Capítulo 30

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Es difícil ser la mejor persona cuando alguien ha intentado joderte la vida para beneficio propio. Al menos eso es lo que me dijo mi padre, Thomas, mientras hacíamos nuestro camino de regreso hacia su casa. Sabía que lo que había hecho Joe para "quedarse con la chica" había sido absolutamente retorcido, y no merecía perdón. Sin embargo, luego de una larga reflexión, los dos llegamos al acuerdo de que castigarlo por su error no nos devolvería los años perdidos jamás. Thomas, por su parte, siempre tuvo la cualidad de ser una persona no rencorosa, a quien le venía con facilidad el hecho de seguir adelante. 

— Él cometió el error. Ahora él y su conciencia tendrán que vivir con ello — dijo él convenciéndose a sí mismo de que era mejor dejar las cosas así y no iniciar una guerra contra Joe. — Al final del día, eligió el camino del no-egoísmo y te reveló la verdad. Aunque hayan pasado treinta años. Y ahora te tengo conmigo — finalizó dándome un abrazo. 

Hubiera servido de algo contar con sus valores de vida antes, cuando solía ser una mujercita llena de resentimientos... Por mi madre, por él, por Dawn... Dios, a veces lo pienso, incluso hoy, y me río de mí misma. Jamás sabremos si hubiera sido menos testaruda de haberme criado una persona como Thomas Cliff. Aun así, por más que era hermoso soñar con que todo podría haber sido diferente, simplemente no lo fue, y aquella era nuestra realidad, culpemos a Joe o no. 

Aquel era nuestro presente. En Nueva Jersey, en el restaurante italiano de Thomas, envuelta en sus brazos. Y aunque yo tuviera treinta años y él, cincuenta y dos, si cerraba los ojos un segundo, podía vernos, en una postal imaginada de un momento mágico de padre e hija, como si tuviéramos cinco y veintisiete. 

—¿Qué vamos a hacer ahora? — le pregunté ni bien nos separamos. Él se encogió de hombros y miró al rededor del restaurante. 

— No lo sé, amaría tomar el primer avión en la mañana en dirección a Inglaterra, juro que estoy luchando con el impulso de hacerlo, pero... No puedo tan solo irme, dejar a mis hermanos así, no parece correcto, ¿sabes? Ellos dependen de mí — dijo él cruzándose de brazos. Tenía el ceño fruncido y la mirada perdida. 

— Otra vez debes tomar una decisión difícil... Tu felicidad o la de tus hermanos, ¿no? — le pregunté recordando los relatos de mi madre sobre la vida adolescente de Thomas. Él levantó una ceja y luego asintió, recordando que yo conocía su historia más de lo que tal vez él quisiera. 

— ¿Cuánto tiempo tienes aquí? — preguntó él de repente. 

— Hmm, no lo sé, no tengo pasaje de vuelta... Aunque, debo volver a trabajar el próximo lunes — dije recordando mi acuerdo con Laurie, mi jefa. Mi padre se llevó su mano derecha a la barbilla, pensativo. Caminó de un lado al otro mientras pensaba, hasta que finalmente, se detuvo frente a mí. 

— Si tú quieres, puedes quedarte aquí unos dos días más, tengo una cama desmontable guardada en alguna parte. Un par de días para que podamos seguir poniéndonos al día, ¿sabes? Antes de que tengas que volver a casa. Y luego... Intentaré resolver esto lo antes posible, y cuando esté listo, volaré hasta ustedes. ¿Qué te parece? — sugirió él con una sonrisa dubitativa. No pude evitar sonreír. 

Amé estar allí con mi papá, no lo hubiera cambiado por nada. 

Esa misma tarde, me acompañó en su auto hasta el hotel para cancelar la reserva y llevarme mis cosas nuevamente hacia su casa. Durante el camino de vuelta, llamé a Dawn para avisarle que, después de mucho, lo había logrado. Ella sonaba tan feliz por mí que me imaginé besándola, ya estaba extrañándola. Al principio, Thomas me miraba hablar con ella confundido. Todos los "te amos" y las risas nerviosas que las dos hacíamos mientras hablábamos, acabaron siendo demasiado delatoras. Al final de la llamada, él parpadeó un par de veces antes de decir: "Así que, ¿ella se llama Dawn?". Tal solo así. Ninguna otra pregunta hizo falta, lo cual se sintió liberador.

Nuestro atardecer doradoWhere stories live. Discover now