I | Un atardecer más

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Era una de las pocas personas que se quedaba observando el cielo cuando oscurecía

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Era una de las pocas personas que se quedaba observando el cielo cuando oscurecía. Mi juventud me permitía quedarme un rato a pensar que formas tenían las nubes. Unas parecían nutrias, otros búhos, pero siempre mi imaginación corría por los pasillos de mi mente. Era muy gratificante mi soledad.

A mis dieciocho años he pasado por varias relaciones, que me han demostrado que el tiempo no lo es todo, sino el bienestar que te puedan llegar a brindar la otra persona.

Esto lo mantenía en secreto, por lo menos no lo hacía notar mucho, ya saben, el famoso "que dirán" de las personas. Es agotador vivir en un mundo donde te juzgan por la mínima cosa, pero aprendía poco a poco a vivir con ello.

Era una romántica frustrada que deseaba cumplir su sueño de niña: encontrar el amor verdadero. Ese amor que te hace sentir mariposas en el estómago y no una simple adrenalina. Los que te sacan risas a punto de llorar de la felicidad. A los que simplemente es estar ahí con esa persona y sentirte bien. Ese sentimiento solo lo había sentido una vez, hace mucho, pero mucho tiempo.

Mientras, solamente disfrutaba mi soledad en aquel atardecer que cubría las montañas en la lejanía, aunque las flores se marchitaran. En ese momento supe que el destino es bastante jodido. Tal vez en otra vida podamos vivir lo que viene a continuación, pero si es en esta estaría lo más dispuesta posible.

Las estrellas estaban tomando protagonismo. Las personas caminaban, distraídas en sus móviles. Curiosamente, solo tú y yo estábamos observando la realidad. Algo desgarradora ella.

Decidí acercarme a ti, ya que me causabas cierta curiosidad. Nunca me había percatado de que alguien más rondara el mismo lugar que yo.

—Hola.

Fue lo primero que se me ocurrió decir.

—¿Vienes mucho por este punto? —suelto.

—Sí, de hecho, es mi sitio favorito.

—Interesante, el mío igual. Es bonito ver el atardecer desde esta parte de la ciudad, donde el mar suena una linda melodía.

Él me dedica una mirada que no sabría descifrar. Parecía alguien frío, pero con un pasado que lo llevo a ser así. Su aura me relajaba, tal vez porque le gustaba ver el cielo igual que a mí. Su pelo negro tapaba casi sus ojos sin dejarme verle por completo.

—Ya me debo ir —dice y a continuación se levanta.

Yo solo asiento y me le quedo viendo el cómo su anatomía se iba reduciendo con la distancia.

Mi cuerpo desde ese día se sintió extraño, pero no sabría decir con certeza hasta el día de hoy que era. Decido hacer lo mismo que el chico y me marcho a mi casa.

Seguía pensando en el camino del cómo perdía el tiempo, tratando de que alguien se fijase en las cosas buenas que tenía. Hoy era mi cumpleaños y nadie me ha felicitado. Solo mi familia, y supongo que tendría que adaptarme con eso... supongo.

Cuentos para dormir con la muerte | En proceso |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora