24. La cueva de hielo

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Lo primero que notamos al adentrarnos en aquella cavidad fue frío. Un intenso frío que atravesaba la piel y se calaba en los huesos. Despacio y con cuidado de no patinar por aquel suelo resbaladizo, avanzamos por un tramo estrecho y oscuro hasta que el techo nos obligó a agacharnos y seguir en cuclillas. Sin que nadie me lo pidiera, hice aparecer una esfera de luz que nos acompañó durante todo el trayecto y evitó que nos golpeáramos la cabeza. Llegamos entonces a un largo pasillo flanqueado por grandes bloques de hielo. Al fondo de la cueva, nos recibió una zona más amplia con multitud de gotas de agua congeladas que creaban bellas figuras de hielo. Grandes estalactitas y estalagmitas quedaron por encima de nuestras cabezas, y la luz que yo había creado se reflejó en ellas provocando destellos iridiscentes.

—Ya estáis aquí guardianes —dijo una voz gélida—. Os estaba esperando.

Momiji apareció ante nosotros rodeada por un aura oscura que me provocó un escalofrío. Era terriblemente hermosa. Tenía los ojos grises y el cabello blanco le caía en ondas por debajo de los hombros cubriendo parte de un kimono gris perla. Si no hubiera sabido de la maldad que se escondía tras ese rostro afable, su belleza me habría hechizado.

—¿De verdad creéis que dejaré que me capturéis de nuevo? —Rio—. Os tengo justo donde quería.

Sentí un temblor bajo mis pies y el hielo que había sobre nuestras cabezas se desprendió. Las afiladas cuchillas cayeron sobre nosotros y yo levanté mi mano creando un cálido escudo de luz que nos protegió y derritió el hielo. Mis compañeros aplaudieron mi hazaña.

—Guardián de la luz. —Momiji se dirigió a mí con voz melosa—. Me alegra que estés aquí. —Sonrió de forma perversa y se acercó dejando su rostro pegado al mío. Kaede y los demás intentaron alcanzarme, pero ella creó una pared helada que me separó de ellos—. Creía que no llegarías hasta aquí —susurró en mi oído—, pero lo has conseguido. Mírate, has protegido a los demás.

—¡No la escuches, Akimitsu! —Oí la voz de Kaede amortiguada por el muro.

—Tú y yo somos iguales. Vivimos apartados de los demás para evitar que nos abandonen, pero eso nos ha hecho fuertes.

—¡Yo no soy cómo tú! —grité. Me sentía incapaz de moverme.

—Claro que sí. A mí me dejaron sola en el bosque cuando era solo una niña, en ese bosque lleno de colores anaranjados —expuso con repugnancia—. Y nadie, absolutamente nadie me buscó. Es irónico que ahora sea la mujer más buscada —dijo con una risita—. A ti te abandonó tu padre cuando solo tenías 4 años, ¿no? Y más tarde lo hicieron tu mejor amigo, tu madre y tu abuela.

—¡Ellos me querían!

—Y entonces, ¿por qué te dejaron solo?

Sus palabras derrumbaron la coraza que había construido durante años y las lágrimas brotaron sin poder hacer nada por evitarlo. Momiji tenía razón, ellos no me querían y por eso se habían ido.

—El frío y su glacial inmisericordia poseen un enorme parecido a la frialdad que nos provoca el miedo al abandono, ¿no crees? —Su aliento helado me erizó la piel—. La escarcha invernal es como la escarcha que se adhiere al perímetro del corazón para que mantengamos conductas de indiferencia e imperturbabilidad. Por eso, el invierno es mi época del año preferida. —Acarició mi rostro y murmuró—: Únete a mí, Akimitsu, y te prometo que nunca más volverás a estar solo. —Momiji me abrazó con fuerza—. Juntos superaremos la soledad.

‹‹No volveré a estar solo›› —repetí en mi mente. La propuesta de Momiji empezaba a sonar bien en mi cabeza. Nada nos hace más vulnerables que la soledad, y la verdad, yo ya estaba cansado de sentirme débil.

Akimitsu. El Guardián del Otoño.Where stories live. Discover now