Capítulo 8

606 47 9
                                    

Cuando Katniss y yo salimos de nuevo al bosque, nos internamos en el, dejando que nos trague entre sus ramas. Esta vez me permito separarme más de ella, vagamos un rato y cuando estamos lo suficiente lejos tiramos los comunicadores detrás de unos arbustos, volvemos a alejarnos y nos sentamos cerca del Río.

Me quito las botas y meto mis pies en el agua helada. Demasiado fresca, pienso. Ella hace lo mismo, y me da una hoja de menta en la boca. Cerramos los ojos y nos sumergimos en los sonidos del bosque, las hojas moviéndose, el sonido del aire, el agua correr. Entonces decido que es momento de dejarla hacer las preguntas que tenía anoche. Pero ella se adelanta preguntando si he oído algo.

—No he escuchado ni una sola palabra al respecto, ¿a ti te han dicho algo? —pregunto pero ella niega con la cabeza. Me debato entre hacer la siguiente pregunta o no pero al final lo hago—. ¿Ni siquiera Gale? —la expresión en el rostro que ella pone hace que me arrepienta de haber hablado, luce triste, así que trato de componer mi error—. Quizá esta encontrando el momento para decírtelo en privado.

—Quizá —dice ella. Se que debería decirle lo que vi, pero debo darle el beneficio de la duda a Gale, tal vez si quiere decirle lo qué pasó a Katniss, y no quiero ser el motivo que fracture su relación—Lo están torturando por mi culpa.

Yo sé que ella debe pensar eso, hace unos días comienza a apoyar la causa y ahora muestran a Peeta, como una manipulación.
—No es tu culpa, Katniss.

—Cada cosa que salga de mi boca a favor de la revolución solo significa un golpe más para él.

—Pero no es por ti. Es la forma de actuar de Snow, como obtiene lo que quiere —digo. Y es verdad lo que digo, me consta.

—No tiene ni una pizca de bondad o arrepentimiento, es imposible que tenga corazón —escupe las palabras con coraje.

Yo me río, no por burlarme de ella o porque lo que diga es gracioso, sino que me resulta irónico que sí, en algún momento Coriolanus Snow si tuvo corazón.

—¿qué es tan gracioso? —dice ella ya con su tono y expresión molesta.

—Aunque no lo creas alguna vez él amó. O bueno estuvo enamorado a su modo.

Ella se acerca más hacia mi, con curiosidad.
—Cuéntame.

Yo vacilo como si no quisiera contarle y ella insiste:
—Se enamoró de una tributo. Creo que era una chica llamada Lucy.

—Estas mintiendo —dice incrédula aunque yo reaccione de la misma manera cuando me entere.

—Fue hace muchos años, en los décimos Juegos del
Hambre. Pero todo lo qué pasó en ese año fue confuso, no hay registro de esos juegos, estuvo prohibido por mucho tiempo hablar de ellos, hasta que fueron olvidando todo. Muy pocos lo recuerdan.

—¿Cómo sabes eso?

—Recuerda que me pagaban con secretos.

Ella se queda pensativa, sopesando mis palabras. Por mucho tiempo fui indiferente a lo que los demás pensaban de mi, de cómo tenía que dar mi compañía, pero hoy ante sus ojos quisiera sentirme limpio ante su escrutinio, y me avergüenza. Me aterra que ella sienta rechazo hacia mi por eso.

—Supongo que no terminó bien —dice.
—¿El qué? —digo saliendo de mis pensamientos.
—El amarla, a Lucy me refiero.
—No, no lo hizo —digo. Supongo que uno siempre paga el precio por querer a alguien.

Nos quedamos en silencio un buen rato, como si nadie existiera aquí, ella recarga su cabeza en mi hombro, descansando un poco, entonces un ciervo aparece y ella al darse cuenta lo derriba con una de sus flechas y yo lo llevo arrastrando de regreso al trece. Para la cena hay estofado de ciervo.

Fortuito • Finnick Odair Where stories live. Discover now