Capítulo 17

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"Las emociones reprimidas nunca mueren, están enterradas vivas y saldrán a la luz de la peor manera

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"Las emociones reprimidas nunca mueren, están enterradas vivas y saldrán a la luz de la peor manera."

Sigmund Freud

***

ALEK

Sus ojitos verdes se abrieron al doble de su tamaño en cuanto el helado llegó a su boca.

—¿En dónde lo compras? —preguntó aún con el gesto de sorpresa en su rostro.

—Es un secreto.

—Qué egoísta —se quejó meneando la cabeza—. Si todos pudiéramos ir a comprar, nadie te lo querría robar.

Parecía un simple capricho, pero había un motivo por el cual no compartía el helado, o no le decía a nadie dónde comprarlo. Era algo importante para mí, que no pensaba compartir con ella.

—Lo siento, no cambiaré de opinión.

—Ya, okay —aceptó sin ganas—. ¿Qué hablaste con tu amigo?

—Zoe no quiere verme, pero pude hablar con ella.

—Raro, ¿no? —arrugó su nariz de forma muy tierna y siguió concentrada en el helado.

Obviamente a ella le importaba muy poco todo esto, pero siempre me seguía el rollo en lo que sea y por algún motivo quería mantenerse al pendiente de todo.

Seguía sin descifrar qué estaba haciendo en la casa, o qué quería de nosotros, tenía muchas teorías pero cada una más loca que la anterior.

La más loca fue que era alguna hija perdida de mi papá, que venía a vengarse por no reconocerla. Después de verla comerle la boca a mi hermano sin pena alguna, la descarté.

También pensé que mi papá pudo contratarla para que esté cerca de nosotros y nos vigile, sobre todo por el hecho de que sabe defensa personal y todo eso, pero con lo machista que es mi papá no contrataría a una mujer para que nos cuide, definitivamente no era una opción.

Seguía en blanco, estaba seguro de que ocultaba más de lo que mostraba, pero una parte de mí la sentía genuina cuando compartíamos tiempo juntos.

Mentía, sí, pero teníamos conexión y era real.

Eso me preocupaba, por algunos momentos se me olvidaba al estar con ella, todo se daba fácil y se sentía bien, por eso en cuanto tomaba un segundo de distancia me obligaba a recordarlo: no podía permitirme esa debilidad cuando se trataba de cuidar de mis hermanos.

—No lo sé, supongo que solo no confía —respondí luego de observarla comer el helado unos segundos más.

—¿Qué te dijo? ¿Fue ella?

—Se hizo la tonta, pero luego ya no me lo negó.

—¿Misterio resuelto, entonces?

—Sí, y ahora vamos a investigar juntos.

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