💀Capítulo 29. No es una farsa

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La Catedral Roja era un sitio espantoso

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La Catedral Roja era un sitio espantoso. Parecía una fortaleza con sus gruesos muros de piedra musgosa, sus pisos resquebrajados y la oscuridad que se cernía sobre esta. La capilla principal era la más perturbadora con su iluminación rojiza y su cruz ensangrentada en el altar. Nada en este lugar era agradable, parecía que reflejaba el alma del Salvador mismo, tan derruida y abandonada... ¿En esto se había convertido Matthias?

Viktor no pudo más que cerrar los ojos y sacudir la cabeza ante el pensamiento. Este no podía ser Matthias, no el que solía amar. Matthias Harker era un chico rebosante de vida, sonriente, con un talento innato para el violín, con intenciones puras y sueños que se propuso hacer alcanzables. Ese era el Matthias que solía amar, no este, no esto. El Salvador no era un ser vivo, no podía serlo. Era tan cruel, tan despiadado, tan...

—Es aquí —dijo Carmilla, irrumpiendo en su tren de pensamiento.

Viktor se halló frente a una puerta de madera en forma de arco. Estaba cerrada con un grueso candado oxidado para el cual Nicte parecía poseer la llave. La insertó en el cerrojo y la giró un par de veces, emitiendo un suspiro.

—Esto me tomará unos minutos —dijo—. El jefe es demasiado paranoico para mi gusto.

La joven bruja se acuclilló para estar a nivel del candado y se aferró a este mientras murmuraba palabras que a los oídos de Viktor sonaban como incoherencias. Carmilla, en cambio, se limitó a ver hacia el otro lado, evitando adrede la mirada de Viktor, pero manteniendo un firme agarre sobre su brazo. No lo dejaría ir ni por asomo.

Viktor entornó los ojos, plantando sus ojos en la parte trasera de la cabeza de Carmilla.

—¿Tú lo sabías? —indagó—. ¿Tú sabías que él era Matthias?

Carmilla no volteó el rostro, pero Viktor la sintió apretar más su brazo. Siempre se ponía tensa cuando le tocaban una fibra delicada.

—No lo sabía.

—¿Y aún así decidiste trabajar para él? —inquirió.

—No lo entenderías.

Viktor sentía que la sangre le borboteaba en las venas.

—¡Ya deja de repetir la misma mierda! —bramó y arrebató su brazo del agarre de la vampira—. ¡Suenas como una enorme imbécil!

Nicte, alertada por los gritos de Viktor, apartó su atención del candado y señaló al vampiro con una mano, a punto de volver a hechizarlo hasta que fue detenida por Carmilla.

—No, déjalo —indicó la vampira, por fin volviéndose hacia Viktor—. No será un problema.

—No seas irracional, Isabella —advirtió Nicte entre dientes.

—Confía en mí.

Nicte, aunque renuente, cedió y regresó su atención al candado, volviendo a murmurar palabrería y media, pero viendo a Viktor con el rabillo del ojo cada dos segundos.

—¿Isabella? —Viktor bufó—. ¿Haces que te llamen así para tragarte mejor tu propia farsa?

Carmilla frunció el entrecejo.

—No sabía que El Salvador era Matthias cuando comencé a trabajar para él. —Cambió el tema con sutileza—. Me enteré hace tan solo unos pocos días.

—¿Y no te das cuenta de que te está usando? —inquirió Viktor y vio a Nicte de reojo—. A ambas.

Nicte se detuvo un instante, curiosa por las afirmaciones de su prisionero.

—No parles estupideces —advirtió Carmilla—. Tú no sabes nada sobre él.

—Por el contrario, sé más de él que cualquiera en esta maldita Catedral —aseveró—. Matthias debería estar muerto, Carmilla. Yo lo vi morir.

—Es un brujo —justificó con rapidez.

—No lo era cuando lo conocí.

—No tenías manera de saberlo —intervino Nicte—. No es algo que divulguemos al mundo entero.

—Brujo o no, ¿en verdad pueden ser tan crédulas? —Se carcajeó de manera burlona—. Las está usando, a ti sobre todo, Carmilla. Su objetivo era yo, ahora lo entiendo todo.

—Su objetivo original era Dorian —refutó Carmilla, todavía negándose a ver más allá de lo que tenía frente de sí—. Tú fuiste una afortunada coincidencia para él.

—Es demasiado conveniente para ser una coincidencia, y tú lo sabes —afirmó Viktor.

Nicte pareció afectada por esas últimas palabras, tornándose ligeramente boquiabierta, dispuesta a decir algo, pero arrepintiéndose al último instante. Ambas sabían que él tenía la razón, tal vez no toda, pero una parte de sus afirmaciones encajaban perfectamente. Nada de esto era una suertuda coincidencia. No existía tal cosa.

—Como te dije antes, tú no sabes nada. —Carmilla rompió el silencio y señaló el candado en la puerta con la cabeza—. ¿Ya está abierta?

Nicte cruzó una breve mirada con ella antes de darle la espalda con cierto recelo.

—Ya casi —respondió de manera cortante.

Viktor solo pudo negar con la cabeza.

—Estás ciega, Carmilla —afirmó con frialdad—. Cegada de resentimiento hacia nadie y hacia todos.

—Cállate ya —siseó ella.

El candado tronó y Nicte abrió la puerta con un simple empujón de su mano.

—Ya está —anunció.

Carmilla volvió a tomar a Viktor del brazo y lo empujó hacia el estudio. El vampiro, antes de poner un pie dentro, conectó sus ojos con quien solía ser su mejor amiga, y sentenció:

—Lo más lamentable, es que estás demasiado ciega para apreciar lo que ganaste a partir de tu pérdida.

Carmilla apretó la mandíbula y le dio un empujón en la espalda para obligarlo a entrar. Viktor se tambaleó y cruzó el umbral. Se volvió hacia atrás con rapidez, pero la puerta ya estaba cerrada y escuchó como volvían a colocar el candado. Estaba encerrado.

Chasqueó la lengua.

—Mierda —musitó.

Escudriñó sus alrededores y lo que vio no le sorprendió en lo absoluto. En cada pared había polvorientas repisas repletas de libros, papeles y objetos bizarros que no sabría identificar ni aunque le pagaran para hacerlo. Se aproximó hacia el enorme escritorio en el centro de la habitación, igual de desordenado y sucio, con papeles rayados con anotaciones y viales de sangre que no tenía la menor idea de a quién pertenecían. Abrió los cajones, buscando algo, tal vez una llave, tal vez un arma, lo que fuera que lo ayudara a salir de ese maldito sitio.

Se agachó y, con un cuchillo que encontró en la mesa, se hizo un corte en la palma, utilizando su propia sangre para invocar el Torrente Sanguíneo. Un vórtice de sangre se formó bajo su mano, pero era pequeño, demasiado, no había manera de viajar a través de este. Era como si el Torrente hubiese sido cortado en ese sitio.

Se acercó a los libreros y comenzó a aventar los libros al suelo, a examinar cada artilugio extraño que poseía. Algo debía haber, lo que fuera que le otorgara cierta ventaja.

—¡Carajo! —bramó y aventó con fuerza otro de los libros, escuchando como este último colisionaba contra algo.

Se volvió hacia el origen del sonido y se halló con un anticuado tocadiscos tirado en el suelo. Extrañado, se arrodilló junto a este, por suerte no estaba roto. Volvió a colocarle el disco y lo echó a andar.

Una suave melodía de violín fue lo que se reprodujo. Era bellísima, tan simple con un solo instrumento a comparación de las exuberantes orquestas, pero dicha simplicidad era lo que hacía su sonido tan exquisito. Viktor tuvo una breve regresión al pasado, a aquella noche en que escuchó a Matthias tocar el violín por primera vez en un escenario.

—Así que aún queda una parte de ti detrás de toda esa crueldad —dijo para sí mismo y detuvo la música.

Emitió una exhalación y se sentó por completo en el suelo. Pasó una mano por su cabello, estresado. ¿Qué se supone que debía hacer? Estaba atrapado, a Dorian se le acababa el tiempo y Carmilla estaba completamente perdida en su enojo como para hacerla entrar en razón.

Angustiado, se llevó la mano al colgante en su cuello, el cuarzo de sangre que siempre llevaba consigo, mismo que Matthias le regaló hace tantos años cuando todavía estaban enamorados, cuando ninguno era un monstruo. Lo miró, seguía tan reluciente como siempre, tan perfecto. Lo único puro que le quedaba de ese pasado.

—Espera un segundo —musitó para sí y amplió los ojos, volviendo a ver el cristal rojo, hecho de sangre, de sangre de Matthias—. Mierda, sí que soy idiota.

Soltó una eufórica carcajada y se arrancó la cadena del cuello. Estaba hecho de sangre de Matthias, del Salvador, cristalizada y preservada para resistir el paso del tiempo. Si lograba hacérselo llegar a Lazarus, la bruja Blair podría hallar la manera de extraer la sangre y rastrear al Salvador mismo, llegarían a la Catedral y los sacarían de aquí.

Viktor usó nuevamente el cuchillo para hacer un corte en su palma y colocó esta en el suelo. Invocó el Torrente Sanguíneo, puesto que él no necesitaba viajar, solo necesitaba que el cuarzo lo hiciera. Pensó en Lazarus y en el departamento de Roderick donde todavía debían estar y un pequeño vórtice de sangre se manifestó bajo su mano.

—Más te vale descifrar esto, estúpido detective —masculló y dejó caer el cuarzo al Torrente.

Vampire AnomalyOù les histoires vivent. Découvrez maintenant