Padre del Monte

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Estévez chillaba como un cerdo, se tomaba la mano ensangrentada. El disparo casi se la había seccionado a la altura de la muñeca, y le colgaba inerte en una posición antinatural. El Contrato yacía en el piso, intacto, pero manchado de la viscosa sangre de su propietario.

Sofía se incorporó trastabillando, pero aun apuntaba a Estévez. Caminó hacia el Contrato y lo pateó lejos del hombre. Después se alejó para mantener una saludable distancia, no quería más sorpresas desagradables aunque el otro estuviera malherido.

Laura estaba recuperando de a poco el aliento. Caminó lento hasta el Contrato y lo levantó del piso. Observó el objeto entre fascinada y asqueada por la sangre que lo empapaba. Era una especie de tableta de piedra gris oscuro, chata y cuadrada, de cinco centímetros de lado, tenía tallados intrincados símbolos que brillaban con un tenue color verde. Pero también la rodeaba una especie de halo de aire negro como el del Familiar.

Cacho se acercó a las mujeres rengueando. No sin antes aplicar la Mirada en su colega Armando; estaba estable aunque fuera de combate. El brigadista superviviente no terminaba de sorprenderse, apenas había comenzado con el RCP y el viejo profesor despertó como si nada; aunque se lo veía macilento y más muerto que vivo. Esquina pensó que cuando todo terminara tendría muchas cosas que explicar a ese muchacho, Lalo, o tal vez hacerlo olvidar sería lo mejor. Alejó esos pensamientos por el momento, tenía otras cosas que averiguar y ya estaba alcanzando a Laura.

—¿Cómo estás? —fue lo primero que dijo.

A Cacho se le ensombreció el semblante al contemplar los moretones producidos por los golpes y pequeños cortes que tenía la ingeniera. Le tomó el rostro entre las manos con delicadeza y la observó con detenimiento, no faltaba nada. Los ojos llenos de amor y compasión de Cacho fueron demasiado para Laura. Lo abrazó con fuerzas, quería besarlo y decirle que no se preocupara, pero no podía arriesgarse, tenía dudas y sabía que él también. Eso no quitaba que se amaran en silencio, aunque doliera.

—No puedo, Cacho.

—¿No podés «qué»? —susurró el otro, acariciándole el cabello con delicadeza.

—No sé cómo voy a vivir si el resultado sale positivo.

—No pensés en eso. Vos sos fuerte, muy fuerte.

—Quiero que me prometas algo —dijo Laura, retirándose un poco y mirando a Cacho a los ojos.

—No me gusta prometer sin saber qué es.

—Si el resultado sale positivo... quiero que uses la Mirada por última vez conmigo. No quiero recordarte.

Cacho guardó silencio un instante, usó la Mirada y observó el torbellino de emociones que envolvía a su amada. Era una miríada de colores, desde los hermosos hasta los más horrendos y suicidas. Tomó una decisión.

—Lo voy a hacer. Te lo prometo. Pero ya te dije que con vos y Sofía, por algún motivo que desconozco, siempre terminan recordando algo o tienen una sospecha.

—No me importa. No quiero saber la verdad. A la sospecha me puedo reponer. Toda mi vida sospeché que algo raro ocurría con mi pasado —dijo Laura, recordando la historia de Leonor.

—Quisiera recordarte de esa época. Sabría si de verdad somos...

—No lo digás. Es como llamar a la desgracia. Yo sé que estuviste, y que me sacaste de un lugar terrible. Nunca voy a poder agradecerte. Y ahora, además voy a dejarte solo con todo esto, si yo lo olvido.

—No te preocupés, en unos años más ya no voy a recordarte tampoco. El tapao me roba todo lo hermoso de mi vida —dijo Cacho, aunque no estaba seguro cuanto demoraría en olvidar a esa mujer. Sentía que estaban unidos por más que una circunstancia de la vida, y no creía en las casualidades.

Tapao (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora