Prólogo

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Era simplemente fascinante, la manera casi delicada con la se deslizaba por su cuerpo, la calidez que emanaba y su delicioso aroma

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Era simplemente fascinante, la manera casi delicada con la se deslizaba por su cuerpo, la calidez que emanaba y su delicioso aroma. Sangre. Deslizó lentamente su lengua por sus labios y pudo saborearla a placer. Ese tipo de recompensas eran las que ameritan una meticulosa cacería, aquel embriagante sabor era justo lo necesario para alimentar su adicción y mantenerlo con vida.

Se sentía pleno y satisfecho, rebosante de gloria y vida, poco a poco fue sintiendo su cordura en tinieblas de placer que provocarían su lenta desaparición entre los profundos laberintos de su mente, sus torrenciales pensamientos, el deseo de más, más muerte, más gritos de dolor, más lágrimas y alaridos de desesperación... 

Pero no, hoy no.

Se dió un último chapuzón, dispuesto a salir de la tina y apagar la estúpida alarma. El ciclo había concluido de manera eficaz, una cena exquisita y un spa relajante, no existía nada mejor. El calor de la hoguera, donde la evidencia de sus pecados ardían en llamas, había evitado que la sangre se enfriara prolongando la deliciosa sensación de un cuerpo perdiendo la vida entre sus brazos y por supuesto le había ahorrado un par de futuros problemas legales.

Se deleitó con la imagen de su nueva víctima, delineó su perfil y cada uno de sus rasgos. Aquella nariz respingona, curiosos ojos color avellana, delicados lunares adornando su tersa piel y delicados labios, que apostaba se verían muy seductores al gritar de dolor y agonía.

Sintió una mirada sobre él, la mirada desorbitada y sin vida de su última víctima. Ricardo Belladona, una perfecta presa, había disfrutado mucho cazarlo a pesar de su horrible nombre.

— Oh lo siento Ricky, no te pongas celoso, no es personal solo trabajo — le dedicó una última mirada pícara y un guiño de despedida al cuerpo inerte a sus pies y con descuido tomó una de las fotografías en su escritorio, no recordó estar cubierto de sangre hasta ver la mancha en la imagen.

— Dios, soy un desastre, permíteme Ricky, debo arreglar esto — paso por encima del cuerpo disfrutando del crujir de los pocos huesos que aún tenía en pie bajo su zapato. Ya luego se desharía de él, el ciclo había terminado era hora de volver a empezar.

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