Capítulo VII

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El teléfono comenzó a vibrar sobre la mesilla de noche cuando apenas llevaba un par de horas de sueño intranquilo. Christian lo ignoró, gruñendo por lo bajo y apretando más fuerte contra sí el cuerpo pequeño y delgado que dormitaba entre sus brazos. Pero quién sea que estuviese mandando mensajes no parecía dispuesto a rendirse.

—Apaga esa mierda —Murmuró Eric, más dormido que despierto, cuando una melodía característica de Android comenzó a sonar a todo volumen.

Christian se desprendió por fin de la calidez del cuerpo con el que compartía la cama, se sentó al borde del colchón y agarró el teléfono con movimientos enfadados.

—¿¡Qué coño quieres!? —Contestó de muy malas formas sin siquiera molestarse en mirar la pantalla para saber quién le llamaba.

—¡Joder! ¡Por fin! ¡Llevo una hora mandándote mensajes! —La voz de Andrei, mucho más enérgica de lo que debería considerando que apenas si habían dormido unas horas, le gritaba desde el otro lado del teléfono, y Christian resistió el impulso de lanzar el estúpido cacharro contra la pared.

—¿Y que no te contestase no te dio a entender que pasaba de ti?

—¡Christian, cállate! —Protestó Eric desde la cama arrojándole una almohada.

—¡Joder! Vale, voy, espera.

—¿Te he pillado follando o qué? —Se burló el rumano al otro lado de la línea.

—¿¡Qué!? ¡No! Si fuera así no te habría cogido el teléfono

Reuniendo toda la fuerza de voluntad que le quedaba, se puso en pie y rodeó la cama con intención de encerrarse en el baño y continuar la conversación ahí para no molestar a Eric. Tan atontado por la falta de sueño iba, que no se molestó en mirar por donde caminaba hasta que pisó un condón en el suelo con el pie descalzo.

—¡Que puto asco, joder! —Exclamó al sentir la fría viscosidad en contacto con su piel desnuda.

—¿Que puto asco el qué? —Preguntó Andrei divertido desde el otro lado de la línea.

—Nada, no era a ti.

Entró en el baño por fin y se tomó un segundo para contemplarse en el espejo. Lo que vio no le gustó en absoluto. Las ojeras que ya de por sí eran una característica suya habían pasado del tono ligeramente oscurecido habitual, a un violeta profundo que le hacía lucir como si alguien le hubiese dado un puñetazo. Tenía sangre seca en el labio, y una pequeña herida a medio cerrar que se abrió de nuevo en cuanto trató de eliminar la costra sanguinolenta rascandola con las uñas. Estaba pálido, mortalmente pálido y consumido. Los excesos de la noche anterior le estaban pasando una factura demasiado alta.

—A ver, cuéntame. ¿Que tripa se te ha roto para que me llames a estas horas? —Preguntó al teléfono, apartando su mirada del espejo, no le apetecía en absoluto contemplarse a sí mismo en ese estado.

—Tengo que salir ya.

—¿Salir a donde, Andrei? —Preguntó entre hastiado e incrédulo. Estaba terriblemente cansado, la cabeza le dolía horrores, y lo último que le apetecía era tener a un capullo al teléfono contándole su vida.

—¿Tan agilipollado de sueño estas que no eres capaz de sumar dos y dos, Chris?

Por un momento se quedó descolocado por la pregunta, sin entender que era lo que se le estaba escapando, hasta que de repente, en un golpe de gracia divina, su cerebro conectó las suficientes neuronas para comprender lo que el rumano estaba tratando de insinuarle.

—¿Tienes que ir a soltar eso? ¿Ahora?

—Si, acaban de llamarme.

—¿Y qué demonios tiene eso que ver conmigo?

Quédate Conmigo (HIATUS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora