Cliff Edge

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Sentada casi a la orilla del mar Amelia contemplaba la vasta extensión de agua salada, desde su posición y con los rayos del sol parecía un enorme parche azul que se movía muy lentamente, asustaba tanta inmensidad y los misterios de su profundidad; así igual puede que se sintiera ella con esos sentimientos que apenas se estaba habituando a albergar.

Cada vez que pensaba en la rubia y todos sus años de amistad se daba cuenta que de existir forma de medir sus sentimientos sería a través de un barril de cerveza gigante inagotable, le aceleraba el pulso pensarlo y eso le asustaba, pero extrañamente ahora que ya sabía que los tenía ahí es como si los tuviera en la punta de la lengua a punto de soltarlos, dejarlos ser, dejarlos estar.

Y no podía.

No podía porque una morena de ojos bonitos y aparentemente perfecta se había atravesado en su camino y ahora ella tenía que obligarse a callar.

Y mientras tanto, Luisita viviendo en su mundo de yupi, creyendo finalmente haber encontrado lo que tanto buscaba, no era siquiera consciente de los sentimientos de su amiga, ni de lo que pasaba por su cabeza; es por eso que cuando la vio alejada del mundo contemplando el mar no dudó en acercarse a ella. – No debí decir nada. – Se sentó a su lado. – Perdón amor, no debí comentar nada sobre Parker. – Se disculpó mirándola, reparando en sus facciones y una vez más pensó en lo hermosa que Amelia era, así al natural y de cualquier forma. – ¿No vas a hablarme? – Preguntó con un puchero cuando no recibió respuesta alguna.

La morena, aunque lo intentó no pudo evitar sonreír mirándola de reojo. – Llevo tres meses sin hablar contigo, ¿de verdad crees que podría soportar más tiempo? – Chocó sus hombros.

-Uff no me lo recuerdes que me duele el pecho. – Luisita hizo una mueca mirando al mar también.

Amelia entonces la miró a ella. - ¿Ah sí? Si quieres te hago un masajito, verás como se te quita ese dolor de pecho. – Le susurró al oído sonriendo.

La rubia al escucharla estalló en una carcajada que se alcanzó a escuchar hasta donde estaba el resto del grupo. – Cabrona siempre igual. – 

-Me las pones a huevo. – Amelia se rió con ella a sabiendas.

La agente de bienes raíces pasó un brazo por encima de los hombros de la morena. – Lo que te extrañé en este tiempo no lo sabe nadie. – Confesó pasando la punta de su nariz por la mejilla de su amiga íntimamente.

La amiga en cuestión tragaba un grueso nudo en la garganta con su acercamiento. – Tanto no creo que me extrañaras si estabas ocupada enamorándote de una chica muy guapa. – Dijo entre dientes con toda la intención.

Luisita se mordió la sonrisa al escucharla. – ¿Acaso estás celosa? – La escuchó resoplar haciéndola reír. – No deberías estarlo, siempre serás la primera. – Se rió en su mejilla.

Y Amelia se rió con ella porque sabía a lo que se refería y el tono jocoso que había utilizado su amiga así se lo hacia saber, pero aún así, la punzada igual atravesó su estómago. – Es bueno saberlo. – Fue lo único que dijo.

-Anda, dame un beso. – Pidió Luisita con un tono casi infantil al que Amelia volvió a sonreírle y agradeció que tenía los ojos cubiertos con las gafas de sol, puesto que así podría recrearse en sus labios antes de desviarse y dejarle un beso en la mejilla. – Volvamos con el grupo. – Se puso de pie después de dejarle un abrazo.

Amelia sin embargo la sujetó de la mano. – Entremos al agua mejor. – Propuso aún sentada en la arena.

La rubia frunció el ceño. – ¿Ahora? Flor el agua tiene que estar super fría, que no, que no. – 

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