(𝟏𝟕) · 𝐌𝐚𝐤𝐫𝐢𝐧𝐢𝐭𝐬𝐚 ·

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Como ya dijimos hace varios capítulos, la familia Galanis, o la mayor parte de ella, reside en Grecia

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Como ya dijimos hace varios capítulos, la familia Galanis, o la mayor parte de ella, reside en Grecia. Concretamente, están asentados en Makrinitsa, un pequeño pueblo de piedra de apenas novecientos habitantes en el que, del más anciano al más joven, todos son magos y brujas. Hacen un buen trabajo en aparentar que son muggles, ya que viven en gran parte del turismo de la zona, pero si un muggle intenta pasar la noche allí en una posada o trata de comprarse una propiedad, le será imposible. Siempre ocurre algo que hace inviable la estancia prolongada de más de un día: o no quedan habitaciones en las posadas —que son solo para magos y brujas— o no hay casas en venta, o justo alguien se queda la que ibas a comprar, y así.

Los griegos son ligeramente distintos a los ingleses en cuanto al empleo de la magia. Si bien también poseen varitas y acuden a una escuela de magia, son un poco más inclinados a buscar siempre algo que va más allá de los libros de teoría. La magia sin varita, por ejemplo, es una única asignatura en su colegio, puesto que no quieren depender de un solo objeto para poder expresarse. También le tienen un miedo terrible a los squibs, aunque si les preguntaras, te dirían que eso es mentira.

La realidad es que toda la familia Galanis pensaba que Neville sería un squib y el tío Algie terminó poniendo fin a esa discusión tirando al chiquillo por la ventana para ver qué ocurría. El niño rebotó, demostrando que sí era mágico, y eso zanjó la discusión. ¿Recordáis lo que dijimos de que Augusta no se encontraba cómoda junto a esa parte de la familia? Ya sabéis por qué.

Lejos de toda esa excentricidad, lo cierto es que los Galanis son una buena familia. Tienen una bonita casa de piedra al final del pueblo, con un enorme huerto de manzanos en el jardín que atrae turistas por doquier. Ahí se criaron Algie, Cressida, Alice y Pandora, y ahí le habría encantado a Thea criar a Nyx, Luna y Neville, pero sus dos hijas pequeñas se habían enamorado de un inglés y se habían quedado en ese país tan frío y gris en lugar de mudarse a la bella Grecia, como a ella le habría gustado.

El abuelo Nic, como todos le llaman, es quien se encarga de recibir el traslador que transporta a Neville, Nyx y Luna a las afueras de Makrinitsa el veinticinco de julio a las 15:56. Los tres aterrizan de cualquier manera por el suelo, cada uno más manchado de tierra que el anterior. Luna se ríe a plena carcajada en cuanto nota que tiene el pelo lleno de hojas y ramitas, y Neville intenta limpiarse el pantalón como puede. Nyx tiene ganas de usar su varita para retirarse el barro de los zapatos, pero recuerda que no está en su casa —a Augusta ya sabemos que le da igual lo que diga el Ministerio sobre los menores de edad y la magia— y le pueden poner una buena sanción.

—¡Mis nietos! —saluda el abuelo en inglés.

Nyx y Neville, para disgusto de sus abuelos, no hablan casi griego. A Luna le enseñó Pandora antes de fallecer, y lo poco que saben sus sobrinos es lo que ella les iba contando o lo que sus abuelos intentaban hacerles aprender cuando los visitaban en verano. Sin embargo, esas simples nociones no son suficientes para entender el idioma con fluidez, y de poco sirve intentar estudiarlo porque tiene un alfabeto complicado y... Nyx no tiene paciencia para ese tipo de cosas.

· Díada · (Cedric Diggory)Where stories live. Discover now