💀Capítulo 36. No seas cobarde

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Los rituales mágicos no eran algo sencillo, sin embargo, con tres brujas, una prodigiosa, una talentosa y una novata, el trabajo se dividía en tres inequitativas partes, pero ofrecía un resultado satisfactorio

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Los rituales mágicos no eran algo sencillo, sin embargo, con tres brujas, una prodigiosa, una talentosa y una novata, el trabajo se dividía en tres inequitativas partes, pero ofrecía un resultado satisfactorio.

Nicte era quien dirigía a las otras, instruyendo que debían formar un círculo y repetir un encantamiento una y otra vez hasta que se rompiera el hechizo del Salvador y la Catedral Roja quedara a la vista y al acceso.

Lazarus no comprendía del todo lo que decían. Era una lengua antigua —casi exclusiva de brujas— y sonaba como una bizarra combinación entre lenguas romances y sonidos ininteligibles. Lo único que podía deducir, era una plegaria, una súplica para que la magia del Salvador se debilitara y la de ellas prosperara.

—Estás tan cerca, Lazarus, ¿de verdad crees que esto es lo correcto? —preguntó la voz de Lucas a su lado.

La alucinación había regresado, su querido mejor amigo aparecía parado a su costado y solo él podía verlo y escucharlo, una fantasía creada por su cerebro para ayudarlo a lidiar con el trauma.

—El Salvador merece morir —afirmó, viendo a los lejos como las tres brujas seguían realizando el ritual, sintiendo su energía manifestarse en potentes ráfagas de viento helado que le revolvían el cabello y le volaban el abrigo.

—¿Y crees que a ti te pertenece el derecho de terminar su vida? —cuestionó Lucas.

Lazarus bufó, sacudiendo lentamente la cabeza.

—No me interesa matarlo con mis propias manos, simplemente lo quiero muerto —contestó—. Solo así pagará por lo que te hizo.

—Ya sabes la verdadera identidad del Salvador, ¿todavía crees que no se merece el perdón?

Lazarus lo miró con el rabillo del ojo, era una visión tan sólida, tan nítida, que su cerebro podría engañarlo y hacerle creer que era completamente real.

—Todos sufrimos, pero lo que escogemos hacer con nuestro sufrimiento, depende completamente de nosotros —aseveró y tomó sus gafas de cristales rojos—. No merece mi perdón.

—¿Y qué hay del Padre Común? —interrogó la visión de Lucas.

Lazarus hizo un mohín y se colocó las gafas, desapareciendo la silueta de su fallecido mejor amigo. Su mundo se pintaba de carmesí cada vez que las portaba, pero prefería eso que un constante recordatorio de su demencia.

—El Padre Común es otra historia —musitó.

Momentos después, se escuchó un estruendo, un sonido similar a cientos de paneles de cristal quebrándose y un grito ahogado, como un chillido. Por estas cosas es que Lazarus sentía animadversión hacia la magia.

Se volvió hacia las tres brujas, quienes ya habían abierto los ojos y sonreían con satisfacción, todavía aferradas de las manos.

—Está hecho —informó Nicte.

Lazarus se dio la vuelta y, tal y como afirmó la bruja, los terrenos de la Catedral Roja se revelaron frente a sus ojos. Parecía un terreno baldío y abandonado, con pasto seco y árboles marchitos; la construcción tampoco era nada sorprendente, solo lucía como otro tipo de edificación derruida y maltratada por el tiempo. No tenía nada de especial, no era nada imponente, solo una muestra física de lo que sucedía en la cabeza de un maníaco como El Salvador, un alma rota y extraviada.

—Acabemos con esto —ordenó.

(...)

Carmilla odiaba sentirse acorralada.

Dada su naturaleza vampírica, era casi imposible que cualquiera la acorralara físicamente y la hiciera sentir más débil en ese aspecto, pero emocionalmente no tenía ni un muro de contención. Su vulnerabilidad radicaba en el pesar que cargaba en el pecho, en las melancólicas memorias que rondaba su cabeza y el pasado que perdió sin querer.

Por dentro estaba agradecida con Rhapsody por haberle otorgado una segunda oportunidad y, por el otro lado, se odiaba a sí misma por haber sido tan cobarde y aceptado sin cavilar. No era tan infantil y estúpida como para culpar a la vampira Ancestral de que todo esto sucediera, pero sí era lo suficientemente consciente para percatarse de que esto era por su propia causa.

«Yo entiendo tu dolor, Carmilla Di Rosaria. Yo también buscó recuperar el pasado». Eso fue lo que el Salvador le dijo cuando se conocieron, cuando la tentó a unirse a su causa y ser su aliada a cambio de un simple juramento sin ningún fundamento. Él le juró traer a su familia de regreso y ella aceptó por mera desesperación.

¿Siquiera era posible recuperar el pasado? Esto era lo que se preguntaba todos los días, cada hora y segundo en que surgían las dudas.

«Sabes que no podrás regresar a ser lo que eras, no puedes retroceder las manecillas y definitivamente no debes traer a alguien de entre los muertos». Las palabras de Viktor no hacían más que repetirse como un disco rayado.

No, no podía regresar a ser la de antes, no podía retroceder el tiempo y no debía revivir a los muertos. Pero si estaba tan al tanto sobre todo esto ¿por qué se empeñaba en intentarlo?

Intentar, esa era una palabra curiosa. Se respaldaba en ella para todo, para intentar revertir el pasado, para intentar recuperar a su familia, para intentar volver a ser feliz. Intentar, intentar, intentar, ¿cuántos intentos más tendría para conseguir lo que quería?

«Estás ciega, Carmilla. Cegada de resentimiento hacia nadie y hacia todos». Tal vez Viktor tenía razón.

«Sé feliz con lo que tienes ahora, deja ir el pasado y... Ven conmigo, Carmilla. Escapemos, juntas. Encontremos esa plenitud que ambas tanto necesitamos». Tal vez Nicte en verdad la amaba.

«Lo más lamentable, es que estás demasiado ciega para apreciar lo que ganaste a partir de esa pérdida».

¿Qué es lo que quería? ¿Qué es lo que le faltaba?

«Tu esposo, tu hija, tu vida». Se respondió a sí misma.

¿Por qué estaba tan necia en poseer algo que no podía? ¿Por qué era tan cruel consigo misma?

«La verdad es tan dolorosa y tú le temes tanto a sufrir».

Sí, Viktor siempre tuvo la razón, era verdad que él la conocía mejor que nadie, tal vez incluso mejor que sí misma. Le aterrorizaba sufrir, por eso se negaba a aceptar, a afrontar que su pasado estaba muerto junto con todo lo que alguna vez fue. No, estaba más que muerto, eran cenizas, un vago recuerdo en el fondo de su mente. Esta era su segunda oportunidad... Y la estaba malgastando.

«Yo sí siento algo por ti, Carmilla, pero si tú estás tan negada a renunciar a tu pasado, entonces lo mejor será dejarte atrás también». Renunció a Nicte.

«Púdrete». Renunció a Viktor.

Renunció a todo por algo que no pasaba de una apuesta. ¿Acaso era tan estúpida?

Aunque, entre toda esa bruma de emociones encontradas, de revelaciones y arrepentimientos, había unas palabras en particular que le resonaban con más fuerza.

«Tú también podrías tener una segunda oportunidad».

Eso fue lo que Dorian Welsh, el chico a quien le arruinó la vida en todas las maneras posibles, le dijo. Eso solo la hacía preguntarse si en verdad poseía el derecho de vivir, de ser perdonada...

—Entonces tendré que matarlo. —La voz del Salvador resonó desde la otra habitación, esa era la señal para llevar a cabo la parte final de su plan.

«Este es el último favor que te pediré, después de esto, tendrás lo que deseas». Esta fue la promesa del Salvador, una más de las tantas.

Y nuevamente, cegada por un resquicio de fe, le siguió la corriente. Vio cómo noqueaba a Dorian con veneno de demonio y luego lo torturaba para sacar su lado más bestial y salvaje hasta volverlo un verdadero monstruo.

Ahora aquí estaba, aferrada a las cadenas que aprisionaban al joven chico recién convertido. Con una trémula exhalación, se echó a andar hacia el altar de la catedral. El Salvador ya estaba ahí con Viktor y este último, al ver a su amado, se espantó como nunca antes. Carmilla odió ver esa expresión en quien solía ser su mejor amigo, su hermano.

«Odio sufrir, sin embargo, hago sufrir a otros». Pensó.

La agonía en la cansada mirada de Viktor, la Crueldad en la del Salvador, la bestialidad en la de Dorian y la culpa en la propia. Nada estaba bien.

Desvío los ojos, rehúsandose a presenciar la escena. Siempre evasiva, siempre tan cobarde.

«Haz algo». Le siseaba su propia consciencia.

—¡¿Qué fue lo que le hiciste?! —cuestionó Viktor entonces.

—Yo no hice nada —contestó El Salvador con esa voz tan desagradable—. Esto es obra tuya, Viktor.

—¿De qué estás...? —Viktor estaba tan confundido.

El Salvador calló al vampiro colocando una mano sobre su boca. Afirmaba amarlo, pero esto no era amor, esto era una insana necesidad. Una revoltosa necedad, tal y como la suya. No quería parecerse a él.

«Entonces haz algo». Volvió a insistir la fracción más racional en su maldita cabeza.

—¿Lo salvarás, Viktor? —inquirió el Salvador—. ¿O te salvarás a ti mismo?

Carmilla sabía que eso no era parte del plan y, en cuanto se volvió hacia Viktor y El Salvador, vio como este último tiraba la daga de hierro solar al suelo y esta repiqueteó con agudeza, un sonido estridente que terminó de provocar al voluble y encadenado Dorian. La Anomalía jaló de las cadenas con una fuerza que la hizo tambalearse y soltarlo, raspando sus palmas en el proceso.

—¡No! —bramó, ignorando el ardor y la sangre.

Dorian se abalanzó hacia Viktor como un animal hambriento, dispuesto a atacar, a despedazar... a matar. Este no era el plan, esta era otra mentira.

«¡Haz algo!»

Dio un paso hacia delante, temeraria, idiota porque no tenía un plan en concreto más allá de prevenir una tragedia, pero antes de siquiera poder actuar, El Salvador se le adelantó a todos y paralizó a Dorian en su sirio con un simple movimiento de su mano.

Dorian se detuvo a escasos centímetros de Viktor, un perturbado Viktor que no podía quitarle los ojos de encima a su amado, buscando en su rostro, en su cuerpo, en cualquier sitio, una solución. Así era él, siempre en busca de una forma de arreglar lo que estaba roto.

Carmilla hizo un par de puños con sus manos ensangrentadas. Ya no había herida, pero la sangre seguía impregnada en su pálida piel.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —espetó al Salvador, al maldito Salvador—. ¡Pensé que querías a Viktor de regreso, no muerto!

El Salvador y Viktor se volvieron hacia ella. El vampiro estaba anonadado y el brujo... colérico.

—La necedad es lo que interfiere, Carmilla —contestó y señaló a Dorian, congelado en su sitio—. Él es la mayor necedad de mi amado Viktor.

—¡Cierra ya la maldita boca! —bramó Viktor, igual de iracundo, dispuesto a atacar al Salvador si así debía, sin importarle el rostro de su primer amor, sin importarle en absoluto el pasado entre ambos.

«Supérate. Haz algo. ¡Ahora!».

—Jugaremos, Viktor —dijo entonces el Salvador, llamando la atención de la vampira—. ¿Te gustan los juegos de opción múltiple?

—Deja de decir estupideces —masculló el vampiro, mirando a su pasado amor y luego al presente. No sabía qué hacer.

—Oh, no, no. No tendrás que escoger entre él o yo. —Se carcajeó como un demente—. Eso sería demasiado predecible, ¿no te parece?

—¿Por qué me torturas? —preguntó Viktor, se oía tan... roto—. ¿Por qué haces todo esto?

—Porque un poco de dolor nunca mata a nadie —contestó El Salvador, sonando como todo excepto como una persona cuerda—, pero si ayuda a aclarar la mente.

—Eso es una mentira —señaló Viktor.

El Salvador se encogió de hombros y atrajo la daga de Hierro Solar hacia él, haciéndola girar entre sus dedos antes de fijar sus ojos sobre Dorian.

—Dorian Welsh. —Aventó la daga a los pies del recién convertido vampiro y luego miró a Carmilla de reojo. La vampira tuvo un terrible presentimiento—. Mata a Carmilla Di Rosaria.

Carmilla amplió los ojos al mismo tiempo que El Salvador liberaba a Dorian de las garras de su magia. El Bestial vampiro soltó un gutural gruñido y se abalanzó hacia ella, empujándola al suelo y reteniéndola. Nunca pensó que alguien podría vencerla tan fácilmente.

—¡No la mates! —imploró Viktor—. ¡Maldita sea, Dorian, reacciona!

—Los ruegos son inútiles —señaló El Salvador—. Así que decide, Viktor, ¿ella morirá a manos de tu amado o tú lo matarás a él?

Carmilla temía la respuesta, en realidad, no le sorprendería ni un poco. Sabía que estaba por su cuenta, por lo que continuó forcejeando contra Dorian, apenas logrando mantenerlo lejos de su cuello, de que la mordiera, la vaciara de sangre y luego la hiciera trizas con sus afilados colmillos.

—Mierda —masculló entre dientes por el esfuerzo. Los ojos de Dorian estaban afilados como dos líneas negras y sus ojos guinda y dorado brillaban con una intensidad cegadora—. ¡Mierda!

—Primero dejaría que él me mate a mí —decidió Viktor.

Carmilla se sorprendió, pero a la vez no. Así era Viktor, el idiota de Viktor Zalatoris, un ser egoísta y burlón cuando se trataba de todo lo trivial, y un mártir cuando se trataba de sus seres amados. Odiaba adorarlo tanto.

—Eso no sucederá —afirmó El Salvador y Carmilla sintió como la sangre combinada con saliva de Dorian caía en forma de gotas sobre su rostro, cada vez era más difícil detenerlo—. Si Dorian siquiera intentara ponerte un dedo encima... Yo lo mataría primero.

Viktor bufó. Eso era una buena señal. Significaba que tenía un plan, una idea probablemente disparatada y con pocas probabilidades de éxito. Carmilla la tomaría antes que ser asesinada por Dorian.

—De cualquier forma pretendes matarlo —dijo Viktor.

—Es cierto, pero depende de ti darle una muerte digna e indolora y salvar a tu querida amiga.

—Bien, de acuerdo, jugaré contigo. —Viktor cedió y Carmilla escuchó como tronaba sus nudillos—. Pero cambiaré un par de reglas.

Sin darle la oportunidad de cuestionar, Viktor corrió al costado de Carmilla y empujó a Dorian lejos de ella con tanta fuerza, que el recién transformado chocó contra una de las bancas y quedó levemente aturdido. La vampira miró a su amigo a los ojos y se comunicaron algo sin necesidad de palabras.

«Lo siento».

«Lo sé».

Viktor le ofreció una mano y Carmilla no pudo comprenderlo al inicio. ¿Por qué la perdonaba tan fácilmente?

—Ayúdame —susurró Viktor entonces, como si esta fuera su única condición para otorgarle el completo perdón.

No dudó en tomar su mano y ponerse en pie. Viktor le dio un apretón y la miró con seriedad.

—Eres una idiota —dijo.

—Lo sé —respondió ella.

—Pero yo me llevo el premio a la idiotez por seguir preocupándome por ti.

Carmilla rió por lo bajo, meneando la cabeza.

—No, Viktor, en esta competición, yo soy la ganadora —aseveró—. El premio a la más imbécil, la peor amiga y, sobre todo, la más arrepentida.

Viktor le devolvió la sonrisa, pero esta pronto desapareció al ver a Dorian poniéndose en pie nuevamente, sus movimientos eran rígidos y su cuerpo entero tronaba, soldando los huesos rotos por el impacto.

Carmilla también se dio la vuelta y, en ese instante, vio la daga de Hierro Solar en la mano derecha de Dorian. Se aferraba a esta con fuerza y, con un veloz movimiento, volvió a precipitarse hacia ellos. Era bien sabido que los vampiros recién convertidos eran mucho más fuertes, mucho más veloces y mucho más resistentes. Era como un niño contra un adulto mayor.

«¡HAZ ALGO!» La voz en su cabeza gritó.

Vio el filo de la daga, sabía que aunque intentaran apartarse sería inútil, así que, en lugar de correr, en lugar de ser una maldita cobarde, se aferró a los hombros de Viktor y se plantó frente a él.

Sintió la afilada hoja atravesar su espalda y con esto, vino el dolor, uno indescriptible, como si la quemaran de adentro hacia afuera. Viktor la miró, boquiabierto, incapaz de procesar lo que acababa de hacer. Ni siquiera ella lo comprendía del todo.

«Ya se me acabaron los intentos, ¿no es así?» Fue lo último que pensó antes de desplomarse.

¡Ya solo faltan tres capítulos para el final! ¿Qué tal un maratón para la próxima semana? 👀

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¡Ya solo faltan tres capítulos para el final! ¿Qué tal un maratón para la próxima semana? 👀

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