Capítulo 36

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Wooyoung duerme las cuatro horas del tren, acurrucado en su asiento, con su cabeza contra la ventana. San pone uno de sus suéteres entre la cabeza de Wooyoung y el pedazo de vidrio, simulando una almohada.

“Va a quejarse sobre ese gato por años.” Yeosang murmura mientras remueve los
pepinillos del sándwich que compró en el tren.

“Cuando estemos a salvo y con una casa sólo le compraré otro.” Responde San.

Yeosang sonríe. “Lo juro, San, siempre que hablas de él suenas como un jodido sugar daddy.”

San le mira por un momento. “¿Qué mierda significa eso?”

“Lo mimas demasiado.”

Se encoge de hombros. “También te miraría demasiado si sólo me dijeras que quieres.”

“Qué encantador.”

“Cállate.” San se ríe, sentándose más cómodo en el asiento y mirando la ventana abierta.
Yeosang sonríe para sí mismo y San arquea una ceja. “¿Qué?”

“Nada, sólo que…” chasquea la lengua, lo hace cuando se siente halagado. “¿Una casa?”

“¿Por qué no?” San observa el sándwich de Yeosang, mirándolo como si hubiese pasado
por una autopsia. “No estaría mal.”

Yeosang asiente. “Tienes razón.”

San mira al chico, que finalmente comienza a comer de su sándwich. Yeosang se ve
mayor de lo que debería. San siempre había pensado eso. Tiene ojos amables, pero observa al mundo con agotación. Como si ya lo hubiera visto todo. Estaría bien que por primera vez mirara algo con sorpresa e interés. Sólo los mira a él y a Wooyoung como algo nuevo. Eso no es suficiente, no puede serlo.

“Este sándwich…” Dice Yeosang. “Es jodidamente asqueroso.”

“No puede ser tan malo.”

Yeosang arquea una ceja y arranca un pedazo, ofreciéndoselo a San. Éste lo toma y lo
mete a su boca, masticando con lentitud.

“Joder, es terrible.” Murmura San. “¿Cómo siquiera conseguiste comerte casi la mitad?”

Yeosang ríe a carcajadas, sus dientes alineados mostrándose, su piel brillando y ojos
iluminándose un poco. San le sonríe con cariño.

Wooyoung usa un tapabocas mientras caminan hacia Seúl, una gorra ocultando el resto de su cara. Camina entre San y Yeosang, casi escondiéndose entre sus hombros. San no
puede evitar mirar a su alrededor con nerviosismo. No lo reconocerán, Seúl es demasiado agitado como para que alguien le preste atención a un chico aleatorio, pero aún así no puede evitar sentirse mal.

Entran al primer taxi que consiguen, Wooyoung sentándose entre ellos y poniendo su frente en el hombro de Yeosang para que el conductor no pueda verlo.

“¿A dónde quieren ir?” Pregunta el hombre.

“Irwon Go, Gangnam.” Responde San, el hombre asiente y comienza a conducir.
San se vuelve hacia Yeosang quien lo mira con los ojos muy abiertos.

“¿Gangnam?”

“Mis amigos viven allí.”

“¿Qué clase de amigos tienes?”

San sonríe. “Supongo que ya verás."

“El viaje no toma mucho, San le paga al hombre y toma el equipaje. Habían pasado años desde que San había estado en Seúl, mucho menos en aquel distrito, pero piensa que no ha cambiado mucho desde la última vez que visitó; hay nuevas tiendas, las viejas han desaparecido, pero el aura sigue siendo la misma, las personas caminan por aquellas calles como si les pertencieran, sigue oliendo a millonarios aburridos.

Wooyoung jala su camisa y sostiene los bordes, mirando hacia abajo.

“¿Qué pasa?” Pregunta, Wooyoung niega con la cabeza.

“Son muchas personas. No me siento bien. Es estúpido.”

Yeosang camina cerca de Wooyoung sin decir nada, sólo un poco más adelante de él para
protegerlo de ojos curiosos.

“Nadie te está prestando atención.” San intenta consolarlo. “Nadie le presta atención a
nadie en Seúl.”

“Te lo dije, es estúpido, estoy bien.”

Claramente no lo está.

“Ya vamos a llegar, no te preocupes.”

San reconoce la floristería en la esquina y cruza allí, la calle que parece en frente de ellos tiene menos personas y es casi silenciosa, mientras caminan y dejan la multitud.

Wooyoung se relaja visiblemente. El área comienza a aclararse, un laberinto de callejones con casas costosas rodeándolos. San las cuenta hasta que consigue la que busca.
Suelta su bolsa y se pone en frente de la puerta, presionando el botón del
intercomunicador mientras espera.

“¿Sí?”

San le sonríe a la voz.

“Seonghwa, soy yo.”

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