Kentaro

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Kentaro─

(Territorio Tokugawa, Japón, año 1598)

1

Kentaro se encontraba de pie sobre la camilla en medio de la habitación pintada de blanco, la pared frente a él poco a poco se difuminó y una extensa llanura de hierba pudo verse por detrás. Entre los pastizales, a lo lejos, dos personas a lomos de un caballo se acercaban a gran velocidad. La mujer a un lado de la camilla jaló el brazo de Kentaro mientras le pedía que se sentara, lo mismo le pidieron los dos hombres vestidos de negro a un costado, al igual que la extraña mujer vestida de uniforme blanco.

La mujer de cabellos dorados interpuso una mano abierta entre el joven samurái y los hombres de negro, parecía querer impedir que se acercaran a Kentaro. De forma progresiva las otras tres paredes de la habitación también se desvanecieron permitiendo ver una llanura extensa en todas direcciones.

El muchacho por fin comprendió que quienes se aproximaban hacia él, sobre el caballo, eran Moa y Ando, y detrás de ellos media docena de jinetes los venía siguiendo. Cada perseguidor vestía armaduras de color negro y naranja, los colores de emblema del clan Yukimura.

La mujer que sujetaba su brazo también despareció, al igual que sus acompañantes. El joven samurái no sabía si Ando era capaz de verlo así que alzó las manos y gritó —¡Ando kun!—.

Moa que se sujetaba a Ando por la espalda reclinó su cuerpo hacia la izquierda del caballo y extendió la mano. Al quedar a solo unos pocos metros de distancia Kentaro dio un salto y se sujetó de la mano de Moa, por su parte Ando había quitado su pie del estribo izquierdo para que su compañero pudiese poner el suyo al saltar. El movimiento fue preciso y Kentaro consiguió colgar aferrándose de su amiga con una mano y con la otra al hombro de Ando. El caballo corría a toda velocidad entre los pastizales del prado, y los soldados de Yukimura tampoco abandonaban la persecución. El joven samurai los observó y en ese instante el dolor de la herida en su cabeza, producto del impacto de la piedra, fue regresando a su cuerpo. Luego miró hacia adelante, y pudo observar que al final de la llanura estaba el amurallado templo de los Asahi-ikki.

—¡Abran la entrada! —gritó Ando.

Los samurái que los perseguían soltaron las riendas y empuñaron arcos y flechas mientras la velocidad de sus corceles disminuía. Todos apuntaron hacia el aire con la intención de que las flechas cayeran sobre los tres jóvenes.

—¡Abran!—exclamó Ando—¡Abran, por favor!

Un grito seco y breve se oyó desde los persecutores, todos soltaron sus flechas al mismo tiempo, Kentaro las vio elevarse hacia el cielo hasta detenerse e inclinarse luego para emprender el descenso, soltó la mano de Moa y la abrazó para inclinarla hacia él y cubrir aunque sea con su cuerpo una parte del de ella, intentando así disminuir las posibilidades de que las flechas consiguiesen impactarla.

El sonido filoso de las flechas cayendo alrededor de los tres rompió el aire. Ando seguía gritando para que abriesen la entrada de los muros del templo. Ninguna de las flechas logró acertarles, pero de inmediato los samurái volvieron a recargar sus arcos.

La puerta del templo comenzó a abrirse lentamente, era una doble placa que se desplegaba hacia adentro.

—¡Si!—Gritó Ando al ver que estaban abriendo la entrada para permitirles el ingreso, en ese instante otra vez un grito breve se escuchó entre los soldados Yukimura.

Las flechas volvieron a elevarse sobre los aires, todas erraron al blanco excepto una que dio en el antebrazo izquierdo de Ando, que sin darse cuenta y por el dolor tiró de la rienda derecha. El caballo empezó a desviarse del sendero hacia la entrada. La flecha había atravesado por completo el brazo, y el muchacho al ver su propia sangre brotar a raudales se desmayó casi cayendo por el lado derecho del caballo, pero Kentaro con su mano izquierda lo sujetó desde el cuello del dougi antes de que cayera por completo.

El Espíritu de ChronosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora