-Capítulo 4 "¡Viva la comunicación!"-

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— ¿Sabes Alma? Me caes muy bien —dijo Fran con las manos en los bolsillos. Llevaban pocos minutes girando en círculos.

—Me alegra escucharlo —sonrió ella —. Es mutuo. Ahora dime: ¿qué necesitas comprar?

—Un celular.

— ¿No tienes celular? —sonó horrorizada.

—No —respondió, encogiéndose de hombros.

—Debemos corregir eso ya mismo. Me gustaría mucho poder chatear contigo.

A mí también pensó Fran. Sin embargo, al igual que otras tantas veces, no lo dijo.

La chica lo estiró del brazo hasta el primer negocio que tenía celulares en exposición.

Fran la observaba a todo momento y, cada vez, la dulce presión en su pecho aumentaba.

~

Cuando el gran reloj del lugar marcó las nueve en punto, ambos jóvenes salieron de la tienda.

—Pues bien, acabamos de insertarte en el mundo de la gente normal.

—Genial —rió Franco —. Vamos a prenderlo.

—De acuerdo, nos sentemos por allá —comentó Al señalando una mesa.

—Me gusta el teléfono, ¿a ti?

—Sí, yo tenía uno así hace un año. Es muy bueno.

—Ahora solo me faltan números para llenar el directorio —murmuró, a la vez que un leve rubor se extendía por sus mejillas.

— ¡Pásamelo! Te agendaré nuestros celulares —exclamó la chica , estirando el brazo para quitarle el teléfono.

Luego de unos minutos se lo devolvió.

—Te debes gastar toda la batería y cargarlo trece horas —Franco asintió y se le escapó una sonrisa al notar un dejo de autoridad en la voz de su acompañante —. Además, ya es tiempo de que vuelva a casa.

—Ok, voy contigo.

—Gracias. ¿Nos vamos?

Fran tomó su mochila y guardó su nuevo celular en ella. Alma, al ver que tardaba, lo estiró de la mano y lo sacó a rastras.

—A ti y a tus amigas les encanta llevarme a la fuerza, ¿cierto?

—Tú que te dejas —rió.

Y en ese instante, los dos bajaron la mirada y notaron sus manos entrelazadas.

Una corriente atravesó su cuerpo.

Al menos el de Fran.

Después continuaron su camino, ignorando lo ocurrido segundos antes.

~

—Ya llegamos —susurró Alma, y procedió a abrir la verja de la entrada.

—Bueno —tartamudeó —. Creo que te veré mañana —de forma incómoda tamborileó su pie en el pavimento.

—Sí, supongo —un color rojizo comenzó a abarcar la cara de los adolescentes —. No olvides lo del teléfono.

—Solo lo prenderé si me prometes una cosa: me mandarás un mensaje —al terminar de hablar, Franco estiró su brazo derecho y levantó el dedo meñique.

Al lo estrechó sin titubear.

—Lo prometo —miró su reloj —. Mañana a las diez del mediodía tendrás un texto en tu casilla —esbozó una sonrisa y le dio un rápido beso en la mejilla —. Gracias por acompañarme, Fran —entonces ingresó a su casa, dejando atrás a un feliz joven con la sombra de un beso picándole en el pómulo.

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