Capítulo 11

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Hubo una época en la que Katsuki Bakugo fue castigado por burlarse de un dios, por tratarle arrogantemente y no ser consciente de su mortalidad.

El don, la bendición que se le había sido otorgada a todos como una opción adicional a la magia, se le permitió quedarsela, pero cada vez que la usara, habrían millones de agujas siendo enterradas en sus manos, rompiendo, lastimando toda su carne.

Katsuki Bakugo no le tenía miedo a nada, que no fuera su propio don.

Y ahora, al hecho de perder a Izuku.

Cuando se despertó a media noche, con las manos vendadas y el cuerpo cansado, lo primero por lo que preguntó fue Izuku.

—Está en su tienda —había dicho la hechicera Ochako, quién como siempre, estaba en donde debía estar—. Estuviste un día inconsciente, y nosotros estuvimos un día entero, sin parar, sanando el cuerpo del pequeño rey. Luego de que te desmayaste, él también cayó rendido, casi muerto.

—¿Él...? ¿Está bien? Dime qué está bien.

—Duerme como un niño.

Rápidamente se levantó del montón de mantas, dispuesto para ver a su omega, y poder estar con él.

Sin embargo, la hechicera lo detuvo. Katsuki advirtió un brillo extraño en sus ojos, y luego notó que eran lágrimas.

—Por favor, sanate tú antes de intentar ayudarlo con el lazo —susurró. Alzó su mano a la altura de su estómago, e hizo brillar una pequeña luz anaranjada—. Estás herido, y si vas para intentar ayudarlo, será peor. Cura tus heridas y luego ve con él.

Una opresión en su pecho se hizo presente. Recordó las heridas en sus manos. Recordó el dolor. Recordó el castigo.

Se sentía impotente. Solo hizo explotar una mísera planta y se desmayó, un inútil completamente.

Ni siquiera podía ayudar a su Deku en el estado que estaba.

—Por favor, rey dragón, cuídate. Él te necesita.

Asintió, y volvió a sentarse, con desánimo en su interior. La hechicera se fue, no sin antes entregarle una pequeña cajita de madera con una crema que Momo había creado para las heridas de sus manos. Dijo que haría efecto en un santiamén.

—Lamento ser un alfa tan débil e inútil como para no poder protegerte ni de ti mismo —masculló, recostandose y cerrando sus ojos—. Eso no será por mucho tiempo. Seré tan fuerte que podré compartir mi fortaleza contigo, y ambos seremos jodidamente fuertes.

Era de esa forma. ¿Cómo podría llamarse digno de su omega, cuando había fallado en la misión de protegerlo?

Mientras el alfa se hundía cada vez más en su propio pensamiento lleno de enojo contra sí mismo, el rey del bosque despertaba de su largo sueño.

Las quemaduras que habían dañado su cuerpo ya no estaban, y su piel seguía siendo tan suave como siempre. Sin embargo, las cicatrices se mantuvieron.

Esas marcas eran un recuerdo del destino, de la muerte, y de la responsabilidad que conlleva ser un niño bendito.

Ochako de inmediato fue a la tienda del pequeño rey, pues apenas sintió su energía estable, supo que había despertado.

Quería reclamarle, quería regañarlo, quería pedirle perdón por no haber hecho caso a la visión, y quería darle un golpe que lo hiciera reaccionar para que dejara de anteponer la vida de los demás antes que la suya.

Pero al entrar, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Sus sentidos estaban aturdidos. No comprendió que estaba pasando.

Y los dioses no hablaron.

Verde Jade (Katsudeku + Omegaverse) Where stories live. Discover now