Capítulo 26.

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Se sentía aturdido y eso fue lo primero que pasó por su mente en cuánto recuperó consciencia. Tenía la boca seca, los labios rasposos e hinchados y sus fosas nasales estaban empapadas del inquietante olor característico de un hospital; latex y desinfectante. Dió cuenta de cada uno de esos detalles antes de abrir sus ojos. En parte porque no sentía deseos de despertar del todo aún, y en parte porque sus ojos estaban casi sellados y abrirlos estaba siendo todo un desafío. Lo habían sedado, no había duda.

Respiró profundo, trató de estirarse y solo entonces sintió el tirón de su herida. Estaba caliente, palpitaba, pero estaba cubierta, seguramente también desinfectada. Ahora sí que abrió los ojos, le dedicó una mirada borrosa a su adormecida extremidad girándola suavemente de un lado a otro para verla bien. Traía una venda blanca a penas transgredida por unas cuántas manchas rojizas, casi no sentía dolor, era más como un ardor, a veces juraba que era capaz de sentir sus células regenerándose a velocidad pasmosa para sanar la herida. Echó la cabeza hacia atrás unos segundos, sintiendola muy pesada como para seguir inclinándola hacia el frente. Después de descansar un poco se decidió al fin a analizar su entorno. No se alteró al verse rodeado, pasado el shock inicial del ataque ya no sentía tan alterado, el wendigo no existía más y él estaba seguro en una habitación perfectamente iluminada. Su padre dormitaba en una silla pequeña a su lado, sujetando su mano con la perfecta combinación de firmeza y delicadeza que solo un padre puede conseguir, se sintió mal al verlo tan poco descansado, seguro ni había comido. Siguió su escáner hasta el sillón del frente donde Scott y Jackson dormían tranquilamente, sonrió suavemente al verlos. Estaban bien.

- Alison está haciendo turno con Danny, le darán de alta hoy, pero no querían dejar solo a ninguno. No te preocupes, vino desarmada, el sheriff le pasó un detector de metales - comentó una voz ronca y peresoza a un costado, el único que no había revisado. Su primera reacción fue un respingo y tensarse como cuerda, como cuando era niño y fingía estar dormido para quedarse en casa de Scott y su padre lo atrapaba en plena travesura, pero sólo duró un instante, a penas unos segundos en los que la neblina de su mente se disipó para dar paso al entendimiento. Giró su cabeza tan rápido como pudo, se mareó un poco pero valió la pena en cuanto un rostro fuerte y cálido se cruzó con el suyo.

- Derek - murmuró tan nítido como le fue posible con la garganta desecha y el influjo de la estupefacción sobre él. El lobo le sonrió, tan perfecto como siempre, una hilera blanca y curveada decorando su rostro, sus ojos brillantes y achinados. Trató de corresponder sintiendo que a pesar de su esfuerzo su faz se deformaba en una mueca que precedía al llanto.

- No tolero verte de blanco Caperucita, no me lo tomes a mal pero no es tu color - aseguró dejando una caricia demasiado corta y suave en su mejilla, limpiando una lágrima que no había notado ya caía por su rostro. Trató de fruncirle el ceño en un supuesto gesto indignado, pero solo a medias, porque contraer sus músculos le había causado un punzada que le había atravesado el cráneo y entre el llanto y la risa, no le daba para fruncir el ceño.

- Juraba que las camisas blancas se me ven muy bien - alegó en un vago intento por no quedarse callado a pesar de que le temblaba la voz con cada palabra y que tenía los ojos enrojecidos al borde de las lágrimas. Emocionado como estaba no sería capaz de decir más y Derek lo entendía, revolvió su cabello con cariño dándole espacio para que se desahogara.

Durante unos largos minutos el humano se dejó llevar por el alivio, la calma y se permitió desfogar la dolorosa opresión que las últimas 24 horas le habían ocasionado. Lloriqueo un rato en voz baja, casi ni se le oía resoplar, pero se tomó su tiempo para procesar todo lo que había pasado y agradecer que había salido bien librado. Hasta entonces no había notado realmente lo vulnerable que era ante el mundo, su mundo, el wendigo no era más que un caníbal maldito, un simple psicópata que había estado a punto de matarlo en menos tiempo de lo que el mundo sobrenatural había intentado.

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