💀Capítulo 28. No hay tiempo

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Dolor, dolor, dolor

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Dolor, dolor, dolor.
   
Todo era demasiado doloroso. Dorian jamás había sentido tal nivel de agonía y sufrimiento. Ni siquiera cuando murió la primera vez, puesto que ahora, estaba por morir por segunda.
   
Vagamente recordaba ser arrastrado a la Catedral Roja y encadenado a la cruz en el altar. No había olvidado ese horrible ornamento, ese símbolo en donde siempre yacía un pobre vampiro que utilizaban como fuente inagotable de sangre para el Padre Común.
   
Sentía la cabeza dispersa y solo recuperó la claridad cuando unas gruesas cadenas apretaron su torso. Levantó la mirada y se encontró con la máscara del Salvador frente a él. Apestaba a óxido y a podredumbre. Le provocaba un repelús incomparable.
   
—¿Dónde está Viktor? —preguntó entre dientes.
   
El Salvador no contestó, simplemente se apartó de su camino y le permitió ver las bancas. Viktor estaba encadenado e inconsciente en una de estas, con sangre manchando la mitad de su cuello y ropa. Amplió los ojos, espantado.
   
—¿Qué le hiciste? —indagó. La única señal que delataba que seguía vivo, era la suave subida y bajada de su pecho. Sintió que él mismo podía respirar de nuevo al percatarse de ello.
   
—Él no moriría por algo así —señaló el Salvador y volvió a atravesarse en su campo de visión—. Pero tú sí.
   
Dorian entornó los ojos.
   
—¿Qué? ¿Vas a matarme de nuevo? —inquirió, retador—. Ya no le temo a la muerte. Ya no te temo a ti.
   
El Salvador soltó una sola carcajada seca y amortiguada por su máscara, sacudiendo la cabeza.
   
—Yo sé bien que la muerte ya no tiene mucho significado para alguien como tú —aseveró y extrajo una cuchilla del interior de su túnica—. Por lo tanto, te condenaré a un destino peor que la muerte.
   
Antes de que Dorian pudiera preguntar, El Salvador giró el cuchillo entre sus dedos y lo enterró en su muñeca derecha, justo donde se hallaban las venas. Soltó un grito de agonía, estremeciéndose al mismo tiempo que sentía la cálida sangre escurrir a lo largo de su brazo y empapar su ropa.
   
—Maldito enfermo —masculló a través del dolor.
   
El Salvador sacó otro cuchillo y rozó el mentón de Dorian con la hoja.
   
—¿Quieres saber qué es peor que la muerte? —preguntó.
   
Dorian no respondió, trató de mantener la compostura y no demostrar ni un ápice de temor o debilidad. El Salvador se alimentaba de ello.
   
—Ser incapaz de morir —continuó el Salvador y apuñaló su otra muñeca.
   
Después de eso no recordaba mucho, no más allá del dolor y el hedor de su propia sangre que se acumulaba en un charco en el suelo del altar. Cada vez era más incapaz de sentir, se desprendía de la realidad, sentía un frío abrumador y los párpados pesados. Nunca había padecido tanto agotamiento.
   
«Así que esto es morir en agonía». Pensó entre delirios. La primera vez que murió, fue tan rápido que no sintió nada. Ahora sentía todo; cada vez era más difícil respirar y el corazón le latía más y más lento.
   
—¡Dorian! —Escuchó a Viktor llamándolo y vagamente recordaba el rostro del vampiro cerca del suyo, aferrado a sus mejillas y suplicando: —Por favor, abre los ojos.
   
Después de eso, vino el dolor. El dolor que lo sacó de cualquier estupor en donde se encontraba y lo reanimó como una descarga eléctrica directamente en sus venas. Escuchaba gritos, sus propios gritos que rasgaban sus cuerdas vocales. Sentía una agonía comparable a como si todos sus huesos se quebraban, como si cada tejido se rasgara y cada célula explotara. Nunca había sentido tanto al mismo tiempo y, sobre todo, nunca había sentido tantas ganas de estar muerto.
   
—Perdóname, Dorian —susurró Viktor, lo tenía estrechado entre sus brazos, reconocía esa sensación.
   
No podía responder. No podía ni siquiera abrir los ojos.
   
«Mátame. Mátame. Mátame». Pensó mientras se retorcía de dolor. ¿Qué le estaba ocurriendo?
   
Tras lo que se sintieron como horas, el dolor comenzó a disminuir. Agotado, cayó inmóvil en los brazos de Viktor, agradecido por su frialdad y de su firme agarre sobre él.
   
—¿Dorian? —El vampiro volvió a llamar.
   
Con un esfuerzo sobrehumano, logró abrir los ojos. No veía nada con claridad, todo era borroso. Estaba exhausto, todavía lo recorrían remanentes del anterior dolor. Apenas logró vislumbrar una silueta parecida a Viktor, quiso decir algo, hacer cualquier cosa, pero al final no pudo más que ceder a su cansancio y volver a caer inconsciente.
   
Ya no había sufrimiento. En realidad, ya no había ninguna sensación natural. Solo sentía el cansancio y un dolor tan profundo que le llegaba hasta la médula. No entendía nada, estaba asustado, muy aterrado y sobre todo confundido.
   
Y, de la nada, sintió una sed abrumadora. Tenía la garganta seca, como recubierta de arena, y sentía la boca extraña. Recorrió sus dientes con la lengua y se halló con cuatro afilados colmillos. El temor volvió a asentarse dentro de sí.
   
Abrió los ojos de súbito, tomando una profunda bocanada de aire. Estaba en una celda, un sitio que debía ser oscuro podía verlo con completa nitidez, todo podía verlo con una claridad perturbadora, las motas de polvo que caían y las mínimas imperfecciones en las paredes de piedra. También podía oler más, olfateaba desde tierra mojada, hasta la sangre en su ropa y un distante olor a humedad. Se sintió asqueado y logró girarse hacia su costado al mismo tiempo que sufría una arcada y de nuevo su cuerpo le recordaba la sed que padecía. Se aferró a su cuello y lentamente comenzó a sentarse en el suelo, podía sentirlo todo, cada roce de sus huesos y cada estiramiento de sus músculos.
   
—Dorian... —Oyó una voz, una especie de eco llamándolo. Solo podía oír el retumbar de su corazón en su pecho y el fluir de la sangre en sus venas.
   
«¿Qué me sucedió?» Pensó, extraviado. Una parte de sí temía aceptar la respuesta que era tan clara. «¿Acaso soy...?»
   
—¡Dorian! —Esta vez reconoció la voz, era Viktor llamándolo desesperadamente.
   
Giró la cabeza y por fin comprendió que estaba dentro del calabozo del Salvador. Viktor estaba del otro lado de los barrotes, aferrado a estos con fuerza.
   
—Viktor —musitó, tenía la voz ronca por la sequedad de su garganta.
   
Viktor forzó una suave sonrisa en sus labios.
   
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
   
Dorian no sabía cómo responder aquella pregunta. Solo pudo sacudir la cabeza, tratando de despejar las sensaciones que lo abrumaban para después arrastrarse con dificultad hacia Viktor.
   
—¿Qué fue lo que sucedió? —indagó—. ¿Qué me sucedió?
   
Viktor bajó la cara, esa era su expresión de vergüenza. Pero ¿por qué?
   
—Tuve que...  —comenzó en voz baja y escondió su rostro en una mano, incapaz de ver a Dorian a los ojos—. Estabas muriendo, Dorian, no había manera de salvarte...
   
Los peores temores de Dorian comenzaban a confirmarse.
   
—Viktor. —Se aferró a su mano que rodeaba uno de los barrotes—. Soy un vampiro, ¿no es así?
   
Viktor por fin le mostró la cara otra vez y, con lágrimas en sus ojos, lo miró con un pesado arrepentimiento.
   
—Yo te convertí en vampiro.
   
Ya lo sospechaba, pero escuchar la confirmación era muy distinto. Era un vampiro, un monstruo, lo mismo que Viktor. Todo lo que sentía no era normal, puesto que él mismo tampoco lo era. Apenas comenzaba a aceptar su parte sobrenatural, su mitad Banshee, pero ahora era algo más notorio, algo que cambiaría su vida por completo. Estaba aterrado.
   
—Perdóname, Dorian —continuó Viktor, llamando su atención—. Nunca quise que sufrieras esto, pero yo no... Fui demasiado cobarde y egoísta. No quería perderte, no quería verte morir otra vez y...
   
—Viktor —lo interrumpió, dándole otro apretón a su mano. Ahora ambos eran fríos ya no sentía la diferencia entre sus temperaturas—. No te disculpes, por favor.
   
—Te condené —musitó—. Te condené, Dorian. Fui un egoísta y te condené al peor tipo de destino.
   
Dorian se apresuró a sacudir la cabeza, ignorando las punzadas de dolor y la sed exuberante.
   
—No, Viktor, mírame —pidió, estirando el brazo fuera de los barrotes para aferrarse al mentón del vampiro—. Tú me salvaste. Gracias a ti tengo una oportunidad más.
  
—Eres un vampiro.
   
—Sí.—Esbozó una leve sonrisa—. Soy un vampiro como tú.
   
—Lo lamento.
   
—¿Por qué?
   
—Te convertí en un monstruo.
   
Dorian acarició su mejilla con su pulgar.
   
—No, no es así. Yo nunca te he considerado un monstruo, Viktor —aseguró.
   
Viktor suspiró y se aferró a su mano, dándole un delicado beso en los nudillos.
   
—Que ambos seamos vampiros significa que, si salimos de esta, no... No podremos estar juntos —explicó Viktor con tristeza—. Dos vampiros no pueden alimentarse mutuamente de amor y tú perderás tus memorias mortales tarde o temprano. Todo cambiará... empeorará.
   
—Viktor...
   
—Vine a recuperarte, Dorian, hice todo esto con tal de devolverte lo que es tuyo, con tal de que estemos juntos, pero al final... Al final solo logré distanciarnos más.
   
—No es tu culpa —aseguró—. Deja de creer eso, por favor. No soporto verte así.
   
Viktor bajó la cabeza y colocó su frente sobre su mano.
   
—Debemos salir de aquí —dijo entonces, cambiando el tema por completo.
   
Dorian no quería dejarlo así, pero tampoco se atrevía a seguir presionando. No ahora. Además tenía razón, primero debían hallar la manera de escapar de la Catedral Roja.
   
—¿Podemos romper estos barrotes? —preguntó, notando que no estaban hechos de hierro solar como todo lo demás.
   
—No, ya lo intenté. Deben estar hechizados, igual que todo el maldito sitio. —Chasqueó la lengua—. ¿Por qué no podíamos lidiar con espíritus? ¿Por qué tenían que ser brujos?
   
—¿Entonces El Salvador sí es un brujo? —indagó Dorian.   
   
Ante la mención de ese nombre, Viktor se tensó y entornó los ojos.
   
—Es más que solo eso, él...
   
—Tú tiempo se acabó, Viktor —interrumpió la repentina presencia de Carmilla.
   
La vampira se aproximó a la celda, cargando en una mano un vial con sangre. Las pupilas de Dorian de inmediato se afilaron y lo sobrevino una necesidad preocupante de poseer esa sangre, de devorarla. Era como si una bestia se hubiese apoderado de él.
   
—Calma tus ansias, recién nacido —advirtió Carmilla y colocó el vial en el suelo para después darle un suave empujón con la punta de su zapato y deslizarlo hacia el interior de la celda—. Tómatela, necesitas terminar la transición.
   
Dorian ni siquiera dudó en hacerse del vial de sangre y beberlo con ímpetu. La sangre sabía fantástica, era un manjar contenida en tan poco. La tragó con una enorme satisfacción cuando bajó por su garganta seca. Pronto se sintió más fuerte, más vivo que nunca. ¿Esto significaba ser un vampiro?
   
Carmilla lo escudriñó, fijándose especialmente en sus iris de una particular combinación entre guinda y dorado. Seguía teniendo una fracción de Banshee dentro de sí.
   
—Es una Anomalía vampírica —señaló—. El maldito Salvador lo logró.
   
—¿Este era el plan del Salvador? —indagó Viktor, incorporándose. Tenía unas enormes ganas de atacar ahí mismo a Carmilla, pero sabía que la vampira tenía la ventaja cuando él llevaba casi un día sin alimento, sin mencionar que la maldita de Nicte aparecería en su defensa sin dudar.
  
Carmilla lo miró con el rabillo del ojo.
   
—¿Ya me diriges la palabra?
   
—No me hagas arrepentirme más —advirtió Viktor, encarando a la que solía ser su mejor amiga.
   
Carmilla hizo un leve mohín.
   
—Por supuesto que este era su plan. —Miró a Dorian—. Crear una Anomalía vampírica. Sí todavía tiene las habilidades de Banshee, será bastante poderoso.
   
—¿Para qué quiere una Anomalía vampírica? —cuestionó entonces.
   
—Eso te lo explicará él —respondió la vampira—. Yo no soy más que una simple mensajera.
   
—Un perro faldero querrás decir —refutó.
   
Carmilla bufó.
   
—No te quiere aquí abajo, por cierto —informó—. Por eso vine, además de darle alimento al recién nacido.
   
Dorian se terminó la sangre y lamió los restos en sus labios con su lengua. Conectó sus bizarros ojos con los de Carmilla y se puso de pie de un rápido movimiento. Estiró los brazos a través de los barrotes y se aferró al cuello de la vampira.
   
—Dinos cómo salir de aquí —ordenó, con sus iris brillando de color áureo.
   
Carmilla amplió los ojos y el mismo color se reflejó en estos. A través de acortadas respiraciones por el agarre de Dorian sobre su cuello, respondió:
   
—Solo El Salvador puede sacarlos de aquí.
   
Dorian apretó su tráquea con más fuerza.
   
—Entonces, si no nos eres útil, te ordeno que-
   
Se detuvo a sí mismo al sentir una punzada en los colmillos. Frunció el ceño y dejó ir a Carmilla antes de retroceder y abrir la boca. De sus caninos escurrieron dos chorros de sangre que al caer al suelo se movieron como si tuvieran conciencia propia para formar un número en romano:
   
«III».
   
—Tres días —leyó Viktor y sintió una oleada de pánico—. Tres días para...
   
—Para que me vuelva un Nosferatu —completó Dorian, recordando esto del tiempo que Viktor sufría por lo mismo.
  
Carmilla, aferrándose a su cuello, observó el número de sangre con recelo.
   
—Debe ser porque eres una Anomalía vampírica —señaló—. No tienes ni una pizca de mortalidad en ti, solo eres dos monstruos en uno, por eso necesitas alimentarte de amor y humanidad más rápido que cualquier otro.
   
Viktor se aferró a su propio cabello, estaba entrando en pánico. Era muy poco tiempo, no había manera de que pudiesen salir de ahí y encontrarle una presa a tiempo.
   
«No, no pienses así». Se reprendió a sí mismo.
   
—Entonces no le serviré de nada al Salvador —dijo Dorian, tratando de no alarmarse por el poco tiempo que le quedaba.
   
Carmilla esbozó una sonrisa maliciosa.
   
—Al Salvador le eres útil incluso muerto —aseguró.
   
Viktor, perdiendo los estribos, se abalanzó hacia Carmilla, la tomó del cuello de su blusa y la aprisionó contra uno de los muros.
   
—¡¿Por qué estás haciendo todo esto?! —bramó.
   
Carmilla se aferró a sus antebrazos.
   
—¿Todavía te preguntas la razón? —inquirió—. Pensé que te había quedado clara cuando te conté la verdad de mi pasado y mis pérdidas.
   
Viktor lo recordaba. Carmilla era en realidad Isabella Brown, una mujer que antes de ser convertida fue esposa y madre, una vida que, según ella, le fue arrebatada.
   
—Tú escogiste este camino —Masculló Viktor—. Tú escogiste ser convertida.
   
Carmilla, furiosa, lo alejó de un empujón en el pecho.
   
—No sabía lo que conllevaría —refutó con frialdad—. ¡Me arrebataron la opción de elegir!
   
—¡Acéptalo de una vez, afróntalo! —espetó Viktor—. ¿O qué? ¿Vivirás culpando al universo? ¿A Rhapsody por darte una segunda oportunidad?
   
—No tienes derecho a juzgarme cuando tú escogiste olvidar tu pasado traumático, Viktor, cuando tú mismo te escondiste del dolor como un cobarde —señaló.
   
Viktor sintió sus palabras como una estocada al corazón. Era cierto, él escogió enterrar un pasado irresoluto y traumático, uno que acababa de regresar con la revelación de la identidad del Salvador.
   
«Soy Matthias». Sus palabras se repetían como un disco rayado en sus oídos.
   
Cerró momentáneamente los ojos, soltando una trémula exhalación para intentar calmarse.
   
—¿Viktor? —llamó Dorian desde su celda, consternado.   
   
Viktor volvió a abrir los ojos y estaba por asegurarle que todo estaría bien, pero fue interrumpido por una nueva voz.
   
—El jefe quiere que alejes a Zalatoris de aquí. —Nicte surgió de entre las sombras, deteniéndose junto a Carmilla—. Lo quiere en su estudio, ahora.
   
Viktor no quería saber nada acerca de Matthias, sentía un miedo aplastante ante la mera idea, pero supo que no era opcional cuando su cuerpo fue paralizado y perdió el control sobre este. Nicte lo hechizó para mantenerlo quieto y Carmilla lo tomó del brazo, obligándolo a moverse.
   
—Deja de resistirte —ordenó la vampira a su oído.
   
—Púdrete —replicó entre dientes.
   
—¡Viktor! —Escuchó a Dorian gritando y forcejeando con los barrotes.
   
Hubiera querido poder asegurarle que volvería por él, que lo liberaría y lo ayudaría a encontrar una presa, cualquier cosa con tal de salvarle la vida. Estaba dispuesto a todo.    

Me encanta complicar las cosas 😈

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¡Muchísimas gracias por leer! 💛

Vampire AnomalyWhere stories live. Discover now