XIV | Intentar volar

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Los pasos acelerados hacían eco en aquella mansión

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Los pasos acelerados hacían eco en aquella mansión. Por más que mi padre me hubiera enseñado a ser sigilosa, no lograba conseguirlo cuando iba tras mi presa. Sabía que era mi deber llevar a cabo aquella matanza, de algo debía vivir, de su sangre, su piel, sus sueños. Ser una chica vampírica en pleno siglo XXI era algo distinto.

Solo podíamos salir a las sombras. Cuando nadie nos veía, atacábamos. Yo no deseaba eso, simplemente quería salir a plena luz del día, y vivir una vida común como los demás. Pero no, el destino hizo que las fichas jugarán en mi contra.

Ahora esa chica rubia iba a ser mordida por mí. Mi padre me miraba expectante para ver mi trabajo realizado, como si se tratase de algún examen de la academia. Quería ser aceptada por él, por mi madre, y estar orgullosa de ser lo que soy. Quería que ellos lo notasen.

La velocidad hacía que viera los adornos en zigzag. La tenue luz de la mansión hacía un contraste oscuro con las velas colgadas de las paredes. Había mucho frío, y el único calor que sentía era el de la chica respirar.

Durante el forcejeo, me logro hacer cierto daño. Era de aclarar que mi condición física era una vergüenza para ser vampira. Mis brazos eran flácidos y parecían espaguetis curvos. Era más pálida de lo que debería, y mi sed de sangre era enorme. Ver su desesperación me daba ansías de arrebatárselo.

Mis colmillos buscaban su carne, el frágil cuello que con un simple apretón podría salir desprendido de su cuerpo. De más está decir, que ese apretón no sería mío.

Ruby, como se llamaba la chica, logró tomar cierta delantera, y aunque no supiera como llegar a la salida, pudo ir varios pisos hacia abajo. Lo podía sentir en mi piel como una señal. Debía hacer eso que tanto temía y por más que practicara nunca lograba conseguirlo hasta el final que sentía el peligro: debía convertirme en un murciélago.

Mis pies trataban de controlarse, de no parecer inestables, pero yo más que nadie sabía que tenía miedo; justamente eso le desagradaba a mi padre. Con ayuda de mis manos, y de mis rodillas, pude estar encima de la esquina del balcón.

Trato de concentrarme, ignorando el ruido de los cuervos, de los árboles y de los búhos que ululaban cada vez más. Esto era un concierto al que iban los humanos. Música era el bosque, y yo era el plato fuerte de este show. Cierro los ojos, respiro profundo, y decido hacerlo... mi cuerpo parecía que flotaba en el aire, por lo lento que sentía la caída. Mi padre, desde lo más alto, observaba mi acto. Mi madre lloraba, y sus dos gatos negros maullaban a su lado. Podía oírlos felices de que lograse lo que querían. Ya mi acto estaba consumado.

El noticiero estaba en transmisión en vivo

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El noticiero estaba en transmisión en vivo. Personas se notaban como hormigas en las calles de Kelgen. Todos hacían un círculo, mirando la escena.

—Aquí Randall al habla. Estamos en la Ruta 10. Una niña... una niña acaba de suicidarse...

El helicóptero estaba encima, en los cielos... todo se podía observar a pesar de la obvia oscuridad. Los padres de la joven Ángela se situaban en dónde había ocurrido el acto.

El cadáver de la niña rondaba las redes sociales. Se rumoreaba que los padres fueron los culpables de lo que pasó, que nunca le prestaban atención, por más que decía que pasaba por depresión. Pero era solo eso, rumores.

No había cartas, ni señales, ni un mensaje pequeño diciendo los motivos de su suicidio. Eso es lo que pensaban los policías al investigadar el caso. Ellos no sabían que sí había una nota, una escondida en el diario de Ángela, un diario que tenía las manos del culpable.

Para Ángela, una pequeña niña que había sufrido los abusos de su padre, un señor que se escondía detrás de aquella fachada de buen profesor. Nadie creería que había cometido tal acto.

Ella se había metido tanto en un mundo de fantasía, que se lo creía a niveles muy altos. Capaz de pensar que sí era una vampira... trataba de huir de la realidad a través de su mente. Ahora, con tan solo diez años, Ángela se encontraba muerta en el suelo de la Ruta 10. Los murciélagos hacían nidos en aquel lugar. Éramos capaces de imaginar, que su alma aún seguía rondando en busca de ser escuchada.

 Éramos capaces de imaginar, que su alma aún seguía rondando en busca de ser escuchada

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Cuentos para dormir con la muerte | En proceso |Where stories live. Discover now