Cuando es hora de comer, la maestra siempre me lleva al asiento bajo el árbol del jardín, porque me gusta estar ahí.
Me gusta escuchar el sonido de las hojas que se mueven con el viento.
Mi mamá me prepara un sándwich diferente cada día, y me deja escoger el jugo que quiero llevar, por eso es mi parte favorita de ir a clases.
—Vamos a esconder esto por ahí —dice quitándome la cajita de mis manos y sé quién es.
Cuando estoy solo, hay dos niños de clase que me quitan la comida.
—¿Puedes devolvérmelo, por favor? —pregunto tratando de ser fuerte, porque se ríen más cuando me ven llorar.
—No —me responde y luego escucho como algo cae al piso.
—Dale eso, es suyo.
Mi corazón late rápido cuando reconozco su voz.
Es el niño nuevo, lo recuerdo porque ya lo he oído, cuando fue por su libro.
La maestra me había contado, porque aún tiene la esperanza de que consiga un amigo, pero no creo que el niño nuevo quiera ser mi amigo.
Suspiro al escuchar pasos alejándose.
Sé que nos han dejado solos, porque aún puedo oír una respiración y no tengo idea de qué decirle así que solo bajo mi cabeza, para que no vea mis ojos.
No quiero que los vea, porque son feos, por eso no funcionan.
—Ya lo limpié —me dice suavemente y no sé si debería estirar la mano.
Tengo miedo de no ir hacia el lado correcto, porque notaría que no puedo verlo, y eso me avergüenza.
Los demás se burlan de mí, cuando me equivoco de dirección.
—Gracias —me atrevo a responderle.
Siento como coloca mi juguito en mis manos y se va rápido.
Me arrepiento un poco de no decirle nada más, pero es que él me pone nervioso.
