Capítulo LVI: "¿Le crees?"

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Cuando Jensen le dio la carta le dijo que la leyera en soledad

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Cuando Jensen le dio la carta le dijo que la leyera en soledad. Sin embargo, apenas Karel vio lo que en ella ponía el general, supo que debía compartirla con Lysandro.

Entendía los motivos que obligaban a Jensen a mantenerla en secreto, sobre todo del escudero, pero el príncipe no podía ocultarle algo así.

Era la mañana del décimo día de la sexta lunación y el invierno comenzaba a sentirse con fuerza. Karel salió del castillo rumbo a los establos, sujetándose la capa para que la brisa no se la arrebatara de los hombros. Suponía que Lysandro debía estar con Nocturno, alimentándolo. Desde que se lo regaló, él mismo se ocupaba de cepillarlo y darle la primera comida.

Varios palafreneros se inclinaron al verlo aparecer en las caballerizas, el príncipe continuó avanzando hasta dar con Lysandro. El joven escudero cepillaba el oscuro lomo de Nocturno, mientras le hablaba en voz baja. Por un momento Karel dudó de si mostrarle el contenido de la carta sería lo correcto. Lysandro estaba tranquilo y lucía, incluso, feliz, perturbar su estado de ánimo no le era agradable. No obstante, en algún momento el joven se enteraría y no deseaba enfrentar su furia, si es que averiguaba que él había estado al tanto y no le dijo nada.

El príncipe se acercó al escudero, luego carraspeó.

—¡Bendiciones! —saludó Karel.

Lysandro se giró y lo miró con una radiante sonrisa.

—¡Bendiciones! ¿Qué haces aquí tan temprano? ¿He olvidado algún encargo?

—Nada de eso. —Karel tragó y se llenó de valor—. Quiero hablar contigo.

Lysandro dejó el cepillo y le acercó la cubeta repleta de gachas de avena al caballo, se acomodó el cabello detrás de las orejas y avanzó hasta el príncipe.

—¿Pasa algo malo? ¿Uno de tus hermanos o tu padre ha hecho algo?

—No. Se trata de otra cosa. ¿Podemos cabalgar un rato?

Lysandro frunció el ceño y lo miró con la duda pintada en el rostro.

—Estás muy misterioso. ¿Debería asustarme?

Karel forzó una sonrisa.

—No, claro que no. Solamente no quiero que nadie nos interrumpa.

—De acuerdo.

Después de que los palafreneros ensillaron los caballos, Karel y Lysandro partieron hacia los acantilados. Se habían vuelto asiduos a frecuentarlos cada vez que querían estar completamente solos.

Cuando desmontaron al llegar a su destino, el sol ya iluminaba con la frialdad típica del invierno el mar en el horizonte. La brisa helada y cargada de salitre soplaba desde el océano y les sacudía los cabellos y las capas. El príncipe observó por un instante la inmensidad azul que lo rodeaba. Luego giró hacia Lysandro y le entregó la carta que Jensen le había dado.

El amante del príncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora