XI | El cielo roto

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Claire era una chica que le gustaban —o más bien le fascinaban— las fiestas en su vida de universitaria

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Claire era una chica que le gustaban —o más bien le fascinaban— las fiestas en su vida de universitaria. Había perdido la cuenta a cuántas ha ido y a cuántos chicos totalmente desconocidos ha besado. El sol se asomaba por el este mientras ella iba a una velocidad considerable por la Ruta 12 hacia Benedet, su pueblo. Los mensajes de su teléfono sonaron y un montón de llamadas pérdidas de sus padres por igual.

Disminuyó la velocidad y agarró su teléfono para llamarlos.

—Soy yo —dijo—, le he dicho que no me llamen, no quiero saber nada de ustedes, por favor.

—Solo nos preocupamos por ti —declaró su padre—. Tu madre está en un estado que no quiere ni siquiera comer algo.

Una decoloración en el cielo hizo que se mostrara morada.

—Me importa una mierda, ella no es mi madre. No después de lo que le hizo a mi hermano —aceleró con rabia—. Papá, aléjate de mí, de mi vida y sobre todo...

—¿Acaso viste el cielo? —interrumpió su padre—. Es de color morado.

Claire paró el auto, había una tranca, todas las personas salían de sus autos y miraban al cielo morado.

«¿Qué está pasando?» Pensó mientras abruptamente colgó el teléfono, ya no quería escuchar a su padre.

—Oye —llamó a uno de los conductores—, arranca tu auto ¿A caso nunca has visto un cielo morado?

El hombre se quedó mirándola sin decir palabra y media, solo apuntaba con el dedo. Claire bajo del auto donde más personas hacían lo mismo. El cielo tomó diversos colores, cambiantes: Primero verde, después rojo, azul, gris, morado, negro y por último amarillo.

Como si fuera medio día, las personas miraban impresionados por aquel extraño fenómeno. Consigo llegó la lluvia, de repente, hizo que Claire y el resto entrarán a sus autos.

Paró.

Después de la extraña lluvia, llegó una ráfaga de viento; como si un huracán llegará de repente. Claire vio por el retrovisor como esa ráfaga de viento impulsaba algunos autos.

El viento paró, algunos carros estaban boca abajo y la mayoría de las personas se preguntaron «¿Qué estaba pasando?» El cielo seguía cambiando, el ambiente era pesado ¿Cómo era posible todo aquello?

Claire salió del auto una vez más y entonces...

El cielo se rompió de lado a lado: la fisura llegó desde el sur y se abrió como rache de pantalón hasta el norte, después se abrió desde el oeste hasta el este, formando así una cruz.

Del cielo cayeron grandes truenos que impactaron al suelo y a los árboles, y movieron montañas. El mundo se acababa y Claire lo supo.

La gente intentó correr, montarse en sus autos, pero más pronto que tarde los autos explotaron, la gente empezó arder de repente, hombres, mujeres y niños.

Claire fue la única que no ardió.

Corrió dejando todas sus pertenencias excepto su teléfono, del cielo brotaron criaturas amorfas, con alas, sin pelos, solo su piel desnuda. Cazaban a cada ser vivo que habitaban ahí.

Después un grito se asomó desde el cielo e hizo que la tierra temblara. «Es la furia de Dios, el mundo se acaba.»

El terremoto hizo que se destruyera toda la carretera abriéndose en dos.
Claire ya sin aliento, cayó en el pavimento agotado, pensó en todo lo que pasó con su hermano menor, no poder perdonar a su padre y madre, pues pensó que no tenían la culpa de su muerte.

Y de esta tampoco.

Del cielo emergieron rayos y entonces salió una pierna cadavérica con una especie de cuerda negra enrollándolo. La pierna aplastó a Claire y destruyó toda vida existente a 100 kilómetros a la redonda.

Laura miraba por última vez la foto de su hijo por su teléfono, se encontraba en el hangar 61 de la fuerza aérea estadounidense

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Laura miraba por última vez la foto de su hijo por su teléfono, se encontraba en el hangar 61 de la fuerza aérea estadounidense. Miró el fenómeno extraño del cielo, bestias de todo tipo salían de aquella ruptura de la realidad. Ella creyó que aquello era una pesadilla y si no lo era, el mundo no estaba preparado para algo así.

Se preparó para subir a su caza y sobrevolar el cielo, ver el perímetro y ver que tan grave es la situación.

El caza voló, junto con Laura, diez personas en sus respectivos cazas tomaban vuelo. El cielo era de un color nunca antes visto, indescriptible para el ser humano. Se escuchó un grito proveniente desde esa dimensión. Laura observó desde aire como el hangar se abría en dos y explotaba.

Le pidió a Dios que su hijo estuviera bien.

—Aquí foxtrot a base, me recibe, cambio. —sin respuesta— ¿Qué hacemos, Laura? Estamos sobrevolando perímetro desconocido y creo qué...

La explosión no dejo terminar a Leonardo. El caza cayó en las profundidades del océano junto con los otros diez.

Estaba perdida, una pierna cadavérica con una cuerda negra enrollándolo emergió del cielo roto, destruyó todo a su paso. Laura esquivó todo, pero lo sabía, sabía que iba a morir y no con su hijo.

—Dios, si mi hijo sobrevive, por favor cuídalo mucho.

El cuerpo completo de la calavera salió y dio un grito fuerte, Laura se acercó a la cara de la bestia y se entregó a la eterna muerte.

El cuerpo completo de la calavera salió y dio un grito fuerte, Laura se acercó a la cara de la bestia y se entregó a la eterna muerte

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Cuentos para dormir con la muerte | En proceso |Where stories live. Discover now