Capitulo 18

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Si le hubieran preguntado a la pequeña Catherine de cinco años cómo se veía un hada, ella hubiera respondido que seguramente se vería como su tía Amanda. Recuerdo que durante los primeros años de mi vida me encontraba fascinada por la magnificencia del rojo de su cabello y el verde de sus ojos, como los de una criatura que, sin dudas debía venir de una tierra mágica. Más de una vez debo haber intentado encontrarle las alas. Mi madre me había contado que cuando era bebé, en uno de los primeros encuentros que había tenido con ella, con solo semanas de recién nacida me había mostrado fascinada por ella, y que más de una vez me había encontrado contándole las pecas de su blanco rostro. 

Sin dudas ella era mi persona favorita, y aun así la había visto muy pocas veces a lo largo de mi vida. La razón era que mi tía amaba mucho viajar, desde que había conocido a Jay había encontrado una nueva forma de ver la vida, de entender su destino o lugar en el mundo, si así quieres pensarlo. Entenderás ahora que su personalidad nunca fue la de una ama de casa común y corriente. Su espíritu siempre había sido algo salvaje y también un tanto impredecible, como llevado por la fuerza de la marea. Ella solía decirme cada vez que nos veíamos que a veces intentamos nadar en contra de una corriente porque creemos que queremos llegar a una orilla sin pensar, tal vez, que si dejáramos nuestro destino en manos de las sabias aguas, encontraríamos el lugar al que estamos destinados a ir.

Yo jamás pude considerarme ese tipo de persona, tal vez por eso la admiraba tanto.  Tal vez una parte de mí siempre deseo ser un poco más como ella, aun así me mantuve rígida como una piedra durante los primeros 30 años de mi vida.

En este momento, cuando la vi parada frente a mí después de que hubieran pasado al menos 10 años de la última vez que nos habíamos visto, admito que sentí algo de vergüenza, pues la pequeña Catherine hubiera querido parecerse más a la imagen que tenía enfrente cuando fuera mayor, en algún momento de mi vida incluso creo habérmelo prometido, soltarme, disfrutar de lo perecedero, lo contingente, tal como Amanda me había intentado enseñar en esas épocas. Sin embargo, debía reconocerme que la razón por la que estaba parada frente a ella en ese momento era porque me había dejado llevar por el camino que me estaba dictando el corazón. Tal vez no estaba tan lejos después de todo.

— ¿Qué haces aquí? — me preguntó ella mientras me abrazaba.

— Yo me pregunto lo mismo — respondí yo una vez que nos separamos.

El cruel paso del tiempo no había sido tan evidente en ella como sí lo había sido con mi madre. Su piel seguía viéndose incluso tan joven como antes, su cabello colorado como el cobre estaba corto por sobre los hombros, pero no mostraba rasgos de canas a simple vista, debajo de sus ojos no había notas de cansancio, y su sonrisa seguía igual de inmensa. Entonces me pregunté si acaso no era cierto que ella poseyera algo magia.

— Bueno, yo primero — dijo ella con una sonrisa — He venido a conversar con los nuevos dueños de la tienda, nos faltaban cerrar algunos detalles para terminar con la transacción. Jay y yo supusimos que era un buen momento para regresar y pegarle una visita a nuestros viejos amigos.

— Oh, no tenía idea que la habías vendido.

— Sí, tal vez se deba el hecho de que esto sucedió hace como un año, tú estabas aún en París. Pero, ahora que lo digo, te pregunto a ti, ¿qué te trae de vuelta a casa?

La ternura de su mirada implicaba que sabía claramente la razón por la que yo me encontraba en Broadstairs, y aun así esperaba que yo fuera la que se lo dijera.

— Mamá — dije luego de un suspiro, ella asintió.

— Lo imaginé — contestó ella cruzándose de brazos — Yo también llevaba mucho tiempo sin verla. Tenía la intención de pasar a visitarla hoy.

Nuestro atardecer doradoNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ