💀Capítulo 16. No lo dejes marcharse

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Emma no necesitaba un niñero, pero aparentemente no todos pensaban igual

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Emma no necesitaba un niñero, pero aparentemente no todos pensaban igual.

En realidad, era lo más racional que tuviese a alguien cuidándola, puesto que, después de todo, ella era el siguiente objetivo de Carmilla y Nicte, y aunque ambas de seguro irían tras Dorian cuando se percataran de su desaparición, nunca estaba de más ser precavido.

Así que no, no es que Emma no necesitara un niñero, sino que más bien no quería al que le asignaron. Eriante Lugosi —supuestamente el mejor Verdugo de su generación— no era más que un vampiro egocéntrico, narcisista y que se le pasaba hablando por teléfono con lo que solo podía suponer eran mujeres humanas a las cuales tenía comiendo de la palma de su mano.

Actualmente el vampiro estaba arrellanado en el sofá de la sala de Emma, con todo y los zapatos puestos, un brazo debajo de la cabeza y el celular pegado al oído con una molesta sonrisa de suficiencia emplastada en su rostro. Emma lo observaba desde el suelo, sentada junto a la mesa con la intención de hacer los deberes, pero incapaz de concentrarse por la voz de Lugosi. Comenzaba a comprender el odio que Dorian le tuvo a Viktor al inicio, ¿acaso todos los vampiros eran así de pesados?

—Claro, nena, te veré esta noche —aseguró Lugosi, haciendo cálculos con una mano. Ya había quedado con una chica diferente esa misma tarde—. ¿Cenar? ¿No preferirías que fuéramos directo a tu piso? No, bien, de acuerdo, sí te llevaré a cenar a un lugar bonito. Tienes razón.

Emma rodó los ojos y, harta de las incesantes conversaciones de Lugosi, tomó un borrador a medio gastar y se lo aventó a la cabeza, dando justo en el centro de su frente. Un excelente tino.

El vampiro se sobresaltó y de inmediato volvió sus ojos hacia ella, arrugando el ceño.

—¿Qué diablos te pasa? —inquirió entre dientes y luego amplió los ojos, volviéndose hacia el celular—. No, no era a ti, nena. Solo un idiota se atravesó en mi camino. —Emma lo fulminó con la mirada—. Esta noche, sí. Bien, adiós.

Por fin colgó la llamada y volcó su completa atención sobre Emma, negando con la cabeza.

—En serio, niña, ¿cuál es tu problema?

—¿Niña? Tengo diecisiete, tarado.

—Y yo tengo decenas de años más —refutó.

—Pues actúas de quince —replicó, poniéndose de pie y acercándose a donde él para arrebatarle el celular de la mano—. ¡No me dejas concentrarme si hablas por teléfono todo el maldito día!

Lugosi se puse de pie de un rápido movimiento y se lo arrebató de la mano con la misma agilidad. Sonrió de manera burlona, viéndola hacia abajo por su corta estatura.

—Si tanto te molesta, puedes irte. La casa es lo suficientemente grande para dos personas.

—Es mi casa —señaló con enfado—. Yo decido dónde quiero estar.

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