💀Capítulo 27. No puedes ser tú

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Las personas son engañosas

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Las personas son engañosas. Los rostros son máscaras y los cuerpos no son más que marionetas y carcasas.

El Salvador utilizaba a otros como si fueran de su propiedad, sin darle valor alguno al libre albedrío, pensando, jurando que a quien poseía de inmediato se volvía suyo y, por ende, podía hacer lo que quisiera con este. El alma de la otra persona se desvanecía en este período de tiempo, se escondía como una cobarde, sin oponer mínima resistencia. Era como morir, pero sin morir.

Se arrodilló en el altar de la Catedral Roja, justo frente a la ensangrentada cruz en donde antes tenía colgado a un débil vampiro que no servía más que para alimentar a su amo. Frente de sí tenía un cuenco lleno de su espesa sangre, tan oscura que parecía negra, pero con la particular capacidad de reflejar su rostro con nitidez. No llevaba la máscara, se veía a sí mismo a los ojos, esto era tan inusual, que le costó reconocerse durante los primeros instantes.

Al lado del cuenco tenía un vial en donde guardaba más sangre, pero esta era carmesí y saludable, ajena. Aquel líquido vital no provenía de sus propias venas, sino de su Anomalía número 55, de Dorian Welsh. Tenía viales y viales de su sangre, habiendo previsto todo tipo de escenarios.

«La sangre es lo más valioso que poseen los seres vivos, tenla en tu poder y los tienes a ellos en cuerpo y alma». Recordó las palabras de la prodigiosa bruja que lo entrenó hace tantos años.

Abrió la tapa de corcho del vial y vertió la sangre dentro del cuenco. Sangre roja y negra se mezclaron, El Salvador hizo movimientos giratorios con su mano derecha sobre esta, y el espeso líquido formó un remolino dentro del cuenco. En cuanto este dejó de girar, se había transformado en sangre roja oscura que ahora no solo lo reflejaba a él, sino que también a Dorian Welsh.

El Salvador, preparado para el esfuerzo que conllevaba poseer el cuerpo de la Anomalía Prohibida, tomó el cuenco entre sus manos y bebió la mezcla de sangre. Sabía a óxido y amargura, como una fruta en mal estado o una trago en seco del más potente vodka. Su visión se partió en dos, viendo por un lado la catedral y por el otro el departamento donde se encontraba Dorian; sus oídos captaba fragmentos de otras voces, la voz de Viktor para ser preciso. Y su propio cuerpo... su cuerpo se sentía maleable, cambiante, con las venas ardiendo, sintiendo cada centímetro de su piel y células.

Reprimió un grito de agonía pura, cerró los ojos con fuerza, y escuchó la voz de Dorian dentro de la mente que ahora compartían.

«No». Dijo, temeroso.

«Gracias, Dorian Welsh». Le respondió.

Se hizo del completo control del cuerpo y lo primero que sintió fueron unos fríos labios contra los suyos. Separó los párpados y lo que vio fue a Viktor. Se apartó del vampiro y no pudo más que sonreír ante la perfección de la situación.

—¿Dorian? —preguntó Viktor por su repentina reacción.

El Salvador solo pudo conectar sus ojos y continuar sonriendo. Su plan marchaba perfecto, tal y como lo predijo. ¿Esta era la mal llamada suerte?

—Quiero enseñarte algo —dijo y se puso de pie, tomando la mano del vampiro para jalarlo consigo—. Ven conmigo.

No tenía tiempo que perder, había especulado que podría controlar el cuerpo de Dorian durante sí mucho media hora. Por fortuna, Viktor, cegado de amor por la Anomalía, se dejó llevar sin cuestionar.

—Sabes que te seguiré a donde vayas —aseveró.

El Salvador, satisfecho, incluso agradecido, apretó su mano con más fuerza.

«Cuento con ello, Viktor». Pensó.

—Lo sé —contestó en voz alta.

Se llevó al vampiro fuera de aquel departamento en el mundo superior y lo condujo hacia un parque a unas cuadras de ahí, el punto de reunión que previamente habían establecido él y su leal Carmilla Di Rosaria. Todo estaba perfectamente planeado. Nada podía fallar.

El parque en cuestión era uno solitario, con amplios jardines y pocos faroles que solo iluminaban pequeñas porciones del sitio. No había ni un solo humano a la vista, todos fueron mandados a casa gracias a la hipnosis de Carmilla, esa noche al Salvador no le apetecía derramar sangre... Al menos no innecesaria.

—Dorian. —Viktor lo detuvo a mitad de un sendero rodeado de espesos árboles. Era un parque tan extenso, que daba la vuelta a varias manzanas, teniendo áreas en dónde se asemejaba más a un bosque que otra cosa. Exactamente por eso lo escogió.

El Salvador, poseyendo el cuerpo de Dorian, se dio la vuelta, viendo al vampiro a los ojos. Estaba tenso.

—¿Está todo bien? —preguntó con un tono suave. No se acostumbraba a oír otra voz saliendo de su garganta.

—Yo debería preguntar eso —respondió Viktor, frunciendo el ceño y señalando sus alrededores—. ¿Para qué me trajiste aquí? Nunca te tomé por un chico de exteriores.

Se aproximó a Viktor, colocando un dedo sobre sus labios.

—Eso es un secreto.

Viktor apartó su mano de sus labios.

—No podemos aventurarnos a lo desconocido, Dorian —advirtió—. El Salvador sigue allá afuera.

No puedo evitar reír ante la ironía. El vampiro solo lo miró con aún más extrañeza.

—Él no es tan malo como crees —aseguró.

Viktor entornó los ojos y se aferró con demasiada fuerza a la mano de Dorian, atrayéndolo hacia él. Lo escudriñó y luego negó con la cabeza.

—Tú no eres Dorian. —Lo tomó por el cuello de la camisa—. ¿Quién diablos eres y por qué lo estás poseyendo?

El Salvador esbozó una sonrisa macabra y se aferró a la fría mano del vampiro que se agarraba a su ropa.

—¿Cómo te diste cuenta? —indagó.

—Eres un pésimo actor, o actriz. —Lo encaró—. Dime quién eres y qué quieres a cambio de abandonar su cuerpo.

—No te vas por las ramas, ¿eh? —Se carcajeó y apoyó su frente contra la de Viktor para después acariciar su mejilla—. No has cambiado en nada. Eso me alivia. Uno de nosotros sigue siendo igual.

Viktor se mostró incluso más confundido. Le dio un manotazo a los dedos que tenía presionados contra su mejilla y lo sacudió.

—¡Dime quién eres! —exigió con un grito desesperado.

—Pensé que era evidente.

—¡Evidente ni qué mierda!

—Creo que, en el fondo, sabes quién soy —aseveró—. Al menos una pequeña fracción de mi identidad.

Viktor volvió a escudriñarlo y supo que había descifrado su identidad cuando se aferró con más fuerza a la camisa, casi haciéndole hoyos con las uñas de sus dedos.

—El Salvador —siseó.

—Sí —afirmó—, pero ¿quién soy en realidad?

El vampiro arrugó sus oscuras cejas con extrañeza, a punto de volver a agitarlo para que le diera explicaciones cuando escuchó unas pisadas a sus espaldas y una segunda voz intervino en la confrontación.

—Lo lamento, Viktor.

Viktor reconoció esa voz como si la hubiese escuchado ayer. Soltó el cuello de la camisa del Dorian poseído y, al volverse hacia atrás, se encontró con un rostro que pensó que jamás volvería a ver.

—Carmilla —musitó, patidifuso.

Carmilla se veía casi como la recordaba, tal vez su sedosa cabellera estaba más larga, pero lo demás en ella tenía el mismo elegante porte, la belleza natural y el aspecto llamativo que le conoció cuando eran mejores amigos, casi hermanos.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó con un tono frío, casi despiadado, haciendo de sus manos un par de puños.

No podía creer que hace tan solo seis meses veía a Carmilla con un afecto incomparable, pero ahora... Ahora no soportaba ni un vistazo de su rostro. Verla le recordaba la agonía que sufrió, el dolor, la pérdida. Por su causa y la del Salvador vivió un averno en vida.

—Porque tengo que —contestó ella, igual de seria. Una fachada—. No me queda otra opción.

Viktor soltó un bufido lleno de sarcasmo, uno cruel y lastimero.

—Por supuesto que no te queda otra opción, no te queda nada —señaló de manera fría—. Perdiste todo y a todos con lo que hiciste.

—¡Nunca serás capaz de entender mis razones! —espetó Carmilla, dando un zapatazo son sus tacones rojos—. ¡No importa lo que te diga, tú siempre verás la cara de tu moneda!

—¡La cara de mi moneda nunca interfirió con la tuya! —refutó—. ¡Mataste a Dorian, me hiciste sufrir como nunca nadie lo ha hecho, Carmilla!

La vampira apretó la mandíbula.

—Claro que interferiste en mi cara de la moneda —aseveró—. En realidad... Tú fuiste la razón de tu propia desgracia.

Viktor amplió los ojos.

—¿De qué...?

—¡VIKTOR!

Viktor se dio la vuelta de súbito al escuchar el grito de Dorian detrás de él. Ya no parecía estar poseído, pero ahora era aprisionado por magia, magia que provenía de la bruja parada a su lado, Nicte. Otra traicionera, una persona más que resultó ser una farsa y una desgracia para él.

—¡Suéltalo! —advirtió, haciendo amagos de aproximarse, pero deteniéndose cuando la bruja colocó una cuchilla contra el cuello de Dorian.

—No te acerques, Zalatoris, o lo mató aquí mismo —amenazó—. No me asusta matar, ¿sabes?

Viktor se quedó quieto y conectó sus ojos con los de Dorian. De nuevo era él, El Salvador había desvanecido cualquier tipo de control que tenía sobre su cuerpo. El verdadero Dorian estaba confundido, quién sabe cuánto tiempo llevaba siendo controlado y ahora aparecía en un parque desconocido con una navaja contra su yugular.

—¿Qué es lo que quieren? —indagó Viktor, hallándose acorralado entre Nicte y Carmilla, en una muy clara desventaja.

Dorian forcejeó contra la bruja y sus iris comenzaron a tornarse dorados. Iba a usar su habilidad hipnótica.

—Les ordeno que-

—Luces fuera —interrumpió Nicte con premura, pasando una mano frente al rostro de Dorian.

Sus palabras fueron acortadas cuando Nicte lo noqueó con un hechizo. Los ojos de Dorian se rodaron al interior de su cráneo y cayó lánguido de rodillas antes de desplomarse por completo en el suelo, inconsciente.

—¡Dorian! —exclamó Viktor, queriendo acercarse hasta que sintió una mano sobre su hombro. Se dio la vuelta por puro reflejo y se hizo con la muñeca de Carmilla, quien intentaba detenerlo—. No te atrevas a meterte en mi camino.

Carmilla entornó sus ojos guinda como los de él, sin turbarse por su reacción.

—Lo mismo digo —masculló, pero con su mano libre sacó una navaja y de un rápido movimiento la usó para apuñalar el cuello de Viktor.

Viktor amplió los ojos al sentir la hoja penetrando su piel. La sangre comenzó a brotar y de pronto el cuello entero le quemaba. Sentía la sangre acumulándose en su garganta y boca. No temía morir, puesto que se necesitaba mucho más para aniquilar a un vampiro, lo preocupante era que la navaja estaba impregnada de algún tipo de veneno que lo hizo tambalearse y perder el equilibrio. Con manos temblorosas, sacó la cuchilla y la aventó lejos, pero el veneno ya había entrado a su torrente sanguíneo. No había vuelta atrás.

Terminó por caer de espaldas, aferrándose con una mano a su sangrante cuello mientras batallaba por mantenerse consciente. Giró la cabeza y vio a Dorian todavía desmayado a unos metros.

«Tengo que protegerlo». Pensó entre delirios. No iba a permitir que se lo quitaran otra vez.

—Deja de batallar, Viktor. —La cara de Carmilla apareció sobre la suya y su cabello le hizo cosquillas en la frente—. Cierra los ojos y deja de pelear.

—Púdrete... —jadeó, con la sangre escurriendo a través de su barbilla.

Carmilla hizo un incómodo mohín y, con sus dedos, le cerró los párpados a la fuerza. Viktor intentó batallar contra ello, recobrar el control sobre su cuerpo, pero fue fútil.

—De verdad lo siento. —Eso fue lo último que escuchó antes de dejar de sentir por completo.

Vampire AnomalyWhere stories live. Discover now