Te recuerdo que llevo este lugar en tu ausencia desde...

—¡Cállate ya, hermano! —dijo Sandra sacudiendo las manos—. Madre ha venido, sigue con vida. —La miró a los ojos, sonriendo—. Ya pensaba yo que estabas muerta como una rata en un cocido.

Y echó a reír, contagiando a quien volvió a abrazar.

—No, hija mía. Ya sabes que soy dura como una piedra.

Las dos se volvieron hacia Vladd; viéndolas una al lado de la otra, nadie en el mundo de los mortales podría asegurar quien era hija y quien madre. Y entonces el joven vio lo que ya había percibido por el olor cuando entró por la puerta.

—Ahora entiendo por qué has vuelto —sonó su voz a reproche.

Tiserisha se miró a sí misma y posó los dedos en su tripa.

—Bueno —dijo—, este es el hogar de los míos. ¿O quizá ya no lo es?

El chico rechazó aquella verde mirada echando la suya a un lado.

—No lo sé —masculló molesto—. Tú sabrás. Que yo sepa he sido yo quien ha vivido aquí desde siempre y encima ha tenido que hacerse cargo de guiar a los nuestros. De criar a tus hijas e hijos. Y eso sin ser quien debería estar aquí liderándolos. —El reproche se plasmó esta vez en la mirada que le dedicó—. Yo no pedí estar al mando de todo esto. Y desde luego no me interesa en absoluto el título de Drácula. Quien lo quiera que se enfrente a ti en duelo individual y lo reclame, porque yo estoy ya harto. No me interesa una mierda seguir tratando de encabezar a esta panda de egoístas. Con esto que digo solo quiero que entiendas que se llama hogar al lugar donde se tiene el corazón puesto día y noche, dando la cara. A donde que hay que desear volver si uno se va. Si no, no lo llames así.

Tiserisha se acercó con paso tibio, acarició la mejilla del chico y luego peinó su alborotado cabello. Miró con picardía a Sandra que se encogió de hombros al saberse descubierta. Habló al joven con un susurro que lo hizo estremecer.

—Lo único que echo en falta en mis largos viajes es a ti y lo que logras hacer conmigo en la cama.

Sandra los miró en silencio y decidió retirarse sin borrar la sonrisa de su rostro.

—Nos vemos en la cena, Madre. Me alegro de que hayas vuelto, aunque solo sea para dejar a otro de tus vástagos.

Cuando la puerta se cerró, Tiserisha comenzó a pasear por la estancia. Vio el desastre sobre la mesa, la tinta esparcida con pasión sobre el firme. El olor en el ambiente de algo que no culminó y, aquello, fue lo que la hizo estremecer a ella. El chico habló tratando de evitar el mirarla.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Место, где живут истории. Откройте их для себя