CAPITULO 34

221 18 2
                                    

Narra Sebastian:

Al principio no me dejaron entrar a quirófano. Pero luego unas enfermeras salieron llamándome.

— Vas a entrar. Pero solo para calmarla, ha despertado, está demasiado nerviosa, no podemos anestesiar la por el embarazo, si no se calma morirán los dos. Tienes que estar tranquilo para que ella lo esté, de lo contrario saldrás.

Asentí a sus órdenes mientras me preparaban para poder entrar dentro, aseandome todo lo que pude y poniéndome una bata y una red en el pelo. En cuanto la vi chillar corrí hacia ella. Le sujeté la mano y acaricié su mente.

— Cariño...

Susurré.

— ¡Me duele! ¡Seb!

— Lo se, lo sé mi amor. Lo sé, tienes que calmarte. Cariño, el bebé, ¿Recuerdas el bebé?

— ¡Mi bebé! ¿Que pasa con mi niño?

Se quiso incorporar para ver su abdomen. La eché para atrás acariciando su frente.

— Está bien mi amor, nuestro pequeño está bien, pero tienes que estar tranquila, porque el bebé está sintiendo que estás herida y estresada, y eso no le hace bien. Sé que te duele mucho, pero tienes que hacer un esfuerzo, ¿Vale?

— Si... Si... Yo puedo... Yo puedo...

— Claro que puedes, eres una Stan, tienes poder de sobra para superar esto, respira conmigo...

Mirándonos a los ojos, mientras acariciaba su vientre, hicimos respiraciones calmadas. De vez en cuando aullaba de dolor. Cuando escuchaba a los médicos hablar de la herida de bala, de suturas, de incisiones y sangre ella se ponía nerviosa. Pero la traía a la tranquilidad, o al menos al punto más tranquilo que podía en este momento, aunque yo mismo me moría de nervios en este momento.

— Carol está bien, a ella no le ha pasado nada, Alfred, ese niño la ha protegido, solo tiene un rasguño. Ahora podrá chulear se su cicatriz y hacerse el machito frente a Carol...

Le intentaba hablar de cualquier cosa.

— Sebastian... Estoy cansada

— Sí, pero no te duermas aún, ya queda poco mi amor. ¿Verdad doctor?

Pregunté con espectativas de que dijese que si.

— Estamos ya cosiendo, que siga despierta.

Respondió a gusto de los dos.

— ¿Has escuchado? Te están cosiendo como tú lo haces con mis pantalones rotos.

La hice reir.

— Tu eres el único hombre que me puede hacer reír en un momento como este, Sebastian Stan.

Me dijo con la voz medio quebrada, aunque riéndo.

— Para algo le has dicho que sí al sacerdote. ¿No?

— Le diría que sí todos los días de mi vida.

— Uh, esos son muchos días mi amor.

Besé sus labios con delicadeza.

— Te vas a poner bien, ¿Verdad?

Le susurré acariciando su frente.

— Solo porque me niego a morir sin decirte que te amo cuando el bebe nazca.

— Oh Cariño, solo bromeaba, puedes decirme eso tantas veces como quieras.

Su mano acarició mi barbilla.

Profesor Stan: A tu lado.Where stories live. Discover now