VI | Lo que encalló en el bosque

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Tenemos que dejar de mandarnos cartas, estamos en mil novecientos noventa y nueve, esto no es el siglo diecisiete

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Tenemos que dejar de mandarnos cartas, estamos en mil novecientos noventa y nueve, esto no es el siglo diecisiete. Cómo sea, en tu última carta me preguntaste que pasó en el bosque de Chicago hace seis años. Martín, no me gusta recordar eso.

Los últimos días que estuve de guardabosques ahí fueron los más horribles que tuve después de lo de mamá. Pero tu pregunta no solo gira a qué pasó, ¿verdad? Es sobre lo que encalló en el bosque ese verano.

Está bien... Está bien... Te contaré.

Era mil novecientos noventa y tres. Después del accidente de mamá te dije que quería mi propio espacio. Siempre me había encantado el bosque, tú lo sabías, papá lo sabía y mamá lo sabía...

Aquel verano era extraño, el Bosque Stormlight era foco central de incendios y yo solo llevaba unas semanas ahí.

Nunca había presenciado incendios forestales. Tampoco es que quería presenciar uno, lo único que quería era estar solitaria, acompañada de la naturaleza.

Estaba en mi puesto de mando hablando con el otro guardabosque, Clark. Estaba justo a dos kilómetross, podía verlo con los binoculares. Se podría decir que estaba al frente de mí. Esa noche terminé de hablar con Clark, recuerdo haberle dicho:

—Tengo que irme, Clark, el sueño me está matando —Ahí me dispuse a cerrar la puerta, y poner mi libro, el cual leía con tranquilidad, en mi mesa de noche del puesto avanzado.

—Está bien, yo me quedaré otro rato a ver qué pasa, los osos fornican a esta hora.

Clark era absurdo, tenía carisma para algunas cosas y para otras no. Y sí, los chistes no eran una de ellas; me propuse a dormir sin percatarme de que había dejado prendido el Walkie Talkie.

Cuando me acosté en la cama y cerré los ojos, escuché un estruendo fuerte, tal vez, desgarrador. Pero eso no fue lo que me hizo despertar, Martín... no, sino la luz y luego la explosión que destruyó la gran mayoría de árboles a su alrededor. El sonido de la explosión fue inmenso, te juro por Dios que el viento se disipó. Entonces escuché los gritos de Clark al otro lado del Walkie Talkie.

—¿¡Pero qué mierda era eso!? —exclamó él, me recomendé a salir —. ¿¡Elizabeth, ves ese fuego!?

Salí de la caseta de mando y miré un gran meteorito, exactamente no lo veía, lo rodeaba por completo un fuego de color azul eléctrico.

El cráter era enorme, había destruido todo a su alrededor, no había árboles siquiera, animales tampoco; le pedí a Dios que ninguna persona estuviera acampando ahí, que ningún animal pasara por ahí de casualidad. El fuego era extraño, se comportaba diferente, no se expandía ni se apagaba, pero si hacía un calor enorme.

Cómo te dije, el viento se fue y tampoco había nubes, lo único que estaba presente era un cielo de estrellas alumbrando el bosque. Bajé por las escaleras para luego correr a mi pequeño auto.

Cuentos para dormir con la muerte | En proceso |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora