18. Xièxiè

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A penas llevaba dos horas con mis pies puestos en China y no podía dejar de pensar que era el país más hermoso que había podido visitar en mucho tiempo

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A penas llevaba dos horas con mis pies puestos en China y no podía dejar de pensar que era el país más hermoso que había podido visitar en mucho tiempo.

Era un mezcla de rascacielos modernos, tiendas abarrotadas de lujo, una población rica en cultura y fundada en tradiciones antiguas.

Era único, hermoso y sin lugar a dudas me atrevería a decir que mágico en cierto modo.

—Definitivamente, esta vista valió las veintitrés horas de vuelo y la posible acusación de homicidio que nos espera. —habló Liam, apreciando los edificios que se desplegaban fuera de nuestro taxi.

Lo de posible homicidio tiene explicación.

Nuestros último avión era uno de esos que tiene tres asientos por fila. A mí me tocó la ventana y a Liam el centro, pero el muy odioso no estaba particularmente emocionado por la idea de compartir el mismo espacio físico conmigo así que decidió cambiar su lugar con la persona que iba en el asiento del pasillo. Esa persona resultó ser un señor mayor que pasó las últimas ocho horas que nos quedaban de vuelo roncando muy fuerte.

Por muy fuerte, quiero decir que sus insufribles ronquidos aun resuenan en las profundidades de mis oídos.

Por alguna razón el señor dejó de roncar justo cuando el avión aterrizó.

Pero nunca despertó.

Tanto Liam como yo entramos en pánico ya que no sabíamos que hacer en esta situación así que por pura idiotez coincidimos en que la idea más cuerda en ese momento era dejarlo solo ya que las azafatas se encargarían de él.

¿Cierto?

—Ya te dije que ese señor estaba bien, tan solo estaba durmiendo más profundamente —dije sonando despreocupada.

En realidad estaba muy preocupada, pero Liam no tenía que saberlo.

—Si nos atrapa migración diré que fue tu culpa —respondió burlón.

Yo rodé los ojos.

—Ya supéralo —mascullé—. Lo has dicho como cincuenta veces ya.

El chofer de nuestro taxi, un local que dominaba muy bien el español y tenía años de experiencia tratando como visitas como nosotros, tan solo sonrió por lo bajo sin despegar la vista del camino.

—Claro que no pienso superarlo. Es más, tú fuiste la que se la pasó murmurando mil y una maldiciones dirigidas a los ronquidos del pobre señor. Pienso que en algún punto tus malas vibras lo alcanzaron y fueron más fuertes que su menguante vitalidad.

Parpadeé.

—La forma en la que dices estupideces como esa sin pestañear, me supera. De verdad que lo hace, William.

Él alzó una ceja.

—Sabes que no me puedes llamar William.

Hice un chasquido con mi lengua.

Creo que me acosté con mi jefe.Where stories live. Discover now