XII | Camelia

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Decían que era mejor llorar que estar enfadado, al menos eso me dijo mi padre el día que casi mata a mi madre

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Decían que era mejor llorar que estar enfadado, al menos eso me dijo mi padre el día que casi mata a mi madre. Lo recuerdo bien. Le golpeaba el rostro una y otra vez, haciendo que sus quejidos de sangre soltasen aludidos por la boca.

A penas tenía ocho años cuando sucedió aquello. No podía luchar, no podía hacer nada, solo llorar...

Los años pasaban y mi madre falleció cuando tenía quince años. Había sufrido un accidente de tránsito mientras mi padre manejaba todo borracho. Ahora yo sería su presa.

Comentarios de «No vales para nada.» Eran repetidos cada cinco minutos. No le gustaba mi comida, ni como limpiaba, no podía estudiar por sus motivos de «Una mujer no estudia, solo obedece a su hombre, en este caso a tu padre.» Sentía impotencia, sentía miedo, sentía rechazo, solo podía esconderme.

Una noche, mientras dormía, se escuchan unos ruidos de cristales cayendo hacia el suelo, suponía que eran botellas de cerveza. Gritos de dolor y de súplica venían a mis tímpanos como flechazos de un cazador. Con temor, bajo las escaleras para ver qué sucedía. Esto no era normal...

El ambiente era tenebroso, a pesar de que no podía ver nada. Todo estaba oscuro, luces apagadas, vidrios al pie de la escalera... ojos brillantes llenos de odio. Se movían, corrían, salían de la casa por la puerta principal. Aún el aura de asco y náuseas me invadía.

Prendo la luz del salón. Eran las tres de la mañana cuando encontré el cuerpo de mi padre ensangrentado, lleno de vidrios que le abrían el estómago. Su líquido hacía una alfombra roja a su alrededor. No sentía miedo, no sentía tristeza... estaba feliz.

La risa en mí fueinevitable, no sentí remordimiento alguno. Alguien había tenido el valorsuficiente como para deshacerse de este monstruo. La muerte me había ayudado, yse lo agradecería eternamente

 La muerte me había ayudado, yse lo agradecería eternamente

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Rubén era el típico señor educado de la zona. Se llevaba bien con sus vecinos, amigos, compañeros de trabajo. En resumidas cuentas: era un chico envidiable.

Hacía mucho tiempo que no visitaba a su esposa Camelia. Para él, ella era la mujer perfecta para cualquier hombre, la adoraba. Él la amaba, pero ella no veía eso.

Un día decide ir a la ciudad donde se encontraba Cam. No sin antes haber ido a varios bares y llenarse el cuerpo de alcohol. En el hogar, ella lo recibía con una sonrisa forzada, y parecía algo temerosa. Ella odiaba estar ahí.

—Y la comida de esta casa, ¿dónde está? —pronuncia con brusquedad Rubén.

Ella, con miedo, y temblando, le acerca un plato en la mesa. Sin pensarlo, y perdiendo la cordura, Rubén lanza el plato lleno de comida hacia el suelo. Vidrios sonaban por todas partes.

Un odio en ella crecía. Sus manos actuaban por sí solas y con un pedazo de cristal en las manos, se lo lanza en el cuello a Rubén. Estaba harta de todos sus maltratos. Le había enseñado una parte pequeña de bondad a ella, pero nada de eso era verdad. Él era despiadado, y debía acabarlo.

Sus ojos se llenaron de fuego asesino, y repetidas veces apuñaló el cuerpo del señor, haciendo que cada vez que gritaba perdiera su intensidad. Ya no se sentía nada de temor, de miedo, de angustia. Estaba libre, o al menos eso sentía ella.

—A nadie le importará tu muerte —dice con valor Camelia.

La poca luz que recibía la habitación, a las tres de la mañana, era de una lámpara que había tirado sin querer Cam. En el forcejeo de querer esconder toda evidencia había tropezado con ella.

Pero cometió un error, se había olvidado de ella. Lo recordó al notarla en el pie de la escalera. Mirándola, aunque la poca luz no dejaba ver bien su rostro lleno de sangre. Tuvo que huir.

Aunque podría terminar bajo rejas, no pensó en eso. Solo creía en que había liberado a la tierra de un demonio. Junto a la muerte que la cuidaba cada día, se percató de que había creado una nueva vida, una que odiaba; ya que su padre era Rubén.

 Junto a la muerte que la cuidaba cada día, se percató de que había creado una nueva vida, una que odiaba; ya que su padre era Rubén

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Cuentos para dormir con la muerte | En proceso |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora