Lover & a Fighter

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Angel presionó el tacón de su botín hasta que escuchó un hueso romperse. Él sonrió y movió su pie de un lado a otro, dejando que el grito del demonio llenara la habitación. Música, en otro momento podría poner música. A diferencia de Alastor, no disfrutaba con los gritos. Aunque las expresiones de terror eran bien recibidas. Angel llevó el cigarrillo a sus labios y dio una larga calada, dejando que el humo rosado como algodón de azúcar escapara lentamente por su nariz hasta que el grito terminó y el llanto comenzó.

Patéticos.

Siempre eran tan patéticos.

Personas así había en todos lados. Ellos se creían grandes y poderosos, con el derecho de hacer lo que quisieran hasta que algo de dolor les mostraba lo verdaderamente débiles que eran. Angel quiso reírse. En la época de Valentino, algo como un hueso roto no era una excusa para suplicar.

Débiles.

Angel levantó su pie y dejó que las cenizas de su cigarrillo cayeran en la cara del demonio.

—¿Estamos claros? —Él se encaminó al enorme espejo que cubría la pared de la habitación y se bajó las mangas de su chaqueta de hombreras anchas y sonrió a la imagen frente a él.

El traje morado con líneas negras era a medida, resaltando su figura y era un tributo a los 30. La tela que forraba su sombrero era la misma que su ropa y como único adorno ahí estaba una pluma roja con dos rayas negras. La chaqueta abierta mostraba el corsé negro a la cintura y su pecho descubierto. Angel metió sus manos en los bolsillos de su chaqueta y sonrió. Él lucía sacado de una revista de moda.

Él lucía como si hubiese tomado todo lo que siempre deseo y lo hubiese hecho suyo.

Angel miró al demonio en el suelo ahogado en llanto y haciéndose una bola para protegerse de otro potencial golpe.

Patético.

Como parte del servicio, él había tenido que lidiar con mucho peor y por gente como ese bastardo. Simplemente porque Val lo ordenaba. Angel se giró y caminó hacia el prostituto en el otro rincón de la habitación. El pobre chico apenas llevaba un mes bajo contrato y aun no sabía qué esperar de Angel.

Pero por lo menos hizo lo que se le había ordenado y había pedido ayuda.

—Déjame ver. —Angel tomó el rostro del pecador y vio la marca del golpe que el bastardo le había dado— Cierra los ojos.

El trabajador hizo caso, su apariencia similar a un ratoncito y como tal, este tembló bajo su tacto. Angel inhaló un poco más del cigarrillo y sopló el humo sobre la herida, sanándola por completo. Él pudo sentir el alma agitada del pecador calmarse ligeramente y este abrió los ojos dubitantes.

—Eso está mejor. Hiciste bien al pedir ayuda. —Angel lo soltó y vio al hombre en el suelo— ¿Y bien?

—Lo siento... Lo siento mucho. En verdad lo siento. —El demonio miró hacia todos lados— No creí—

—No pensaste. Y ese fue tu primer error. —Angel se encaminó hacia él y lo empujó con su pie para que lo mirase— Mis trabajadores son eso, trabajadores. No mercancía que puedes maltratar. Pagaste por algo y si querías más, debías entregar la diferencia, no golpear a mi trabajador por no hacer cosas gratis. Así que quiero oírte.

—Perdón...

—No a mí, imbécil. —Angel se hizo a un lado— A él. Discúlpate con él o voy a romperte el resto de las costillas y luego voy a escarbar entre tus órganos mientras aún estás consciente. El Demonio de la Radio no es el único al que le luce bien el carmesí, bebé.

Las disculpas llegaron demasiado rápido. Patéticas excusas. Temerosas palabras que abrumarían a cualquiera. Así que Angel fue hacia la puerta y dejó que los guardias se llevaran a ese imbécil. Él se apoyó en la puerta, mirando al pobre pecador que no estaba seguro de qué venía después de todo eso.

Probabilidades implícitasWhere stories live. Discover now