La Feria

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Habían pasado dos semanas desde el accidente y a pesar de la tragedia, Rincón Quemado había abandonado su habitual aspecto bucólico y adormecido para convertirse en un hervidero de pobladores locales y vecinos de las localidades cercanas, que se disponían a organizar la Gran Fiesta Patronal de San Patricio, más por honor al ingenio que por verdadera devoción al santo irlandés. Ya nadie recordaba si antes del ingenio había existido otro santo patrono, y a nadie le importaba en realidad. Lo único importante es que era una oportunidad para el jolgorio y el descontrol público. Y hay que entender que en estos pequeños pueblos, esas festividades son como la fuente de la eterna juventud, el aliento que los impulsa a vivir un año más esperando el siguiente, y así hasta el final de los días.

La plaza principal, habitualmente desierta durante los inclementes días soleados ahora estaba plagada de tenderetes improvisados, con puestos de artesanías, comidas regionales, y hasta artículos para celulares. El hedor de frituras y dulce, sumado al incesante calor diurno, asaltaban los sentidos de manera ultrajante, y si además le sumábamos las nubes de moscas que se colaban por todos lados con la impunidad y estupidez de los insectos, era un espectáculo dantesco. O así lo apreciaba la oficial mayor Bonelli desde su transpirado uniforme. Desde lo del ingenio, había caído aún más en desgracia con su oficial superior, y las tareas más desgraciadas siempre recaían en ella. Por ejemplo, patrullar el predio de la feria a las dos de la tarde. En varias oportunidades Sofía había estado a punto de tirar toda su corta carrera de policía por la borda y llamar a su padre que la rescate de ese lugar maloliente, pero el solo imaginar la satisfacción de su sonrisa con la mirada de "te lo dije" la atajaba a cada ocasión. Pero desde el extraño episodio del ingenio, del cual guardaba recuerdos cada vez más borrosos, no deseaba otra cosa que investigar más. Por supuesto que no lo tenía permitido. Los dueños del ingenio habían ordenado a la policía y el seguro cerrar el caso de forma expeditiva, clasificado como accidente laboral. Pero su instinto le decía que allí ocurrían muchas cosas más, y si algo excitaba a Sofía —en todos los sentidos— era un buen misterio, después de todo por eso había elegido románticamente ser policía.

Seguía pensando en la enigmática mirada de Cacho Esquina en la oficina de los dueños del ingenio. No creía que fuera falta de sentido del humor. El tipo era agrio en más de un sentido, pero sabía entender el chiste de algo absurdo, y hasta a ella le había parecido divertido el comentario del imbécil de su superior. No había vuelto a cruzar al jefe de seguridad del ingenio, pero en su imaginaria lista de "personas de interés", Juan Esquina estaba a la cabeza —también en más de un sentido—. Por supuesto que luego del accidente, el pueblo se llenó de rumores y habladurías de los pueblerinos: que el muerto era una ofrenda más de los dueños del ingenio a la bestia mitológica conocida como El Familiar. La verdad que la mitología regional no era parte de los conocimientos de Sofía y tuvo que investigar por su cuenta cuando la conexión de internet se lo permitía en su celular. Y por lo que había averiguado era una leyenda común a casi todos los ingenios del norte, un relato faustiano clásico en versión del Nuevo Mundo: los dueños del ingenio hacían un pacto con el Diablo a cambio de nunca quebrar, volverse inmensamente ricos y todo lo que implica la concepción clásica de poder. Pero acá difería de otras leyendas de pactos demoníacos, en lugar de entregar sus almas, los dueños hacían una ofrenda de sangre anual en concepto de peones de campo, sus propios trabajadores. A éstos los buscaba por las noches la bestia infernal que el Diablo había puesto al servicio de los dueños, El Familiar. Una mezcla de perro con caballo, negro con ojos rojos, y que decían arrastraba cadenas que se podían oír desde lejos, las versiones variaban en el aspecto pero coincidían siempre en el tema de las cadenas. También según sus investigaciones, la leyenda se había usado para mantener bajo control a los trabajadores rurales revoltosos o que pretendían abandonar sus lugares de trabajo buscando algo mejor. A esas pobres almas desdichadas seguro que las desaparecían por las noches, arrastrados y devorados por El Familiar, para nunca más volver. Lo más probable es que los dueños tuvieran mercenarios contratados para eliminar las fuentes de disidentes que sembraban descontento por las prácticas explotadoras de los ingenios, y se servían de la excusa de El Familiar para justificar incontables asesinatos. A Sofía le pareció fascinante la leyenda, sobre todo por las implicaciones de asesinato encubierto, pero había algo que la tenía intranquila. En varias de las versiones de la leyenda también mencionaban que El Familiar arrancaba las caras de sus víctimas. Su mente entonces viajaba inmediatamente a la cara seria de Juan Esquina, pero también se resistía a creer e ir contra toda lógica. Necesitaba hablar de nuevo con él, pero no podía encontrar la excusa adecuada para ir al ingenio.

Tapao (Borrador)Where stories live. Discover now