25. La luz del otoño

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Mizu logró derretir el muro con su poder y los guardianes se acercaron a mí.

—¡Akimitsu! —me llamó Kaede. Su rostro se volvió serio y abrió mucho los ojos al ver que me posicionaba al lado de Momiji y cargaba mi arco, apuntándolos—. ¿Qué haces?

—¿No os dais cuenta, guardianes? —se mofó Momiji—. Ahora el Otordián más fuerte está de mi parte.

—No puede ser. ¡Akimitsu, reacciona! —gritó Hiroto.

—¡Vosotros también me abandonaréis! ¡TODOS LO HACEN! —Levanté la voz.

—Eso no es cierto —dijo Kaede—. Nosotros somos tus amigos. Siempre...

—¿Amigos? ¡JA! —La interrumpió Momiji—. Los amigos no hablan a tus espaldas, ni te hacen pensar que eres el eslabón débil cuando en realidad eres el más fuerte.

Miré a los que hasta ahora había creído mis compañeros, perplejo.

—¿No te lo habían dicho, querido? —Se dirigió a mí—. Sin tu luz no pueden vencerme. No podrán evitar que el frío acabe de una vez por todas con el repulsivo otoño.

—No la escuches, Akimitsu. Claro que te necesitamos, pero porque eres nuestro amigo. Yo siempre he creído en ti. Eres especial. ¿Lo sabes, verdad? —Kaede dio un paso hacia a mí.

‹‹Eres especial. Recuérdalo siempre ¿vale?›› —De nuevo, las últimas palabras de mi mejor amigo resonaron en mi cabeza con fuerza.

Sentía mi cuerpo paralizado mientras mi mente luchaba en una batalla interna que no comprendía.

‹‹Akimitsu, deja ya de buscar a tu padre. No va a volver›› —me había dicho mi madre el día que me perdí en el bosque.

Sin poder evitarlo, mi mano tensó la flecha dorada en el arco, apunté hacia Kaede y disparé.

—¡NO! —Las palabras salieron de mi boca justo cuando la flecha impactaba sobre el pecho de Ozuru, que se había puesto delante de Kaede para protegerla.

El Otordián de los animales se desplomó encima de ella.

—¿Qué he hecho? —mascullé. Solté el arco y me arrodillé derrotado.

—Así se hace, Akimitsu. —La voz de Momiji sonó impostada.

Entonces me di cuenta.

—¿Me has manipulado, verdad? —dije poniéndome de nuevo de pie y mirándola de forma severa—. Yo nunca dispararía a un amigo.

—Vaya, que pena. Creí que tu mente era más frágil. Ahora tendré que matarte.

Momiji disparó una ráfaga de afiladas puntas de hielo que yo derretí con la luz sin ni siquiera pestañear. Estaba enfadado y me sentía más fuerte que nunca.

—Puedes ser una persona fría. Puedes amar la nieve. Puedes desear un invierno eterno. —Mi voz se hizo eco en aquella cueva—. Pero incluso en los momentos más fríos encendemos una hoguera.

La luz que poseía en mi interior pidió ser liberada y yo dejé que saliera al mismo tiempo que dejaba ir todo lo que me atormentaba. El lugar se llenó de un intenso brillo dorado que me rodeó, impidiéndome que viera otra cosa que no fuera luz. Entonces, a lo lejos, los vi. Mi padre, mi madre y mi abuela me sonreían. Él movió los labios, y aunque no pude escuchar lo que dijo, sí lo entendí:

‹‹Estamos orgullosos de ti.››

Cuando aquel resplandor se atenuó, la cueva había desaparecido y el sol resplandecía sobre mí. Momiji yacía en el suelo, vencida.

—Esto no quedará así, Otordianes —masculló mientras se convertía en polvo helado y era arrastrada por el viento otoñal.

El otoño, al fin, estaba a salvo.


Akimitsu. El Guardián del Otoño.Where stories live. Discover now