Capítulo I

90 13 4
                                    


Christian cerró los ojos, inclinó la cabeza hacia atrás y exhaló una densa bocanada de humo de tabaco que le raspó ligeramente la garganta.

Escuchaba el parloteo de Andrei solo a medias, su amigo era alguien de ideas locas, al menos así había sido desde que le conoció, pero aquella se llevaba el premio a la mayor locura de la década.  Y encima pretendía enredarle a él en todo ese embrollo, como si no tuviera bastante ya con lo suyo.

—Así que Argentina... —Murmuró en un tono que no pudo (o no quiso) evitar que sonara condescendiente.

—Es una buena oportunidad. Tres mil euros para cada uno, y un viaje a gastos pagados. ¿Qué es lo que tienes que pensarte tanto?

—Mmm... No sé —Christian se golpeó la barbilla con el dedo índice de forma exageradamente teatral, fingiendo que pensaba— ¿Tal vez el hecho de que podemos acabar en la cárcel por tres mil euros de mierda?

Observó con ojos desconfiados la enorme sonrisa llena de dientes blancos de su amigo, contrastando con su piel morena. Toda esa pose de vendedor de coches le ponía nervioso, estaba a tres o cuatro palabras más de levantarse de allí y largarse.

Andrei era un experto en convencer y manipular a los demás para que hicieran lo que él quería, quizás fuera por su ascendencia de gitano romaní, la labia le venía en la sangre. Pero él ya lo tenía más que calado. Lo había conocido hacía casi siete años, un chico alto, escuálido, desgarbado y de piel morena, recién llegado de Rumanía, mezclando palabras en español y en su lengua natal cuando trataba de hablar y llevaba alguna que otra dosis de alcohol o drogas encima, cosa que pasaba el noventa por ciento del tiempo. Se buscaba la vida en las calles, robando, estafando, mercadeando con lo que podía... Exactamente igual que él.

Se habían echo amigos, o todo lo amigos que pueden ser dos ratas callejeras, por pura supervivencia. Se cuidaron el uno al otro y se conocieron, tanto, que Christian había aprendido a temerle cuando venía proponiéndole un plan. Las ideas de Andrei tenían un gran porcentaje de posibilidades de acabar con ellos muertos, en la cárcel, o algo peor. Y si le dejaba hablar demasiado, al final lograba convencerlo para casi todo. Eso si, tenía que admitir que cuando sus planes salían bien, eran una auténtica pasada. 

—¿Desde cuándo llamas mierda a semejante pastizal? —Continuó insistiendo el rumano— ¿Cuántos meses comes tú con tres mil pavos? A mí me vendrían de puta madre, que quieres que te diga.

Dio una ultima calada al cigarrillo y arrojó la colilla al suelo con un movimiento brusco, la pisó con la puntera de su bota hasta destrozarla y le encaró con el ceño fruncido.

—A ti te iban a durar tres minutos, te lo gastarás todo en farlopa, yonki de mierda.

—¿Ahora trabajas para anti vicio o que? ¿Qué cojones te importa en lo que me lo gasto? Como si a ti no te gustase...

—No tanto como para cuatro años de cárcel, Andrei.

—Mucho mejor toda una vida de miseria con tu curro de mierda, donde va a parar. —Ironizó.— Además ¿Qué es lo que te acojona? Cuando menudeas coca por el ambiente no te lo piensas tanto.

—No es lo mismo... Es más discreto y puedo salir corriendo si veo aparecer una patrulla. Ya me dirás tú cómo cojones corro si me pillan en un aeropuerto.

—Y precisamente por eso este negocio se paga a tres mil euros y no con las raspas que sacas vendiendo gramos sueltos a las maricas locas.

Christian ignoró el comentario homófobo en aras de no empezar una discusión con su amigo en medio de una conversación tan peligrosa. Andrei no era alguien que tuviera problema alguno con la sexualidad de nadie, en general se la sudaba lo que cada uno hiciera con su vida mientras a él no le afectase, incluso le había dado algún que otro beso estando por ahí de fiesta puestos hasta arriba de cualquier cosa. Pero de vez en cuando soltaba expresiones así sin verdadera mala intención. Christian solía pasarlas por alto porque le conocía, y porque en el fondo, rara era la vez que consideraba necesario gastar su tiempo y su energía en un drama de ese tipo. Al final, los homófobos eran los que mejor la chupaban, ese dato se lo había dado la experiencia, y cada vez que tenía delante a alguien así, se lo imaginaba con una polla en la boca y toda su indignación desaparecía. Era un buen método para mantener su paz mental. 

Quédate Conmigo (HIATUS)Where stories live. Discover now