10 de diciembre

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No quería reconocerlo, pero me dolía lo que pasaba con Sebastián, tanto que no quería volver a casa. A pesar de no tener clases, decidí salirme de casa lo más temprano que pude, incluso ni vi a Aurora.

Siendo honesta, sentía pena, vergüenza, había quedado como una tonta. Estaba claro que había malinterpretado la amabilidad de Sebastián. No quería que fuera a casa por mí, más bien por mi mamá y era lógico, la veía como una tía.

Esta situación me tenía verdaderamente mal, estaba totalmente distraída. Estaba claro que no podía entrar así a la escuela, así que antes de entrar escuché un poco de música y me puse a dibujar mándalas. Lo único que esperaba es que mamá no se enterara, probablemente pediría disculpas en mi nombre, aunque empiezo a creer que Sebastián se sentiría apenado de contarle a mamá sobre la hija loca que tiene.

Después de clases me dispuse a ir a la biblioteca, necesitaba algunos libros. Además, que era un buen lugar para hacer la tarea, ni sabía si Sebastián estaría en casa. Salí de la biblioteca ya al atardecer, no había mucha gente en la calle y eso que era lunes. No sabía dónde más ir, me sentí sola, y en parte era así. No conocía a nadie más en la ciudad. Me dedique tanto a estudiar desde que llegue, que jamás me importo tener tantos amigos y socializar.

—Pensé que no te vería hoy.

Era Sebastián que estaba aún lado de mí.

—Lo mismo digo.

—Ya se te pasaron como cuatro semáforos, ¿en qué piensas?

—En cosas personales, realmente no creo que te importen.

En ningún momento lo miré y no pensaba hacerlo. Seguía con mi pena.

—Bueno, te puedo contar que vengo de la editorial, estoy en un nuevo proyecto y me genera mucha emoción —comentaba, realmente se veía feliz.

Quería no ponerle atención, aunque me era imposible, sabía que él escribir era su vida.

—Oh, te felicito.

—Vaya que emocionada te escuchas —dijo con sarcasmo.

—¿Qué quieres?, que te abrace y te felicite lo más posible, ¿no?

—Vamos, creí que éramos amigos. Y los amigos se felicitan.

—Te equivocas —dije—, no somos realmente amigos y eso tú lo sabes.

—Si lo somos, habíamos quedado en qué...

—Me ayudarías para volver a casa y empiezo a creer que no es necesario que nos llevamos bien. Con que seamos respetuosos y amables con el otro, basta y sobra.

—¿Quieres fingir ante mi tía? —me pregunto asombrado.

—No es realmente así, digo al menos no hemos quemado el departamento ni nos insultamos. Creo que ese ya es un buen avance —respondí irritada.

—Pues no se me hace justo.

Esta conversación empezaba a fastidiarme, así que decidí tomar un camino diferente para poder ir a casa o a donde fuera que no estuviera Sebastián. Aunque sentía a alguien detrás de mí, sabía que era el tonto de Sebastián.

—¡Déjame en paz! — grité, irritada.

—Tenemos que hablar, no puedes hacerle esto a tu mamá.

Estaba cansada de las clases de moral de Sebastián, se creía tan estúpidamente perfecto.

—Deja de meterte en mi vida y la de mi familia. No necesito que trates de darme lecciones de vida —dije mirándolo de frente.

—Eres tan egoísta que no te das cuenta de que no solo es por ti —suspiro—, ¿cuándo vas a madurar?

—Créeme que he madurado, aprendí tanto viviendo sola, que no necesito que me diga nadie que hacer.

—Eso no parece, además no soy el único que lo cree.

—Regrésate a tu castillo en Europa, sigue con tu vida de príncipe.

Volví a girarme para poder continuar con mi camino, estaba cansada, realmente me desgastaba este tipo de charlas.

Llegue al departamento, no había nadie. Me metí en mi cuarto y no pensaba salir de ahí. Aunque tocaban la puerta no estaba dispuesta a abrir, pero tampoco podía dormir con ese ruido.

—¡¿Qué!? — pregunte mientras abría la puerta.

—Acepto, digo si esta es la única forma en la que vuelvas a casa, pues acepto.

A decir verdad, Sebastián se escuchaba muy tranquilo y hasta resignado a mi decisión.

—¿De verdad?

—Si, solo debemos aparentar lo más posible. No quisiera que mi tía esté decepcionada y hasta triste.

—¿Te preocupas tanto mi mamá?, digo sé que la ves como una tía. Pero, creo que estás haciendo de más.

—Si, la veo como si fuera mi verdadera tía. Al final de cuentas se crio con mi mamá en el orfanato.

—Bueno, tenemos un nuevo trato.

Sebastián me extendió la mano para estrecharla, no tenía de otra más que aceptar estrechar nuestras manos.

Había decidido preparar la cena para cerrar nuestro trato. La verdad no era muy buena cocinando, pero para mí fortuna el internet tenía respuestas para todo.

—¿Estás segura de que si sabes lo que haces? —pregunto Sebastián.

—Claro que sí, deberías de confiar más en mí, ¿no crees?

—Si confió en ti, pero igual te podría ayudar. No tengo ningún problema en hacerlo.

—No, yo quiero hacerlo sola y no tengo ningún problema en hacerlo.

No quería discutir más con Sebastián, así que me puse a preparar la cena, lo más sencillo que había encontrado para preparar serían unos molletes. Sentía la mirada de Sebastián sobre mí, no quería hacer el ridículo y que al final tuviera que intervenir para ayudarme. Terminaba de prepararlos y los llevé a la mesa para comenzar a cenar.

—Bueno, tú ya preparaste la cena, yo lavo los trastes.

—Está bien, me parece justo.

Sebastián les dio una mordida a los molletes, pude notar su cara de desagrado, ¿tan mal quedaron?

—¿Todo bien?

—Sí, sabe muy bien.

Sabía que mentía, realmente le desagradaba mi comida, pero ¿de verdad sabía tan mal?, comí un poco y me pude dar cuenta que los frijoles estaban salados, lo único que preparé lo hice mal, genial.

—Sebastián, si no te lo quieres comer lo entiendo. Lo puedes dejar.

—No seas dramática, sabe muy bien. Creo que tienes talento para la comida, la verdad no lo creí.

Volví a morder mi mollete y confirmaba que estaba salado, pero Sebastián ya se había terminado uno e incluso se estaba preparando otro. La verdad me sorprendía que no me dijera que estaban salados los frijoles, el Sebastián que conocía me hubiera dicho que si estaban salados (aunque no lo estuvieran), sí que era bastante raro.

 La verdad me sorprendía que no me dijera que estaban salados los frijoles, el Sebastián que conocía me hubiera dicho que si estaban salados (aunque no lo estuvieran), sí que era bastante raro

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Días de diciembreWhere stories live. Discover now