💀Capítulo 10. No todo es verdad

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Dorian sabía tres cosas: La primera es que era cuestión de tiempo que Carmilla y Nicte se percataran de su desaparición y lo rastrearan

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Dorian sabía tres cosas:

La primera es que era cuestión de tiempo que Carmilla y Nicte se percataran de su desaparición y lo rastrearan.

La segunda es que tenía un pasado, una hermana menor, una familia y una muerte falsa.

La tercera... es que era un estúpido.

Era un estúpido porque en lugar de ignorar el descubrimiento y regresar a cumplir con las ordenes de su jefe, se encaminó hacia dónde vivía Emma Welsh —su supuesta hermana menor—, todo con el fin de confrontarla y obtener respuestas. Nicte decía que su pasado era demasiado doloroso para ser soportado, pero ¿acaso eso era verdad? Parte de ello apuntaba que sí, porque de otra forma ¿qué razón tendría su familia para inventar todo aquello sobre un asesinato? ¿Qué era real y qué no?

Sacudió la cabeza y continuó conduciendo hacia un vecindario semi suburbano en aquella ciudad llamada Core. Si seguían viviendo en la misma dirección que decía en el archivo, sería pan comido encontrarla, pero entonces esto levantaba otra interrogante... ¿Carmilla y Nicte sabían esto? ¿Carmilla y Nicte sabían que Emma Welsh es su hermana?

Dorian no creía en las coincidencias. No eran más que excusas mediocres para aquello que no quería ser explicado.

«Malditas mentirosas». Pensó, pisando el acelerador del coche robado.

Le llevó casi veinte minutos encontrar la casa correcta. No tenía nada de extraordinario, solo una construcción más hecha a base de madera blanca con un pórtico y un descuidado jardín frontal. Miró nuevamente el archivo que robó de la estación de policía, comprobando que era idéntica a la foto en todo menos en aquel pasto sin cortar y que comenzaba a devorarse el camino hacia la puerta.

Pasó las páginas hasta detenerse en una foto de su rostro y luego el de Emma Welsh. Era una chica bastante joven, pero el parecido entre ambos era evidente. No le cabía duda, estaban emparentados.

Cerró la carpeta y estiró el brazo hacia el asiento trasero para agarrar la máscara del doctor de la plaga que trajo consigo. No estaba lo suficientemente desquiciado todavía como para mostrarle su rostro a su supuesta familiar.

«Me matarán por esto». Pensó, ya imaginando el castigo que le impondría El Salvador cuando se enterara. Pero estaba dispuesto a pagarlo, incluso si su vida era el precio. ¿Cuál era el propósito de vivir sin una identidad?

Con esto en mente, se puso la máscara y se dispuso a confrontar su irresoluto pasado.

(...)

Emma estaba sola en casa.

Generalmente siempre lo estaba dado que su padre salía a trabajar casi de madrugada y regresaba muy tarde. Antes no era así, a él le gustaba laborar desde la comodidad de su estudio, pero desde la muerte de Dorian, evitaba la casa, le escapaba y, durante los primeros días, ni siquiera se atrevía a poner pie en la cocina. Le decía a Emma que pidiera algo de comer y no pisaba aquella habitación a menos que no tuviese otra opción.

Emma estaba preocupada por su padre, quien ya había perdido a su esposa por circunstancias completamente misteriosas y ahora perdió a su hijo de una manera brutal e igualmente confusa. Ell quería ser fuerte, darle los menores problemas posibles, pero la verdad es que sufría la pérdida tanto como él.

Una lágrima cayó de su ojo izquierdo y aterrizó sobre la hoja en blanco de su cuaderno. Debía escribir un ensayo acerca de un libro que ni siquiera leyó. No podía concentrarse en nada. Volvería a reprobar.

Enjugó sus lágrimas con el dorso de su mano y exhaló de manera temblorosa, inclinando la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo del sofá de la sala. No podía evitar pensar, preguntarse si algún día volvería a la normalidad, si algún día... volvería a ser feliz.

No quería convertirse en uno de esos desastrosos casos que veía en películas o series dramáticas en donde la muerte de un familiar quebraba a los vivos que dejó atrás, pero no podía escapar de ello tampoco, ¿cómo se supone que lo haría? Comenzaba a arrepentirse de no haber aceptado la ayuda psicológica que le ofreció la enfermera de la escuela.

Negó con la cabeza y, cuando se irguió con la intención de enfocarse en sus deberes, vio una sombra blanquecina pasar en frente de ella. Se espantó y el pánico comenzó a acrecentarse en su pecho. Respiró con dificultad, le sucedía lo mismo cada vez que veía a aquellos espectros, a esos espíritus vagantes que siempre recurrían a ella por la misma razón:

—Guíame. Dime a dónde ir —rogó el muerto, con una voz distante y aguda—. Ayúdame.

Emma batalló por controlar su respiración y, una vez lo logró parcialmente, se levantó y se alejó con lentitud.

—No... No puedo —vaciló—. No puedo ayudarte. Lo siento.

El ente no dijo más y simplemente continuó vagando por el sitio. Tarde o temprano se iría, siempre era así. Primero aparecían, le rogaban su ayuda y, en el mejor de los casos, solo se marchaban, confundidos y perdidos; en el peor, le gritaban y la aterrorizaban.

Una vez se fue, Emma volvió a sentarse en el sillón, tensa. Si antes no quería hacer las tareas, ahora menos. Escondió su rostro entre sus manos, fastidiada, enojada, deprimida, todo al mismo tiempo.

Escuchó un golpe seco no muy lejos. Lo ignoró, a sabiendas de que el espectro seguía rodando por la casa.

—Ya vete —murmuró, desanimada.

Pero oyó otro golpe, y luego otro, y después el característico sonido de la perilla de la puerta siendo girada, rechinando un poco por su antigüedad.

Levantó el rostro de súbito y frunció el ceño.

—¿Papá? —llamó, pero todavía era demasiado temprano para que regresara y no escuchó su coche.

Extrañada, se levantó del sofá y se encaminó hacia el vestíbulo. En el trayecto vio al espectro atravesando una de las paredes, saliendo de la casa. No había sido él y, si algo aprendió de estas apariciones en estos meses, es que no les era fácil interactuar con objetos físicos, era muy raro que lo hicieran.

Se acercó a la entrada con pasos lentos, haciendo el mínimo ruido, y entonces lo vio, la perilla volvió a girar de un lado al otro y, cuando miró hacia abajo, notó una sombra en el piso, del otro lado de la puerta. Los fantasmas no tenían sombras, no, esto era un ser vivo. Un ser vivo que intentaba allanar su hogar.

Emma, espantada, se puso en modo de alerta y corrió a esconderse detrás de una pared al momento que rompían el seguro de la puerta y entraban a sus anchas.

Colocó una mano en su boca para callar su respiración y escuchó pasos pausados que hacían chirriar a los tablones de madera. Oyó las pisadas alejándose, dirigiéndose hacia la sala. Ella aprovechó el momento para salir de su escondite y dar largas zancadas de puntillas hacia el estudio de su padre. Se aferró a la manija de este y abrió la puerta, maldiciendo cuando rechinó.

«¡Mierda!»

El intruso se apresuró hacia allá, pero Emma fue más rápida y se metió en el estudio, cerrando la puerta a sus espaldas. Los pasos estaban muy cerca, atravesando el pasillo y abriendo todas las puertas en busca de la correcta.

Emma, agradeciendo traer su celular consigo, lo sacó del bolsillo de su chamarra y rápidamente fue a marcar, a punto de llamar a la policía, pero retractándose cuando recordó su as bajo la manga. ¿Para qué llamar a emergencias cuando tenía un amigo vampiro que llegaría más rápido y sería más útil?

Marcó el número de Viktor, pero este no contestaba, diciendo que el número estaba fuera del área de servicio. Volvió a marcar, pero era el mismo resultado.

«¡Maldita sea, Viktor!»

El intruso ya se acercaba al estudio y Emma, escasa de opciones, se metió al armario en donde antes su papá guardaba todas las pertenencias de su madre. Estaba polvoso y sintió ganas de estornudar, pero se lo tragó y en cambio volcó su atención hacia el celular. Buscó el chat de Viktor y, con dedos temblorosos, le envío un breve mensaje:

«S.O.S. CASA».

Presionó enviar y nunca sintió tanta impaciencia al ver como un mensaje simplemente no terminaba de enviarse y llegar a su destinatario. ¿En dónde diablos estaba el vampiro? No le llegaban las llamadas y tampoco los mensajes.

«En la Sociedad Ulterior no suele haber recepción telefónica, así que el mensaje no llegará o llegará horas después». Recordó lo que Viktor le explicó.

Ante esta problemática, salió de los chats y en su lugar fue al teléfono con la intención de marcar a emergencias, pero esto solo se quedaría como tal, como una intención, puesto que el intruso ya estaba frente a la puerta del estudio, percatándose de que era la única habitación cerrada con seguro.

—Sal de tu escondite. —Escuchó su voz y juró que el corazón se le detuvo por unos instantes.

Reconocía esa voz. Era la misma que la consolaba cuando se sentía abrumada, que la centraba cuando se hallaba perdida y la que admiró durante años cada vez que cantaba o reía.

Era la voz de su hermano mayor... de Dorian.

«No, no puede ser». Pensó. No había manera. Dorian estaba muerto y el intruso era eso, un intruso. No podía ser su hermano. Simplemente no.

La puerta del estudio fue abierta de un fuerte golpe, probablemente una patada. Emma se estremeció y volvió a cubrir su boca y nariz para no emitir el mínimo ruido. Las pisadas se paseaban por el cuarto, lentas, cautelosa, de seguro escudriñando cada centímetro del sitio.

—Sé que estás aquí —canturreó el intruso. Seguía sonando como Dorian, una voz idéntica.

Emma cerró los ojos, oyendo sus pasos alejarse, probablemente creyendo que había nadie. Pronto no hubo ruido alguno y juró que el peligro pasó, pero en ese efímero instante de paz, las puertas del armario fueron abiertas de par en par y se topó frente a frente con un hombre que cubría su rostro con una máscara del doctor de la plaga.

—Te encontré, Emma.

¿Final cliffhanger? Claro que sí, no sería un libro mío de otra manera 😈

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¿Final cliffhanger? Claro que sí, no sería un libro mío de otra manera 😈

El siguiente capítulo será... uff, no, mejor dejo que lo averigüen solos.

¡Muchísimas gracias por leer! 💛

Vampire AnomalyWhere stories live. Discover now