Capítulo 25

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Cerré los ojos antes de que mis labios tocaran los suyos. Unos segundos pasaron hasta que sentí que estaba devolviéndome el beso. Escalofríos recorrieron mi espalda hasta llegar a mi cabeza debido a la emoción. Tomé su rostro entre mis manos y sonreí mientras la besaba. Entonces sus manos se acercaron a mi cintura y me sujetaron para acercarme más aún.  Todo estaba oscuro y solo podía sentir el contacto con ella y el leve sonido de campanas celestiales sonando en mi cabeza. Estaba en el cielo.

Pero entonces ella se separó de mí y se echó hacia atrás. Finalmente, abrí los ojos, con desilusión.

— Perdona, soy una tonta, tú tienes pareja y yo… — comencé a decir con la mirada en el suelo.

— ¿Qué? N-no, eso no… No tengo… Está sonando el teléfono — dijo ella mientras sus mejillas se enrojecían.

Incliné mi cabeza hacia un costado, con mis ojos puestos en ella, aun en trance por lo que acababa de pasar, incapaz de procesar lo que salía de sus hermosos labios.

— El teléfono — dijo ella nuevamente señalando hacia la mesa, con una mano cubriendo la mitad de su rostro.

— ¿Qué? — pregunté sacudiendo mi cabeza para entrar en razón.

Dawn puso sus ojos en blanco y con su mano tomó mi barbilla y la giró en dirección a la mesa, donde claramente quería que yo mirara.
Fue entonces que me percaté que el sonido de campanas celestiales en realidad era el tono de llamada de mi teléfono celular, el cual estaba sonando frenéticamente, tanto que Melanie estaba intentando llegar a él con sus patitas peludas, lista para darle batalla.

— Oh, mierda — dije, al darme cuenta, sintiéndome una verdadera estúpida. Caminé hacia este y lo tomé en mis manos. Al mirar a la pantalla pude ver que decía “Papá”.

Solté un suspiro y presioné el botón para aceptar la llamada.

— Pa — me apresuré a decir antes que nada.

— Cathy… Feliz cumpleaños, hija — dijo él con timidez. Supuse que aquella era su forma de pedirme que olvidara todo lo que había pasado hacía unos días. Cerré mis ojos y asentí.

— Gracias, papá. Aprecio que me llames — dije con sinceridad. Esperé unos segundos en silencio, hasta que finalmente me contestó.

— No pude… — comenzó a decir, su voz cada vez más temblorosa — Quiero decir… No podía dejar pasar este día sin decirte mi última porción de verdad…

Me giré sobre mis talones y miré a Dawn con los ojos bien abiertos. Ella levantó las cejas en completa curiosidad, pues desconocía el contexto de mi conversación con Joe.

— ¿A qué te refieres? — le pregunté llevando mi mano libre hasta mi pecho.

— Hay algo que me gustaría que vieras… que leyeras, más bien. No puedo permitirme ocultártelo más…

— ¡Papá! — exclamé para que redondeara. Aquella situación ya estaba poniéndome nerviosa. Oí como él soltaba un suspiro del otro lado.

— Estás en la casa, ¿no? — preguntó él.

— Ajá — respondí, impaciente.

— Ve a las escaleras y remueve la madera del primer escalón… Te amo, espero que algún día me perdones — y luego cortó.

Saqué el teléfono de mi oreja y lo miré por un segundo. Fue la voz de Dawn la que me trajo nuevamente a tierra.

— ¿Qué ocurre? — preguntó ella acercándose a mí. Su mano se apoyó sobre mi hombro, entonces en mi mente se hizo un clic.

Levanté la mirada hacia ella con los ojos abiertos, como quien está a punto de correr gritando EUREKA.

— ¡Ayúdame! — exclamé tomándole su brazo y arrastrándola tras de mí hacia las escaleras. Mi gatita corrió junto a nosotras y se nos adelantó subiendo hasta el tercer escalón.

— Cathy qué… — dijo ella una vez que me detuve frente a estas. Cubrí sus labios con un dedo para que no dijera nada.

— Tira de la madera conmigo — dije señalando al escalón, el mismo con el que me había tropezado la primera noche.

Dawn parecía no comprender nada aún, pero de todos modos se inclinó hacia adelante, e imitando mis movimientos, tomó la punta derecha de la madera y la jaló hacia atrás, en unísono conmigo.

Luego de un leve forcejeo, esta se aflojó, y lentamente comenzamos a ver como se desprendía, como un cajón secreto bajo las escaleras. Una vez que lo removimos completamente, dejamos la madera a un costado, develando el contenido que el compartimiento escondía.

Una caja de madera, un poco más pequeña que una pelota de fútbol. Me acerqué lentamente y, con las manos temblorosas, la tomé y caminé dos pasos hacia atrás.

— ¿Qué es eso? — preguntó Dawn con una ceja levantada.

— Esta debe ser la pieza que falta para terminar el rompecabezas, querida — dije mientras me daba la vuelta y caminaba hacia el comedor nuevamente. Me senté en el sillón, frente a la chimenea, y con un gesto, le indiqué a Dawn que se sentara junto a mí. — Thomas nunca estuvo muerto, Dawn. Yo tenía razón.

Ella se frenó en seco frente a mí y abrió sus ojos celestes, asombrada.

— ¿Cómo? Pero si te habían dicho… — comenzó a decir ella, pero negué con mi cabeza y se detuvo.

— Me mintieron, los hermanos May, mi padre… Todos me han mentido. Hasta hoy.

Volví la mirada hacia la caja, la cual estaba apoyada sobre mi regazo. Respiré hondo y tomé la tapa entre mis manos, lentamente comencé a retirarla. Mi corazón estaba latiendo tan velozmente que temí, por un segundo, estar sufriendo arritmia.
Finalmente, cuando dejé la tapa en un costado, pude ver lo que había dentro.

Eran sobres.

En todos ellos se leía lo siguiente:

Para Alice Crawford.
De Thomas Cliff.

Nuestro atardecer doradoWhere stories live. Discover now