𝙲𝚊𝚙𝚒𝚝𝚞𝚕𝚘 𝟸𝟼

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Lo prometido es deuda.

Maratón (2/2)


Las yemas de sus dedos acariciaban con delicadeza mi cabello, e intentaba cubrir cada esquina mi rostro y terminaba descendiendo hasta mi barbilla.

Arden me miraba como si fuese una obra digna de admirar, él me hacía olvidar todo lo malo que me habían dicho antes.

Me hacía sentir bien y segura, él se ha convertido en mi lugar seguro.

Había insistido en mantenerme abrigada con una manta por la noche, aunque teniéndolo así cerca no hacía mucha falta una sábana para mantenerme caliente.

Me gustaba verlo, me gustaba estar cerca de él y mientras jugaba con los dedos de una de sus grandes manos, más me daba cuenta de ello. No necesitábamos muchas palabras para entendernos.

A él no le gustaba hablar mucho, y a mí me gustaba el silencio.

Era extraño cómo nos complementabamos el uno al otro y a la vez era tan... Perfecto.

Sus ásperos dedos acariciaron mis labios rosados con curiosidad.

— ¿Ya podemos tener más momentos juntos? — pregunté, después de un largo silencio. Observando sus movimientos.

Despegó la vista de mi boca, para verme a los ojos fijamente y sonreír. Posó su cabeza en su brazo libre y pasó una mano por mi cintura, atrayéndome un poco a él.

— ¿Qué tienes en mente? — contestó.

— Nunca hemos tenido una cita.

— Estoy seguro que todas las veces que te encontré inconsciente, fueron citas — bromeó.

Bueno, técnicamente después de esos sucesos siempre terminábamos haciendo algo juntos.

— Hablo en serio — reí.

— ¿Qué te gustaría para nuestra primera cita?

— Me gustaría ir de picnic.

Arrugó la nariz.

— ¿De picnic?

— En una montaña — añadí.

— ¿En una montaña? — alzó las cejas, sorprendido.

— ¿Qué tiene? Sería lindo. Contemplar el atardecer y... — Me miró estupefacto con un brillo en sus ojos mientras seguía hablando, hasta que lo pensé un momento más —. Es muy cliché, ¿no?

Negó.

— Está perfecto — besó la punta de mi nariz.

Sonreí.

— ¿Sabes? Lo triste de esto, es que probablemente no tendré mi baile de graduación — arrugué la nariz.

Pocas ganas me habían quedado de ir al baile y más si se trataba de asistir con Calan.

— Creo que puedo solucionar eso.

Se puso de pie, buscó su móvil y en segundos comenzó a sonar una canción. Extendió una mano para que la tomara, e hizo una reverencia que me hizo sacar una risa.

¿De verdad quería hacer esto ahora?

Tomé su mano y me atrajo a él, hasta quedar pegaditos.

— No sé bailar — confesé.

— También puedo arreglar eso.

Me sujetó con fuerza de la cintura, me cargó y dejó caer mis pies descalzos sobre los suyos. Colocó mi mano libre en su hombro, y al compás de la melodía comenzó a ladearse de un lado a otro, moviéndose por todo la habitación.

El grito ¿Cuál es el sonido de la muerte?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora