La consulta

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Lana se encontraba dentro del consultorio de un conocido psicólogo, o eso creía ella. Esperaba pacientemente su turno, sonreía de forma triste. Al parecer los últimos sucesos del último año, la sofocaron hasta el grado de atacar a su propio hermano, a una de sus hermanas mayores y hasta a su propia gemela, sin contar el hecho, de que quemó la casa del perro, pateo la entrepierna de su padre, rompió la televisión con un bate de béisbol, arrojó una vitrina de trofeos encima de su hermanita genio; provocando que tuviera que cancelar las clases en la universidad, por lo cuál muchos estudiantes la felicitaron y tiro un traje de ardilla al inodoro lo que terminó causando una corriente peor que la de un caudaloso río, desde la habitación del baño hasta la calle al frente de su casa.

Ella miraba de un lado a otro. Empezaba a impacientarse. Se quitó, su gorra y le limpio un poco el polvo que tenía.

-¡Me aburro! -dijo ella de manera cansada.

Al instante de una puerta salió un hombre de traje negro, al parecer de unos veinticinco años y con aspecto tranquilo, media 1.80. Tenía el cabello corto y de color marrón. Ojos rojos, si, ojos rojos. Los cuáles se posaron en la única paciente de la sala.

Suspiro con cansancio, al parecer este seria otro día tranquilo y en donde también tendría que aguantar hambre por el poco trabajo que tenía, desde que se graduó de la universidad y obtuvo su titulo de psicología casi no recibía pacientes, al parecer a la gente le da más confianza un viejo loco que se lame los labios de forma extraña o un discapacitado que solo quiere que te vayas y no para de pensar en sí debería lanzarse por la ventana o no, que un sujeto con ojos rojos y de aspecto gentil y educado.

-Me pregunto si será tarde para regresar a la escuela de payasos... Digo, mi hermana Claire gana más que yo... -Susurró el hombre, mientras se ponía a cuestionar sus elecciones de vida.

-¿Disculpe? -habló Lana, quien lo alcanzó a escuchar por lo bajo.

-Eh... No, nada... Dime pequeña, ¿Vienes sola? -pregunto con una sonrisa nerviosa.

Lana lo miró con una expresión cansada y habló.

-No, no... ¿Que no ve que me acompaña el fantasma de mi Bisabuela Harriet? -habló con sarcasmo mientras señalaba al asiento vacío a su lado.

El sujeto puso los ojos en blanco y luego frunció el ceño.

-Esta bien, esta bien. Puedes pasar... Ya que -entró de nuevo a su consultorio.

Lana suspiró y se levantó de su asiento. Entro al consultorio y observó si interior.

Era igual que cualquier otro consultorio de un psicólogo, pero ella al tener siete años. Nunca había estado en un lugar así.

-Puedes tomar asien... -No pudo terminar.

-¿Que es esto? -pregunto Lana con curiosidad.

-Es un escudo, es un adorno que compre en una de mis tantas excursi... -Lana lo interrumpió de nuevo.

-¿Para que sirve esto? -preguntaba Lana mientras sostenía un jarrón.

-Es un jarrón antiguo, me costó mucho, así que ten cuida...

«CRASH»

-Lo siento... -Se disculpaba Lana por dejar caer el jarrón.

El hombre se acercó a los restos de su preciada reliquia.

-Oh no, mi jarrón Suizo... -Habló con pesar.

-¿Suizo? -pregunto Lana.

-Suizo pedazos... -negó con la cabeza el pobre hombre.

La historia de LanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora