Capítulo LIV: "Tuyo nada más"

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Después de que ella abandonó la recámara, Lysandro se cuestionó de distintas formas lo que había sido su vida hasta el momento y llegó a una conclusión: no era más que un cúmulo de desgracias

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Después de que ella abandonó la recámara, Lysandro se cuestionó de distintas formas lo que había sido su vida hasta el momento y llegó a una conclusión: no era más que un cúmulo de desgracias. ¿Y si tal como la princesa había dicho, él acababa arrastrando a Karel a la perdición?

Durante esa noche tomó muchas veces la decisión de marcharse y muchas veces la desechó. No podía hacerle eso. Dio vueltas en la cama, permaneció largo rato mirando al techo. Poco antes del alba se durmió, agotado y sin encontrar una salida.

El día siguiente no fue mejor. Lysandro continuaba preguntándose cuál era su papel en la vida del príncipe. Era consciente de que Karel debía engendrar descendientes si su intención era presentar un reclamo válido como heredero al trono ante los sacerdotes de Oria, pero no se atrevía a plantear de nuevo que se acostara con Jonella, no quería que volviera a pensar que no lo amaba. Alguna vez escuchó que el amor era la muerte del deber, ahora estaba seguro de que era una afirmación cierta.

Tampoco le había contado que Jonella tenía conocimiento de la relación que los dos mantenían. Temía que el príncipe terminara de sincerarse y la repudiara.

Si tan solo tuviera el valor de hablar con Karel, pero lo detenía la certeza de que no era bueno para expresar con palabras sus sentimientos. Siempre que hablaba lo que salía de su boca era aspereza y vidrio. En el pasado hizo llorar muchas veces a Gylltir. Lysandro estaba convencido de que si hacía el intento, el príncipe acabaría malinterpretando todo y las cosas no harían sino empeorar.

Esa noche, cuando Karel lo convocó a su recámara, su cabeza era un torbellino de dudas y preocupación. Lysandro llamó a la puerta. Apenas entró, el príncipe lo rodeó de la cintura y lo besó profundamente, sorprendiéndolo.

—Espera —pidió al sentir las manos del otro afanarse en los broches de su uniforme—. Tomemos algo antes.

Karel se separó un poco de él y le dio un beso corto en la punta de la nariz.

—Lo siento, creo que estoy impaciente por tenerte en mis brazos.

El escudero se acercó a la mesa en la cual se hallaba una jarra con vino y lo sirvió en dos copas. Se mordió el labio inferior, inquieto, presa del remordimiento y la incertidumbre, sin tener claro qué era lo correcto.

—Lysandro, ¿te sucede algo? —preguntó el príncipe observándolo—. Te noto distraído.

—He escuchado que siguen las revueltas en Eldverg —dijo el escudero rápidamente para salir del paso—. El invierno casi está aquí, la sequía ha afectado las cosechas.

Karel suspiró.

—No hay reservas de alimentos, se agotaron en la campaña contra Vesalia. Nadie esperaba una sequía tan intensa. Pero, ¿realmente es eso lo que te distrae?

Tocaron a la puerta y ambos se sobresaltaron, no era habitual que a esas horas interrumpieran al príncipe en sus aposentos. Karel lo miró, pero antes de que pudiera decir o hacer cualquier cosa, la puerta se abrió.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora