Epílogo.

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Gruñó entre dientes, aferrándose tercamente a su calefactor lupino mientras escuchaba a lo lejos movimiento en la casa y empezaba a percibir el aroma a panqueques con chocolate que no había distinguido hasta ahora. Se negó a dejarse arrastrar por la luz a la consciencia y buscó como enredar su pierna para no dejar que Derek se moviera cuando lo sintió intentar enderezarse.

— Caperucita tenemos trabajo que hacer — le recordó riéndose por lo bajo al verlo tan terco.

— Diles que esperen — ordenó necio.

— Prometiste llevar a Cora a comprarse algo bonito para la cena — le recordó sabiendo que eso lo convencería. El castaño empezó a resoplar pero lo liberó de su agarre mortal y se sentó en la cama. Despeinado, sin camiseta y lleno de marcas que aún no acababan de desaparecer.

— Recuérdame, ¿por qué invitamos a las manadas vecinas a la mansión? — inquirió estirándose como gato antes de tirarse nuevamente a la cama pero ésta vez cruzándose de lado a lado buscando su camiseta.

— Porque lo hemos estado haciendo desde que restauramos a la comunidad sobrenatural de Beacon. Y fue tu idea — le recordó el lobo inclinándose para alcanzarle la camiseta él mismo, al ver sus penosos intentos fallidos.

— Ya no quiero — declaró ya medio vestido y todavía sentado reacio a moverse.

— Tarde — aseguró el moreno antes de dejarle un corto beso en los labios y caminar al baño del cuarto.

— Espera, no me dejes — exigió el humano por fin levantándose y corriendo tras él.

Y es que habían pasado tantas cosas en los últimos años. Restituir una manada desde cero había sido increíblemente complicado, les había costado mucho y habían tenido tantos altibajos que en cierto punto no creyeron que lo lograrían, pero a la final habían sido miedos vanos. Convertir a los betas había sido todo un problema, Stiles y Derek habían tenido un broncón tan fuerte que literalmente casi se ahorcan el uno al otro, pero ya estaba hecho, así que después de una salvaje sesión terapéutica decidieron lidiar con el problema paso por paso. Liberar a Jackson cuando fue tomado como arma siendo kanima, entrenar y proteger a los cachorros cuando la manada de alfas y Jennifer trataron de hacerles daño.

Las cosas habían salido mejor de lo que esperaban, y antes de terminar la preparatoria ya eran una manada hecha y derecha, con dos alfas, una mujer coyote, una banshee, una quimera, un cancerbero y varios lobos. Tras haber adquirido esa cantidad de poder y con el respaldo del apellido Hale, plantarse como manada y reestablecer alianzas con el resto de la comunidad fue relativamente fácil.

Siendo la única manada con un druida y tanta variedad de especies rápidamente se volvieron un punto de referencia para la comunidad, y nuevamente la mansión, ya reconstruida, se llenó de vida y seres sobrenaturales.

Stiles y Derek se habían mudado juntos hace poco, después de que el humano hubiera concluido con su formación en la academia de policías. Una decisión que había impactado a todos, quiénes creían que el humano querría estudiar en la academia del FBI. Pero Stiles no podía estar más feliz, trabajando en la comisaría, con su padre, en su pueblo y con su manada, siendo un personaje importante en dos mundos concentrados en un solo lugar.

Así que brindaban cenas y barbacoas muy informales para procurar la convivencia de vez en cuando, recibían a los forasteros para asegurarse de que no tuvieran segundas intenciones y cuidaban del condado entero

Como manada no podían estar mejor. A pesar de todos los problemas que habían tenido en un principio, se llevaban muy bien. Derek había acogido a Isaac como a un hermano, incluso habían arreglado papeles para que tomara el apellido del clan. Él, Cora, Peter y Malia vivían en la mansión con Stiles y Derek aunque la mayoría de la manada pasaba ahí todo el tiempo, ya hasta tenían habitaciones para quedarse cuando fuera necesario, así que prácticamente todos vivían de cierta forma ahí. Isaac salía con Jackson desde hace un par de años, Scott a riesgo de perder el cuello se había enamorado de Malia, y llevaban una adorable relación de manitas sudadas. Otro que quería morir era Theo, quién jugaba a Romeo cortejando al más joven de la manada. Lydia y Parrish eran la pareja más melosa de todo el condado, y como cereza del pastel Erika y Boyd se habían casado hace poco. Algo apresurado a ojos de su alfa, pero de todos modos bienvenido.

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