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𝓔 | ESME STANFORD
—Stanford, tu teléfono no deja de sonar en la sala de descanso —gruñó Raphael, llegando a mi lado con mi móvil en su mano.
—¿Quién llama? —pregunté, acercándome a él rápidamente mientras dejaba la carpeta en mi mano en el mesón de recepción a mi lado.
—Dice señor Malfoy- espera —hizo una pausa, abriendo sus ojos de golpe hacia mí—. No me digas que es el señor Malfoy como en Draco Malfoy.
—¿Puedes bajar la voz? —pregunté, agarrando su brazo y quitándole el móvil de mis manos—. Si te digo algo, debes prometer no contarle a nadie.
—Dime, ya, apresúrate —me urgió, imitando mi tono de voz bajo mientras se acercaba a mí.
—Yo... pregunté por un puesto en el Hospital de Londres, y el señor Malfoy me está ayudando —mentí rápidamente, sabiendo que sería la única manera que justificaría mis conversaciones con él.
Raphael estaba al tanto de las actitudes de su hermano, por lo que ya era una costumbre que guardara ciertos secretos para evitar discusiones.
—¿Y cómo lo conoces? —se cruzó de brazos, mientras el móvil dejaba de sonar.
Bufé, dándole un pequeño empujón y apuntando hacia alguna parte de la sala de urgencias.
—Mira, ahora tendré que devolver la llamada —me quejé—, después te explico todo, ahora debo hablar con él, ¿sí?
—Sí, sí —rodó sus ojos, haciendo una mueca hacia mí—, ojalá salga bien eso, sé lo mucho que quieres volver a Londres.
Simplemente sonreí, asintiendo lentamente mientras me dirigía hacia las salas de descanso que quedaban sólo a unos pasos de donde me encontraba. Suspiré, desbloqueando mi móvil rápidamente para ir a mis llamadas perdidas.
A la vez que cerraba la puerta del pequeño cuarto, mi dedo fue a presionar la llamada de Draco, llevándome el aparato directo a mi oído. Quise soltar una pequeña risa cuando noté que había contestado apenas llamé.
—Esme, hola —lo escuché aclarar su voz—. Te había llamado.
—Sí, y lamento no haberte contestado —me disculpé—, estaba en turno y dejé mi móvil olvidado.
—No tienes por qué explicarme, entiendo que estés ocupada con tu trabajo —hizo una pausa—, sólo quería saber cómo iba tu día.
—No molestas, de verdad —le aseguré, mientras comenzaba caminar distraídamente por todo el lugar, sin dejar de mirar al suelo—, y mi día va bastante bien. Es decir, ya sé que no es bueno celebrar desgracias ajenas, pero hay mucho que hacer hoy —solté una pequeña risa, sintiéndome tonta por lo que acaba de decir.
