Capítulo 2

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Con las manos temblorosas, abrí el paquete, y dentro de éste me encontré con un viejo cuaderno de tapa roja, en el centro estaba bordado un cuadrado blanco en el que se leía: "Nuestros acantilados blancos" escrito con alguna clase de tinta negra, y debajo estaba bordada la frase "de Alice Crawford".

Con mucho miedo, abrí la tapa y leí la primera página.

"Querida Catherine"...

No...

"Tu cabello rizado, tus labios rosados y tus ojos verdes como el pastizal me hicieron pensar que había recuperado la parte de mí que me había hecho falta por tanto tiempo"...

Mamá, no...

"Hoy aquí, postrada en la cama de un hospital"... "Es a ti a quien deseo transmitir estas palabras antes de que el tiempo haga justicia y me lleve bien lejos"...

Mi corazón latía con fuerza.

"Mi pequeña Catherine, llevas en tu rostro la marca de un pasado al que jamás había logrado volver a recordar, hasta ahora. Tú eres especial mi niña, valiente y soñadora, tal como tu padre."

Mi... padre...

"Espero que para cuando leas esto yo ya no esté para escuchar tus reclamos, pues eso terminaría por destruirme, y no quiero que tú, de todas las personas del mundo, me veas marchitar."

- NO, ¡CÁLLATE! - exclamé mientras las lágrimas comenzaban a caer por mis ojos.

"Perdóname por no haber podido ser la madre que te merecías. Te amaré siempre."

Mamá... ¿Qué has hecho?

Un remolino de furia y confusión se apoderó de mí, haciendo que arrojara el cuaderno al suelo. Éste cayó abierto por la mitad y sus pobres hojas quedaron dobladas mirando hacia el suelo. Ante aquel alboroto, Melanie se acercó dando pasos sigilosos con sus peludas patitas. Podía notar en sus ojos un leve tinte de preocupación. Volví la mirada al lomo sucio y viejo de aquel cuaderno rojo, respiré hondo y conté hasta tres. Era mi madre, maldita sea, no una bruja, y lo que me escribía parecía ser urgente. Supe de inmediato que era aquella urgencia la que yo estaba intentando evitar, pero sabía también que yo tenía que ser más fuerte que ese impulso de huida.

Mi madre estaba en el hospital, sí, lo sabía. Joe, mi padre, me había llamado hacía al menos unos cinco meses, casi a fin del año pasado. Alice había tenido una recaída a mediados de noviembre, su alcoholemia no estaba mejorando a pesar de todo el apoyo que le estaban brindando, y había necesitado que la internen. "Intento de suicidio" lo llamaron algunos psiquiatras, papá quería saber si yo estaba de acuerdo. "No lo sé", le dije, "ya sabes cómo es mamá". Recuerdo que en ese momento no sentí ningún tipo de remordimiento, pero podía sentí en dolor en la respiración de mi padre, por el otro lado de la línea. Sabía lo que él realmente quería, que yo vuelva a Inglaterra, que hablara con ella, pero en ese momento yo estaba convencida que hacerle de psicóloga a mi madre no era una buena idea, a pesar de que en el fondo sabía que no me necesitaba para eso. Ella quería a su hija. Y no a Tati, ni a Phill, lo decía muy claro en su carta.

Ella me quería a mí. Pero no por mí... No... Jamás había sido por mí. Era por él, mi verdadero progenitor, el de los cabellos rizados y los ojos verdes.

Pensarlo simplemente me revolvía el estómago.

Mientras pensaba, mi mirada nunca se movió de aquel cuaderno.

Nuestro atardecer doradoWhere stories live. Discover now