EXTRA: Lysarel (I/III)

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La luz dorada del sol se filtraba a través de las rendijas de las ventanas, cerradas para proteger la vivienda del frío que se colaba por la noche

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La luz dorada del sol se filtraba a través de las rendijas de las ventanas, cerradas para proteger la vivienda del frío que se colaba por la noche. Lysandro abrió los ojos y aspiró profundo, llenándose del aroma de los cabellos castaños que se derramaban sobre el amplio pecho en el cual su cabeza reposaba. Sonrió, plenamente feliz por primera vez en mucho tiempo.

Con cuidado de que Karel no despertara, se levantó del lecho y vistió las ropas sencillas de lana gruesa que solía usar en invierno. A un lado, en el suelo, se encontraban las del sorcere: La chaqueta negra con los orillos y los broches dorados, la camisa de seda, el pantalón elegante. Lysandro se mordió el labio, tomó las prendas, las dobló y las colocó en una de las sillas. Miró a su alrededor y se avergonzó un poco de no poder ofrecerle a Karel algo mejor; sin embargo, tal vez podía compensarlo con sus atenciones, así que tomó el abrigo y salió de la casa.

El frío del otoño cada vez era mayor, Lysandro se ciñó el abrigo, bordeó el huerto y caminó hasta el corral. Tomó el saco con el pasto y se acercó a las cabras y las ovejas, las cuales al verlo se alborotaron, apresurándose por saludarlo y balar frente a él, deseosas de que las alimentara. El joven les sirvió el desayuno y luego se dirigió hacia la cabra con el pelaje blanco manchado de negro.

—Buenos días, Bonita —le dijo mientras le acariciaba el pelo corto y grueso detrás de las orejas, luego le ató una cuerda de cáñamo alrededor de los cuernos—. ¿Estás lista? ¡Hoy deberás darme de tu leche más exquisita! ¿Recuerdas aquel príncipe de quien te he hablado? —La cabra volvió a balar. El pensamiento de que tal vez estuviera harta de qué le hablara de Karel cruzó su mente un instante, sin embargo, lo desechó y continuó platicándole, mientras tomaba la cuerda y subía a la cabra hasta la plataforma— ¡Ha venido! Ha dicho que se quedará con nosotros, así que debes lucirte, Bonita.

Lysandro agarró la palangana con el agua, el jabón y se lavó las manos, luego humedeció un trozo de tela y limpió las ubres de Bonita, colocó un recipiente de barro forrado por dentro con pellejo de cabra y procedió a ordeñar al animal mientras este comía. Cuando lo creyó suficiente, paró la labor, le dijo algunas frases cariñosas de agradecimiento y salió del corral.

Fue con las gallinas. Por la época del año, pocas eran las que ponían huevos; sin embargo, al menos logró conseguir tres que guardó en la pequeña cesta que llevaba en la mano.

Había pensado en qué le serviría para desayunar al hechicero. No le daba tiempo de hornear panecillos blandos y esponjosos, además de que tampoco le quedaban muy bien. Tenía suficiente pan de corteza y, además, recordó aquella deliciosa mermelada de bayas y lavanda que recién había comprado hacía pocos días en el mercado. Se alegró porque sería un delicioso aderezo para el pan, junto con el queso aromatizado que tenía guardado y era lo único que preparaba de lo que podía sentirse orgulloso.

De regreso, miró la cerca del huerto, se dijo a sí mismo que luego del desayuno vendría a regarlo y podar las malas yerbas, hacía ya siete días que no lo hacía, y aunque tuviera un invitado como Karel en su casa, era una labor que no podía posponer.

El amante del príncipeWhere stories live. Discover now