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Viernes 03 de agosto 1798.


Apenas Agust salió corriendo de la habitación donde se encontraba su amado, fue directo a su hogar, unas casas lejos del centro de la ciudad pasando su antigua escuela y la de Jungkook. Había muchas personas muertas, casas quemadas y grandes bolas de cañón en el suelo de las calles que habían causado grandes destrozos, tristemente cuando llegó, su barrio se encontraba en cenizas.


—Dios... No, no, no, no, no, no... —corrió a donde antes se encontraba su casa, algunas paredes se encontraban intactas, pero la mayor parte de su casa estaba en cenizas ya apagadas por las llamas que habían ocasionado los franceses. —¡Mamá! ¡Mamá! —gritó en medio de su casa, algunas fotos y recuerdos se encontraban en el piso quemados, quedaban sus sillas de comedor de color negro debido al incendio, pero más le preocupaba su madre en ese entonces.


—¡Agust! ¡Agust! —gritó una voz conocida para el contrario haciendo que saliera de su hogar para volver a la calle.


—¡Señora Carmen! ¿Ha visto a mi madre? Llegué anoche a la ciudad luego del combate en mar, necesito saber si mi madre está bien...


—¡Sí, mi niño! Ella está bien, hay un refugio para damnificados cerca de aquí, hay enfermeras que están cuidando de tu madre. —sin más y luego de darle las gracias corrió a la gran carpa que tenía el ejército, había militares y enfermeras junto con doctores que rodeaban la carpa o estaban dentro de ella, Agust corrió directo dentro de la carpa, pero los militares lo detuvieron por un instante.


—¡Hey! ¡Suéltenme! —forcejeó.


—¿Qué hace aquí? —preguntó uno de los militares bastante serio.


—Necesito ver a mi madre, ella está aquí.


—¿Tienes pruebas? —volvió a preguntar el militar un poco más alto que el contrario.


—¡Agust, hijo! —gritó una señora a lo lejos haciendo señas con su mano, con ello los militares dejaron libre al marino, no respondió a nada, simplemente corrió otra vez hasta llegar donde su madre para poder abrazarla. —Oh hijo... Que bueno que estás vivo, cariño. —ambos pudieron respirar al fin con tranquilidad sabiendo que ambos se encontraban bien y por suerte, vivos.


—¿Mamá, qué pasó? Fui a casa y se encontraba la mayor parte quemada... Malditos franceses, ojalá mueran todos ellos... —respondió Agust negando con la cabeza, pero sin soltar las manos de su madre.


—Hijo, no hay que desearle la muerte a nadie... Ellos pagarán por lo que hicieron, ¿Sí? —suspiré y asentí rendido finalmente.


—Sí, mamá... ¿Pero, qué ocurrió? ¿Estás bien? ¿Por qué te tienen aquí? —mientras el chico preguntaba, acariciaba los cortos cabellos de su madre con una de sus manos, pero con la otra manteniendo el agarre de ella.


La mujer soltó un suspiro y con su mano libre se destapó para hacerle notar a su hijo que tenía una de sus piernas enyesadas. Durante el incendio cayó por una parte mala de la casa, era un hoyo en el suelo por culpa de las viejas tablas, había quedado atrapada solo de una pierna y con gritos de auxilio los vecinos la ayudaron a salir, pero su pierna quedó con algunas astillas y raspones, debía de cuidarse mientras tanto y mejorar.

Letters to my favorite sailorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora