Cap. 54

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54. PATINES CHICAGO CLÁSICOS EDICIÓN ITALIA.

Suspiré y miré a mi alrededor, la fila para la revisión del equipaje era corta pero nos había costado 15 minutos de pie mirando hacia la nada dentro de un aeropuerto con personas irritantemente silenciosas mientras un oficial de policía miraba hacia la taquilla ceñudo.

Miré sobre el hombro de Liam, a través de las enormes ventanas de cristal y me percaté de un hombre robusto, sucio y desaliñado que tomaba mis patines Chicago Clásicos Edición Italia y los examinaba con cuidado.

—Mierda.

Liam me lanzó una mirada de desaprobación.

—Lo siento. Ahora vuelvo —advertí sin esperar respuesta antes de marcharme dejandole mis maletas al gran jefe.

Caminé hacia la salida y me dirigí hacia el vago con paso firme y decidido.

—Buenas noches.

El vago se giró y me sonrió radiante. —Buenas noches linda.

Sonreí con amabilidad. —Disculpe... señor... am.., don vago... creo que tiene mis patines...

El hombre frunció el ceño. —No sé de que hablas.

Entrecerré loa ojos. —Los patines que están en su mano.

—Oh, no, linda, estos son mis patines —aseguró sonriendo con amabilidad.

Quise mandarlo al diablo antes de quitarle los patines a la fuerza, pero mi ángel de la tolerancia me lo impidió.

—No, son mis patines, tienen mi nombre grabado en la plantilla, me costaron 600 dólares.

Los ojos del vago brillaron ante la mención del precio.

—Pues yo los encontré olvidados en la calle.

—Si, por que mi maleta se abrió y mi ropa salió volando —señale los patines blancos que apretaba entre sus manos— incluyendo a mis patines.

El vago se encogió de hombros. —Pues ahora son míos.

—¿Qué?

—Comprate otros.

—Se agotaron hace un mes, una reventa me costará una fortuna.

Los ojos del vago brillaron de nuevo.

Maldita sea, yo y mi estúpida costumbre de darle rienda suelta a mi lengua.

—Es una pena.

Suspiré. —Escuche, está bien, le daré 10 dolares y...

El vago resopló. —¿Diez dólares?

—¡Son mis patines!

—Ya no.

Suspiré y cerré los ojos tratando de invocar toda la calma de mis desalineados chacras.

—Le daré mi reloj —hice ademan de quitármelo pero el vago me detuvo.

—No lo necesito.

Miré su mano y me percaté del enorme reloj dorado que tenía. Era idéntico al reloj de Dorian ¡Y costaba un mes de mi suelto en la editorial!

—¿Cómo consiguió eso? —pregunté atónita.

—Tengo mis modos.

—Le daré 100 dólares y el reloj.

Resopló. —No. Y deja de molestar, voy a buscar las llaves de mi auto —comentó hurgando en sus sucias y rotas bolsas.

—¡¿Tienes un auto?!

Reina del Desastre (LR #1) *DISPONIBLE EN LIBRERÍAS*Where stories live. Discover now