22. Romper la maldición

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Seguimos el camino de hojas rojas de arce hasta una gran caverna que se situaba a los pies del monte Fuji. Protegiendo la entrada, había dos demonios con el aspecto de dos hombres corpulentos. Nos escondimos detrás de unos árboles y observamos con atención. Un pequeño ruido llamó su atención y desenvainaron sus espadas de acero a la vez. Entonces, empecé a encontrarme mal. Un dolor agudo me atravesó la piel y tuve que arrodillarme en el suelo para no caerme. Me sentía mareado y aturdido.

—¿Qué me pasa? —pregunté a mis compañeros.

—Es la maldición. Sus efectos empeoran cuando te acercas a quien te lo hizo —me contestó Kaede mientras me ayudaba a apoyarme en uno de los árboles.

Me remangó la camisa y vimos cómo la cicatriz volvía a tener ese color rojo sangre del primer día.

—¿Y qué hago? El día que nos conocimos me dijiste que tú también habías estado maldita —le dije con mucho esfuerzo. Me costaba hasta respirar.

—¿No se lo has dicho, Kaede? —preguntó Hiroto.

—¿Decirme qué?

—La maldición solo se rompe si acabas con el demonio que te marcó —expuso Mizu sin dejar de mirar la entrada de la cueva.

—Todos hemos tenido que hacerlo —añadió Washi.

Kaede se arrodilló a mi lado y me miró de forma triste.

—Akimitsu, ese demonio fue el que mató a tu padre.

Las palabras de Kaede me apuñalaron el corazón.

—¿Qué? —farfullé.

—Cuando la nieve empezó a cubrir tu pueblo al inicio del otoño, supimos que Momiji había regresado —me contó Ozuru—. Tu padre temía que te hiciera daño, y por ello salió solo en su busca.

—Le advertí que esperase, que nos uniríamos para acabar con ella. Pero no me escuchó —dijo Hiroto muy serio. Parecía estar enfadado consigo mismo.

—La maldición redujo su fuerza, lo rodearon, y la espada de ese ser lo atravesó antes de que pudiera hacer nada —murmuró Washi reprimiendo las lágrimas.

—Teníamos que haber ido con él —confesó Kaede en un sollozo—. Pero salió de noche y cuando nos dimos cuenta, era demasiado tarde. —Se le rompió la voz—. Yo lo encontré en el bosque. En su último aliento me dijo que te buscara y te ayudara. —Suspiró y se sorbió la nariz—. Lo siento mucho, Akimitsu. No sabía como contártelo, y tú no preguntaste. —Kaede me abrazó—. Tú padre siempre pensó en ti. Quería protegerte por encima de todo.

La presión que sentía en el pecho se hizo cada vez más profunda, y entonces, por primera vez desde que había sabido de la muerte de mi padre, lloré. Dejé salir todas las lágrimas y todo el dolor que había reprimido dentro. Y como si una fuerza invisible me empujara, me levanté y me abalancé sobre ese ser que me había robado lo que más amaba.

Akimitsu. El Guardián del Otoño.Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon