CAPÍTULO DECIMOSEXTO

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Él nunca me abandonaría. Y, de hecho, nunca lo hizo. No iba yo a hacer menos...


***


—Cómo pesa el muy cabrón.

Las quejas de los tres hombres comenzaron a colmar la paciencia de Joncas, que tiraba tensando sus fuertes músculos desde arriba del carromato.

—Dejá las putas quejas pa otro día, coño. Que bien os vais a olvidá de estos esfuerzoh cuando estemos en La Casa Feliz gastando las mil rilias que vale este mocetón. Además, puesto que Carl ha caío, cabemos a más por cabeza.

Y una carcajada circuló entre los presentes.

—¿Y la bruja? —preguntó uno.

—Al carajo la bruja —contestó otro—. Por lo que sacamos deste ya poemos está de fiesta un año. Eso sí, la porecita echará de menos la verga del grandullón.

Y de nuevo, otra carcajada a coro.

El centauro observaba al resto trabajar, incluso al mismo chupasangre, el cual no pudo evitar ser él quien se quejara en esta ocasión.

—Aquí todos arriman el hombro, caballito. No te creas más importante que el resto y ayuda, o soltaremos a las jacas y tendrás que tirar tú del carro como compensación.

El inhumano mitad bayo, debió de perder la protesta que iba a pronunciar, pues sus labios se detuvieron en un rictus de dolor ajeno, al ver a uno de los hombres caer con un puñal atravesado se lado a lado tras los ojos.

—¡Nos atacan! —armó el arco en lo que dura un latido de corazón y comenzó a escrutar la oscuridad que se agazapaba más allá de la luz de las antorchas.

El vampiro corrió como un espanto y subió por un grueso tronco hasta tomar altura entre las copas. Pensó que allí divisaría mejor a su presa, pues era quien mejor se desenvolvía en la noche. Una desagradable sorpresa lo agarró desde atrás. La preocupación tiñó su rostro al comprobar que ni con su fuerza sobrehumana lograba zafarse de la tenaza que inmovilizaba sus brazos.

—No es posible... —dijo en un hilo de voz—. No te he olido llegar, ¿cómo es eso posib...?

—Shh —le exigió silencio quien dedujo que era una chica—. Hijo mío, respeto que marchéis, que busquéis vuestro rumbo. Que os aventuréis al encuentro de un destino propio. Como yo misma hago y haré por siempre.

—¿Madre Drácula? —le tembló la voz—. No... No puede ser... Dijeron que era una bruja, una de esas hechiceras que ahora moran por el mundo. No... No podía saber que eras tú. —Le temblaron las piernas sobre la gruesa rama en que se encontraban—. No, madre. Piedad. No sabía que...

—No hay tiempo para lamentos —susurró envuelta en sombras Tiserisha—. Quien atenta contra los míos, no merece mi piedad. Y, hoy día, ese grandullón de ahí es más fiel a mí que cualquiera de todos vosotros.

—¡Aquí! —fue el último grito del chupasangre, cuyo cuello giró como una peonza acogiendo la muerte con un terrorífico chasquido.

Una flecha voló rauda entre las ramas, y la hoja de un cuchillo afilado como una navaja de afeitar la sesgó justo por la mitad. Tiserisha recordaba bien como usar aquellas armas, y con una tenebrosa sonrisa, volvió a desaparecer entre la espesura de las copas.

El jayán de hermoso rostro agarró el arco de quien cayó muerto a sus pies, y temblando, casi acertó a unir flecha con cuerda.

—¡Sal de ahí, bruja! —alzó la voz el centauro, que apuntó directo al cráneo de Yakull—. O tu amigo no lo contará.

TISERISHA "Tres siglos de odio"Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin